DIEZ TESIS PODERIALES
SOBRE AMERICA LATINA
Por Freddy Quezada
“Poderial”, es un neologismo parecido al anglicismo empowerment. A mis oídos suena sin
dulzura y con un acento acerado, como lo opuesto de la palabra “Aurora”, el
nombre de mi compañera. Poderial es una palabra extraña y fea. Al inventarla,
la siento como ese tipo de flores bellas que nacen en los pantanos pero que,
apenas uno se acerca para aspirarlas, se entera de su fetidez. O, quizás, a una
marca de aquellos exquisitos quesos, nacidos de los peores estercoleros. A como
sea, esta palabra, bello fruto sostenido por unas raíces nauseabundas, viene de
“poder” como eje de reflexión. Esa práctica que Ken Wilber (1999), autor de las
nuevas teorías holísticas del pensamiento de segundo grado, coloca en lo que
llama “meme” rojo. Ese poder que ha repugnado siempre a las almas sensibles y
delicadas cuando las engañan quienes se presentan enmascarados con su abnegada
vocación de servicio público. Ese poder que investigaron en su tiempo y a su
manera, lúcida y sin concesiones, Maquiavelo (en la política), Hobbes (en la
naturaleza humana), Sade (a través del placer), Marx (en la economía de las
clases sociales), Nietzsche (a través de una voluntad creadora) y Foucault (en
las resistencias microfísicas).
Los latinoamericanos hemos venido lamentándonos de nuestra
suerte, sea por la vía de la identidad desgarrada o por el reclamo de derechos
conculca dos. En ambos casos, nos presentamos como víctimas de injusticias (como
si también no las ejerciéramos nosotros) y como vencidos pasivos (como si no
ejecutáramos de vez en cuando venganzas contra los prójimos más cercanos).
Creemos que está fuera todo lo que padecemos y preferimos ignorar que hacemos
sufrir dentro, a los que no somos nosotros, en cualquiera de los papeles que
nos identifiquemos.
El poder es un esquema usado por marxistas y liberales para
emancipar, reivindicar, regular, oprimir o reducirlo sólo a los marcos del
Estado-nación y a los conflictos entre ellos. Quizás en estas reflexiones se
encuentren ecos parecidos, pero hasta ahí llegan las semejanzas. El poder es la
relación social más importante que sostienen los vínculos sociales.
En nuestra época y
nuestros espacios, transitan a través de imaginarios potenciados por la
seducción del deseo (usuales en el consumo y la publicidad), la multiplicación,
velocidad y cobertura de los medios de comunicación. Los territorios pueden
aparecer o desaparecer, es lo de menos. Lo importante son los procesos de
formación, seducción y credibilidad de los imaginarios que nacen y desaparecen
según les creamos o no a ellos, los compartamos haciéndolos viajar y componer
en otras cabezas como si fueran deseables.
1.
Tesis: América Latina no
existe
Argumento:
América Latina es un invento de ilustrados, una obsesión de libertadores
traicionados, una pasión de escritores de comienzos del siglo XX, una quimera tanto de izquierdistas como de
románticos conservadores, una ilusión de teólogos y filósofos utópicos, un
horizonte de revoluciones traicioneras, fracasadas o congeladas y, por último,
un negocio de políticos, universidades, centros de investigaciones e
intelectuales orgánicos e institucionales, tanto dentro de la misma América
Latina como fuera de ella.
En las universidades Latinoamericanas y Caribeñas, en las
europeas y norteamericanas, somos
estudiados por nuestros propios paisanos, como algunos ya lo están haciendo
(como copias vulgares del postcolonialismo de Said, Bahba y Spivak) pese a esfuerzos
de pensadores como Gustavo Lins Ribeiro (2001) [1] , con el
postimperialismo; Edgardo Lander (2000), con la crítica al postmodernismo aún
eurocéntrico; Fernando Coronil (2000), con la crítica al postcolonialismo aún
muy “commonwealth”; Walter Mignolo (1998), con el postoccidentalismo y Nelly
Richards (2001), con la denuncia del “internacionalismo académico” y su
capacidad de imponer agendas en los debates intelectuales.
Así como los medios viven de preocuparnos todos los días,
tengan o no solución los problemas, los ilustrados latinoamericanos viven de
renovar o regresar a conceptos viejos, atrasados y uniformes (como “pobreza”,
“democracia”, “América Latina”, “pueblo”, “desarrollo” [2] con
apellidos, etc) como monedas que, sin metáforas, literalmente nos dan de comer,
como una anécdota contada por James Petras, que nos deleitó hace muchos años y
mantiene su vigencia: la “madrecita chilena” [3], o bien, aquella en
la que varios especialistas internacionales sobre la pobreza africana, en una
elegante reunión de la ONU, disputaban países y territorios para sus
consultorías, hasta que el más “sensato” de ellos los calmó confesándoles que
en el continente “negro” había “hambre para todos”.
Intelectuales como Darcy Ribeiro, Cabrera Infante, Vargas Llosa
y Borges, también se preguntaron dudosos
en algún momento: ¿Existe América Latina? Mientras dominó el imaginario de
solidaridad entre las clases medias durante la parte más gruesa del siglo XX,
se creyó en su realidad y muchos escapamos de morir por ella. Hace poco, en un
intercambio de correos electrónicos publicados por el periódico español El
País, dos autores con éxito en el exilio, Ricardo Piglia de origen argentino
muy a gusto en EEUU y Roberto Bolaño, chileno recientemente fallecido y una sensación
como escritor en Italia y en España sobre todo por su novela póstuma “2666”,
exploraban el sentimiento de lo “latinoamericano” en contextos multiculturales,
terminando por acordar que el sentido de eso es cada vez más débil y extraño,
recordándonos un poco a Agamben sobre lo que decía de los exiliados. Jorge Luis
Borges, dijo una vez como boutade que América Latina no existía, algo que debió
tomarse más en serio, como en efecto lo hago yo aquí. Pero no hay que hacer de
la necesidad una virtud. Que una cosa sea como es, no se deriva que la
celebremos o la censuremos. Esta suerte de serenidad es la que los alemanes
llaman Gelassenheit. De la lucidez de
un hecho, no debe desprenderse como necesidad su cambio o su restauración, ni
siquiera su mantenimiento. Uno es lo observado. Tal es la sencilla sabiduría
krishnamurtiana. América Latina no fue más que un invento de Michel Chevalier
en 1835, en un momento en que la oligarquía criolla latinoamericana se
deslumbraba por la cultura francesa, como hoy lo hacen con la “gringa”,
recogido después de las secuelas del Ariel de Rodó, por el poder de la América
anglosajona para definirnos al mismo tiempo que afirmar, con ella, a nuestros
definidores. Tener el valor de reconocer la inexistencia de América Latina,
fruto de nuestra imaginación de ilustrados y camisa de fuerza de nuestras
iniciativas, probablemente termine la discusión insoportable de preguntarnos siempre quiénes diablos somos y
ahora empezar sin complejos ni prejuicios desde nuestra simple condición de mortales
en un campo de fuerzas “fragmegrado” (fragmentación + integración) y
“glocalizado” (globalización + localización). Muerto el perro se acabó la
rabia.
2.
Tesis: no importan las
América Latinas que puedan, deban o no quieran ser. Esa es fuente de la que se
alimentan los vividores del tema. Sólo sé que nos domina una fuerte
diferenciación de imaginarios étnicos donde en el techo está el descendiente
europeo y en el suelo el indígena y el negro. El mestizo no es más que otra
construcción del “criollo disminuido” que siempre fueron nuestros
intelectuales.
Argumento: Aníbal
Quijano (1992; 1998; 2000) es el único que ha sabido ver esto sin dejarse
llevar por paradigmas clasistas, modernos o postmodernos. Es un aspecto que nos
domina desde la colonia. Todo nuestro tejido social está profundamente
condicionado por una escala racial de fondo que los paradigmas positivistas,
liberales, marxistas y neoliberales sólo han sabido invisibilizar. Todos
manejamos dentro de nuestros países y entre ellos, imaginarios raciales
construidos desde la historia transmitidas en las escuelas y universidades y
además, los medios terminan de rematar, pero que los paradigmas contemporáneos
siempre ocultan.
Esto no sólo sucede en América Latina, sino en todos los
continentes. Yo, en lo personal, no puedo separar a un argentino, por ejemplo,
de un hombre urbano, blanco, de brazos peludos, voz ronca y grandilocuente, que
probablemente nada tenga que ver con los argentinos reales (como el Che Guevara
que es el menos argentino de ellos, aunque el mejor) pero que puebla mi cabeza
desde que en mi niñez seguía por la radio primero y por la televisión, después, un popular
programa cubano, “Tres Patines”, donde Patagonio Tucumán y Bandoneón acusaba
siempre de estafa al charlatán isleño. Debe pasar lo mismo desde ellos con
respecto a los nicaragüenses. Y de un latinoamericano a otro.
3.
Tesis: No hay dos América
Latinas: la legal y la real, sino sólo una: la que no conocemos
Argumento: Alejandro Serrano (2004: 79-81), filósofo
nicaragüense, ha desarrollado tres tesis sobre América Latina. Basado en
ideas de Octavio Paz y Carlos Fuentes,
que al menos rompieron con la tradición de James Petras (2000), Martha
Harnecker (2003), Bernardo Klikberg (2004), Pablo González Casanova y Fernando
Mires[4], prácticamente se reduce a decirnos que hay dos América
Latinas, una real y otra legal, donde esta última trata de reducir, recortar y
configurar a aquella. De tal lógica se desprende que los dirigentes
latinoamericanos desde la política “dicen lo que no hacen para hacer lo que no
dicen”, como lo señala correctamente Serrano. El asunto aquí tiene por eje,
hacer ver que América Latina real es diferente de la legal. En realidad, creo
yo, hay una sola, pero no la hemos podido conocer, simplemente porque a lo
mejor no existe o jamás existió. Conocemos la ilustrada, venida desde los
esquemas de la cultura escrita (aún de los cronistas más antiguos, de los
antropólogos más radicales y la de los nihilistas más extremos) provenientes de
nuestros colonizadores y educadores. Lo legal siempre ha existido, lo real
nunca. No sabemos, no lo podemos hacer por los límites impuestos por nuestro
lenguaje escriturario, qué son los no ilustrados, los “indios”, los “negros”,
los “bárbaros”, “la gente real”, “los campesinos”[5], porque a los
que conocemos por esas identidades, los hemos creados nosotros desde nuestros
universos imitados, vacíos y repetidos, incluso con la colaboración de
universidades, foros y centros de investigaciones como los que financian y
organizan encuentros donde lo importante son los viáticos jugosos, el valor de
los boletos aéreos de ida y regreso, el precio y regateo de las tarifas de
inscripción, pasear, conocer los ritos y protocolos para saludar a las “vacas
sacras” del evento o, ganarse la fama a costa de ellas por parte de los
jóvenes, como aquellos vaqueritos que llegaban a retar en las ferias del lejano
oeste a los viejos pistoleros.
4.
Tesis: América Latina no ha
sido siempre víctima, también ha tenido y sigue teniendo sus venganzas.
Argumento: en una
relación de poder, las resistencias que él mismo genera, quiebra ese dualismo
de origen cristiano, donde se cree que el amo controla absolutamente todo y los
esclavos están completamente inmovilizados y pasivos. Este imaginario nos ha
hecho ver la historia como la narración de víctimas y victimarios, cuando en
realidad no es más que el choque de verdugos diferentes, donde uno pierde y el
otro resulta vencedor. Los subalternos
también responden y en muchos casos con una crueldad superior o parecida a la
de sus verdugos, como en las revoluciones. Una vez el Marqués de Sade dijo que
la astucia es el arma de los esclavos. Yo agregaría que también la simulación y
la venganza en pequeña escala. Las sociedades no son más que campos de fuerzas
con identidades profundamente cambiantes como las nubes. No sé por qué imagino
este escenario como el sueño de la clase media (en el sentido del Brahman de la
tradición hindú) que no logra despertar y sigue creyendo que todos los
personajes que crea son realidad. Me parece que hay que descargarle una
monumental bofetada para que despierte y nos obsequie una sonrisa de serenidad.
Las victimizaciones refuerzan el polo que, paradójicamente, quieren derrotar
precisamente los herederos de esas concepciones redentoras y heroicas de la
modernidad. Como no es una unidad, América Latina encierra dentro de ella todo
el universo que nos hace creer que está fuera y que no puede ver que practica
todas las injusticias dentro de ella, que condena. Sólo el reino de las
diferencias nos abrió los ojos en este sentido, para volverlos a cerrar
nuevamente con sus endurecimientos y esencialismos.
5.
Tesis: América Latina ha
llegado a ser lo que ha sido siempre: una amalgama
Argumento: hay
una serie de sectores dentro de América Latina cuya coherencia sólo les llega
de los distintos proyectos ilustrados que buscan uniformarla, homogenizar su
destino e imponerles una identidad única y eterna. En esto coinciden enemigos y
defensores de América Latina, desde los Eduardo Galeano hasta los Carlos
Alberto Montaner. Pero en verdad América Latina es una amalgama, sin orden ni
concierto, sin solución de continuidad entre sus fragmentos. Si se imponen
imaginarios a todas las partes es por razones puras de poder y no por
esencialismo, destino, naturaleza, proyecto o sentido. Dejemos de hablar por
nuestros propios inventos escriturarios como lo reconoce Scheines (1995:195);
“Nosotros los latinoamericanos fundamos la patria en la escritura. Si no lo
hiciéramos, aquí no se podría vivir”. Acabemos de convencernos que nos
alimentamos de nuestras propias criaturas o residuos, como esa variedad de
pollos industriales dispuestos en circuitos y canaletes alternos donde los que
están en los depósitos superiores descargan para que se alimenten los de la escala inferior y
engorden para su sacrificio. Este procedimiento hace de estas carnes insípidas
y de baja calidad, exactamente como nuestras ideas.
6.
Tesis: Samuel Huntington
tiene razón en temer a los latinoamericanos, pero por las razones equivocadas.
Argumento: en un
ensayo, “The Hispanic Challenge”, y en su próximo libro: “Quiénes somos”,
Samuel Huntington descubre que los mexicanos han “establecido cabezas de playa”
por todo el territorio estadounidense. A su juicio, esta invasión es un peligro para la identidad histórica,
cultural y lingüística de EEUU, así como para los sistemas políticos, legales,
comerciales y educativos; y aun para su integridad territorial. El autor llega
al extremo de sostener que ‘la división cultural’ entre hispanos y anglos
podría reemplazar a la división racial entre negros y blancos como ‘la más
grave división en la sociedad americana’. Los latinoamericanos con su alto
índice de natalidad, y su no adaptación al sistema de vida, han hecho que sus
tradiciones culturales se transmitan a las próximas generaciones. Con esto
Huntington, apunta hacia el fenómeno de las migraciones como el próximo gran
reto en cuanto a seguridad nacional se refiere. Las migraciones de latinoamericanos,
sobretodo de mexicanos, a suelo estadounidense representa un peligro inminente
a los valores tales como el idioma
inglés, el calvinismo, el apego al imperio de la ley, los derechos del
individuo, la ética del trabajo, entre otros.
En efecto, a Huntington le asiste la razón en sus temores,
pero las divisiones que él ve, no serán tan claras como las que gobiernan su
imaginario, parecido al “Patagonio” que sigue dominando el mío. Probablemente
algunas de sus hijas, si es que tiene y me encantaría conocerlas, se enamorará
de un “hispanic” culto, blanco y con una excelente dicción inglesa, pero no
sabrá que es una combinación en sí mismo por la invisibilización que sufren
todos ellos. Como en la película “Un día sin mexicanos” de Sergio Arau, en la que desaparecen 14 millones de latinos
y una mañana no hay quien limpie los platos, corte el pasto, enamore a las
gringas, riegue las flores o barra las calles. No hay campesinos, policías,
albañiles, ni nanas. Sammy - para los amigos confianzudos que aspiran a
ingresar a su familia -, nos asigna una
cultura más fuerte de la que realmente tenemos, aunque sabemos que donde se
fortalece en parte es por el lado de los migrantes. Este consejero del amo, ve
el lado de poder de los vencidos, pero en vez de celebrar la integración de una
parte de ellos, teme la rebeldía de la otra. Pero, se equivoca creyendo que la
rebelión le llegará por la vía clásica. En la cultura culinaria, por ejemplo,
uno de los pocos sitios donde se dan cita élite y plebe, se puede conquistar el
estómago de los refinados, al fin y al cabo, como los negros con su música rap,
se puede ocupar como arma lo que mejor se sabe hacer. Tal vez, una cultura tan
sin cocina y sin telenovelas como la gringa, ella misma telenovela de la
cultura europea, termine por ser hechizada en sus eslabones culturales más
débiles.
7.
Tesis: El poder del
imaginario latinoamericano al ejercerse se goza y el placer al gozarse se
quiere repetir.
Argumento: para
explicarme, prácticamente se necesita cruzar las concepciones de Foucault (el
poder reticular) con las de Sade (el placer). Un cruce entre un gay y un
libertino. Un excluido que supo responder al sistema y un aristócrata rebelde
que supo ver en el poder, la mayor de las lubricidades rindiéndole homenaje con
su filosofía escandalosa. El placer es un negocio del consumo y la publicidad,
un lubricante del poder. Cuando la intención coincide con el acto, se produce
el poder (como si fuera magia) y cuando se le agrega gozo, tenemos la fórmula
de la felicidad contemporánea. Nadie se atreve a decirlo porque lo impide la
máscara del bien común, las promesas de redención, el horizonte prometeico y
los cretinos escrúpulos éticos. Esta es la debilidad de concepciones como las
de García Canclini (1990), considerando que sus procesos de hibridación se
hacen de modo plano y dialógico, donde no se impone nadie, como versiones
culturales de las viejas ideas soviéticas de la coexistencia pacífica, y las de
Jesús Martín Barbero (1997), sin renunciar a su discurso emancipador de pequeña
escala y a las racionalidades weberianas y salvíficas para comprender a grupos
reducidos, virtuosos en su diferencia.
El poder de los medios de comunicación encuentra su fuerza
para construir y hacernos pasar los imaginarios con nuestra propia complicidad
en el placer de la publicidad, que nos los impone agradando, y en la devolución
del reflejo a través del consumo y del número, incluyendo los canon nacidos de
libros e investigaciones, también impuestos como, por ejemplo, las ideas
sencillas y lineales (“meme naranja”) de
Francis Fukuyama (1992), las simples y rotundas (“meme azul”) de Samuel
Huntington (1997), pese a las críticas demoledoras de Jacques Derrida (1995) a
aquel y de Edward Said (2001) a este, que muy pocos conocen (“meme verde”).
América Latina, con estas herramientas, se nos aparece así
como Costa Rica en sus trípticos para turistas, cuando todos sabemos que no es
cierto, que unos a otros nos invadimos, nos despreciamos por las diferencias
raciales, nos envidiamos las riquezas, que no le dejamos salidas al mar a
nuestro vecino, que devolvemos a los inmigrantes del país contiguo de nuestras
fronteras, que traicionamos juntos o separados, frente al amo, al país
desobediente o rebelde. En resumen, ya no somos latinoamericanos, hemos dejado
de sabernos tales desde nuestros espacios y quizás el único sitio donde lo
recuperamos sea en el vientre del monstruo que nos definió, aunque ahí tampoco
se terminan las diferencias.
8.
Tesis: Nadie sabe quiénes
son los pobres, mucho menos la pobreza.
Argumento: la
pobreza es un imaginario que supone a víctimas pasivas, uniformes y homogéneas
en un sufrimiento dotado de un sentido trascendente en el que no se puede
permitir el sacrificio de los inocentes y en el que mientras se juzga a los
responsables, deben prepararse esquemas de distribución de la riqueza, cuando
ésta es mal vista, o eliminar a la pobreza, cuando aquella debe ser respetada.
Los pobres, ese concepto del siglo XIX, que superaron marxistas (a través del
clasismo) y académicos liberales (como Weber, Aron, Berlin, Parsons, Merton) a
través de estratos y grupos específicos, desde la mitad del siglo XIX hasta
cerca del XX y que ha vuelto a revivir, por la cobardía de los intelectuales
derrotados, servidores de la voluntad de las agencias de financiamiento de sus
investigaciones, que las condicionan y las echan a perder desde el despegue por el uso de estos
conceptos inservibles, por universales y uniformadores, ha regresado con todas
su desventajas y favores.
Nadie dice, ni críticos ni defensores, al amparo de un
concepto tan general como los que se vienen de destruir, que los pobres también
son criminales, vengativos, astutos, rebeldes, perversos y libertinos y, sobre
todo, diferentes entre sí, hasta el grado que un narcotraficante analfabeto se
parece, en sus condiciones materiales, más a un rico newyorkino que a un
campesino nicaragüense y que un yuppie europeo en bancarrota se desespera más
por su condición de pobreza que cualquier “mayangna” de nuestra Costa
Atlántica.
Nada de lo anterior, lo ignoran los organismos mundiales y
las instituciones financieras internacionales. Es célebre y conocida en todo el
mundo “pobre” la batalla entre el PNUD (con su concepto de Necesidades Básicas
Insatisfechas, NBI) y el BM (Línea de Pobreza, LP), por imponerse mutuamente
sus metodologías para medir la “pobreza”. Es como si dijéramos que cruzaron
aceros el ala “izquierda” multicultural y el ala “derecha” neoliberal del
postmodernismo. El Derecho contra la Economía. Sen contra Wolfensohn. El
vencedor contra el vencedor [6]. Los “pobres” son sólo números que
cuentan con un gran poder a favor o en contra del que les teme o los halaga
para defender sus intereses o arrebatarlos para ponerlos al servicio de los
propios. La “pobreza” llegó a tener carta de ciudadanía y performatividad por
la imposición de las instituciones financieras mundiales a los organismos
regionales académicos que empezaron a depender en sus investigaciones de esas
fuentes de financiamientos. En los seminarios, foros y congresos de científicos
sociales, muchos investigadores conocedores de la inutilidad de esta categoría
en vez de deconstruirla [7], la afirman aún más, desconociendo la
rica tradición sobre tipologías y estratos sociales de otros paradigmas[8],
que bien se hubiesen usado para integrarlos y superarlos, ahora pierden el
tiempo en discusiones intrascendentes sobre si
lo mejor es llamarle al fenómeno “vulnerabilidad social” o “riesgo de
empobrecimiento” (Minor y Sainz, 2004) o
volviendo a reconocer los estratos por medio de ridiculeces como “no pobres”,
“pobres moderados” y “pobres extremos” (Gomes y Gandini, 2004). El problema no
sólo es el concepto de “pobreza” sino la pobreza de “conceptos”. El modo de
derrotar a un número grande (al que
pertenecen conceptos como “humanidad”, “masas”, “género”, “opinión pública”,
“ciudadanos”, “consumidores”, “sociedad civil”, “mercado”, “audiencias”,
“pobreza”, etc) es diferenciarlos por medio de líneas de división identitarias.
El número tiene un poder en sí mismo que es necesario y suficiente para
imponerse como verdad y como deseo, por la presión que ejerce sobre individuos
que se imaginan autónomos, individuales, libres y soberanos, aunque en realidad están solos e indefensos frente a
las pantallas, símbolos, signos y relatos que les hacen creer fuentes de
composición de imaginarios con su propia complicidad y credo.
Los imaginarios no son verdades o mentiras, ni conceptos,
porque no resisten el menor análisis, sino dispositivos cuyo significado es su
uso y el poder que tienen para construir definiciones prácticas y “estructuras
de sentimientos” como las llamó Raymond Williams (2000), con una gran energía
operativa para desencadenar acciones que van desde el fomento de prejuicios
hasta las guerras. En este sentido, podemos decir que los imaginarios son los
monstruos que creó el diferencialismo. A veces me he sorprendido a mi mismo con
expresiones acerca de otras nacionalidades o grupos sociales, que no coinciden
con lo que realmente son, y yo lo sé, pero que satisfacen profundamente un nivel
de insulto y descargas, de elogios y admiración o de humor y censura, que me
complazco en engañarme con una caracterización rápida y efectiva para juzgarlos
fuera de lo “políticamente correcto”, esas nuevas prohibiciones postmodernas.
En este matiz de usar un imaginario sabiendo que no es
verdad está toda la clave de su misterio y poder.[9] De igual
manera, he sorprendido también a personas que se mueven a mi alrededor,
independientemente de su grado académico, con expresiones parecidas. De este tipo son el uso de imaginarios como “negro”, “tico”, “nica”,
“gringo”, “latino”, “árabe”, “sudaca”, “rico”, “chino”, “migrante”, “pobre”,
etc.
9.
Tesis: Hay más diferencias
que semejanzas en América Latina.
Argumento: Le
debemos a los historiadores recordarnos siempre que el saludo de los
occidentales, al estrecharse las manos derechas respectivas, es la expresión
para neutralizarlas e impedir así el apuñalamiento artero por la espalda,
cuando dos nobles se abrazaban en la Edad Media. A los antropólogos se les debe
el descubrimiento que el saludo occidental no es de uso universal y que, en una
tribu del amazonas, por ejemplo, lo efectuaban con la mano izquierda, porque la
derecha la ocupaban para limpiarse el culo. Descubrimientos inocentes de
diferencias como las de este tipo, fueron las que desencadenaron un motor nuevo
para leer los fenómenos sociales en el contexto de la globalización. Incluso,
mucha de la sabiduría de nuestra época descansa en saber cuándo, dónde y cómo
detenerse en el fraccionamiento alucinante e infinito que puede ocasionar la
diferencia. Tutsis y Hutus hoy se consideran guerras libradas en nombre de
especificidades propias de esos grupos étnicos, cuya responsabilidad corre a
cuenta exclusiva de sus elecciones. Pero en la época de la igualdad se hubiese
dicho que sus agresividades les llegaban de su rechazo a integrarse en Estados
Nacionales, los mismos que los colonizadores les impusieron y alimentaron sus
diferencias. En cualquiera de los casos, sea por imperativos políticos o por la
indolencia y abandono del diferencialismo, los culpables siempre han sido
ellos. Por defender tanto la diferencia se puede terminar diciendo lo mismo que
sus adversarios. Hoy pesan más las diferencias económicas, étnicas, políticas,
lingüísticas y sociales que las semejanzas. Quizás este sea el hallazgo al que
le debamos la evaporación del concepto de “América Latina” pero también al de
Estado-Nación.
Las antiguas divisiones de clases sociales, en las que las
burguesías nacionales se parecían unas a las otras, generalmente blancas y
“agringadas”, mientras los mestizos, indios y negros éramos encerrados en una
unidad de clase indiferenciada como obreros o campesinos, y que nos parecíamos
también en algunas áreas de Latinoamérica, se fueron desplazando por
imaginarios más globales y referidos a una escala económico racial que se
acerca o aleja del canon euro-estadounidense. Así, Nicaragua, por ejemplo,
comparte rasgos, a los ojos de los demás, más fuertes con Haití y algunos
países africanos, que con la América del Sur caucásica, pese a que algunos de
esos países sean hoy como una “Haití blanca” y hayan sido sustituidos en sus
antiguos imaginarios de sucedáneos europeos por otros rivales del mismo
subcontinente.
10.
Tesis: La migración latinoamericana hará caer
a la cultura anglosajona vacía, débil y decadente por otra amalgamada, numerosa
y desesperada. Ya les estamos tocando los portones y asaltando los muros. Como
en Roma, los bárbaros seremos nosotros y los nuevos cristianos serán los
“orientales”. Estos ocuparán su espíritu, mientras nosotros asaltaremos su
espacio y les haremos abrir sus puertas, saludándonos muertos de miedo en
nuestro idioma e invitándonos a comer nuestros propios platos.
Argumento: sólo
es un maldito deseo
Y bien, desde que he renunciado a encontrar la verdad,
porque cansado de buscarla he envejecido en su curso diciendo un montón de
tonterías, espero que estas sean las últimas diez de ellas. Por favor, Aurora,
vámonos a casa.
Managua, mayo del 2007
Managua, mayo del 2007
N O T A S
[1] “no
somos miembros de los ricos centros imperiales (de hoy o del pasado) como lo
son nuestros colegas norteamericanos y europeos, pero compartimos con ellos la
herencia formativa de los cánones de Occidente. Por otro lado, no somos educados
en grandes tradiciones no-occidentales como lo son nuestros colegas asiáticos,
pero compartimos con ellos historias de inserción en posiciones subordinadas
internas a imperios capitalistas occidentales”. (Lins Ribeiro, 2001: 162)
[2] En
un reciente trabajo de investigadores alemanes de distintas disciplinas (Thiel,
2001) se aborda el “desarrollo” para los países del sur desde todos los ángulos
y nadie de ellos se atreve a poner en duda el concepto mismo de “desarrollo”,
descontruido, tan sólo ayer, por los antropólogos y hoy por los estudios
culturales, los subalternos y algunos filósofos del lenguaje.
[3] Este
chiste se refiere a un sociólogo chileno que,
por cada investigación que efectúa sobre los desposeídos de su país, su
madre, a la que invita a su casa cada último informe, le anuncia que rezará
para que la pobreza nunca se termine y poder construir, a punta de
investigaciones sobre ella, la alberca de sus sueños.
[4]
Fernando Mires (2005) propone, presentándose como el reconstructor de
los Estados latinoamericanos por medio de la democracia, lo que el denomina
“diez peligros que corre la democracia en América Latina”, pero desculturaliza
la democracia y, además de universalizarla, no la reconoce cuando ve que los
intelectuales latinoamericanos ya no polemizan entre sí (antes nos mandábamos a
matar unos a otros) porque ese es nuestro modo de practicarla. Ver la polémica entre Quezada y Mires en
http://www.geocities.com/Athens/Pantheon/4255/mires.html y en
http://www.geocities.com/Athens/Pantheon/4255/miresd.html
[5] José
Bengoa (2003), campesinista chileno, en un balance de 25 años de estudios rurales
en América Latina, constata con pesar que “la cuestión rural” perdió su
autonomía y que “los campesinos” pasaron ahora a ser “indígenas”, cruzados por
“enfoques de género”, cultivando coca o salarizados en los “clusters”
neoliberales. “Muchos tenemos la
impresión de que el llamado ‘objeto de estudio’ se ha desdibujado cuando no se
ha ‘disuelto en el aire’, como dicen que dijo alguien” (2003: 37). A lo largo
del texto, Bengoa no se atreve a decir con todas las letras lo que él mismo
sugiere: que los “campesinos” los construyeron ellos (en el sentido de Berger y
Luckmann, 1986) en su lucha contra los descampesinistas. Y viceversa.
[6]
Desde que los derechos empezaron a reinar por encima de los deberes, se
generó ese movimiento curioso que descubrió Hegel, al instalarse dentro de los
vencedores la misma lógica que emplearon contra los vencidos. Los derechos
empezaron a oponerse unos a otros y, aquellos cubiertos por la Constitución o
por los diferentes tipos de Derechos Humanos (individuales; sociales,
económicos y culturales; y los de tercera generación) son ahora el deporte
favorito de los investigadores contemporáneos de estas áreas para averiguar
cuál es el que debe dominar sobre los demás, entrando el cartógrafo al campo de
las estrategias de poder al que pertenecen, de suyo, mapa y territorio. Hace
mucho Marx dijo, y no creo que se haya equivocado, que el articulado del
Derecho (las normas del reparto burgués) estaba pensado para limitar o anular
un artículo con otro y dejar reinando por encima de todos, el principio
sacrosanto de la propiedad privada.
[7] La pobreza no se entiende en estos esquemas como el
correlato de la riqueza y al revés. Es decir, donde hay una es porque existe la
otra. Y que la una no puede vivir sin la otra. Se cree que con destruir uno de
los términos, se acaba el problema y se ignora que sólo se traslada dentro del
otro polo el que se quiso eliminar. Como en el yin y el yan, la una ya está en
la otra. Piénsese en Michael Jackson, el
cantante negro que se hizo blanco y Eminen, el artista blanco que canta como
negro. Cada uno quiere ser el otro, sin saber que ya lo es porque en todo negro
ya está el blanco que lo ha definido y en todo blanco se encuentra el negro
como virtud de subalterno que se prohíbe desarrollar. Sustituyan “negro” por
“pobreza” y “blanco” por “riqueza” en la fórmula y piensen por favor cómo
resulta todo.
[8] La división de la sociedad en “pobres” y “ricos”,
categorías de raíz cristiana y de las cuales se encuentran buenas definiciones
en la Biblia que no citan los especialistas latinoamericanos de hoy (pero sí
los ya olvidados teólogos de la liberación) y presociológica (fue muy usada por
los escritores románticos del siglo XIX, ingleses, franceses y alemanes, como
Víctor Hugo, Charles Dickens y Novalis). Su uso era siempre objeto de desprecio
por parte de esquemas más sofisticados, como el marxismo con su estratificación
de clases sociales, el funcionalismo con sus ricos estratos cruzando ingresos y
educación, los “ideal tipo” de Weber, que brindaron buenos frutos en los
estudios agrarios al cruzarlos con Chayanov y originar los estratos por
“sistemas de producción” de los que ya nadie habla y ya no digamos la de los
antropólogos. En fin, en vez de avanzar superando e integrando a la vez los viejos
modos de dividir a la sociedad, la CEPAL, FLACSO y CLACSO retrocedieron mil
años luz. Ahora asistimos a un sorprendente fenómeno donde los organismos
financieros mundiales son los que se preocupan por defender a los “pobres” y
eliminar la “pobreza”. No deja de ser irónico que exactamente esa fue la misión
que se impuso a sí mismo el marxismo y de cuyo fracaso se aprovechó quienes hoy
lo sustituyen casi con el mismo discurso.
[9] Incluso, entre dos o más imaginarios, siempre se impone
el que cuenta con mayor poder. En Fahrenheit 9/11, Michael Moore presenta,
cuando se está burlando de la calidad de los países aliados de EEUU en su
invasión contra Irak, a un hombre famélico y semidesnudo, en una carreta de
bueyes azuzándolos con una pica, representando a Costa Rica, cuando esa misma
imagen es la que precisamente administran la mayor parte de los “ticos” para representarse a los
“nicas”. Del mismo modo, en “La cosa más dulce”, film cuya
protagonista principal es Cameron Díaz, se establece un diálogo entre dos
hermanos en el cual uno le recomienda al otro, para superar su depresión, un
viajecito a Costa Rica donde las chicas locales le pueden hacer una deliciosa
felación por menos de cinco dólares.