LOS CONDENADOS DEL DUALISMO
Por Freddy Quezada
A Josefina, para reparar un error
Aristóteles, el padre de la cultura occidental, acostumbraba a decir que “de todas las cosas el fin es siempre lo más importante”. Es hasta con Kant que tal principio se espiritualizará y dominará como un imperativo, teniendo al movimiento, para llegar a él, como subordinado e insignificante. Dos siglos después, las cosas serán al revés. Lo mismo de siempre: fines y medios. ¡Qué condenados estamos al dualismo!
No sé a dónde conducen mis problemas actuales, pero siempre que busco las soluciones, pienso en dicotomías definitivas y bifurcaciones radicales. Cuando leo una situación o la analizo. Y si busco consejos con amigos/as, lo más inteligente que me brindan son salidas intermedias, negociadas, equidistantes o combinadas con las opciones polares. Me pasa lo que sucede a todo el mundo. Siento que el mundo se nos repite. Y es esta la verdadera epistemología.
Me sigue pareciendo una locura que la cultura humana se mueva en dualismos, cerrados o abiertos, para tratar de justificar su sentido de estar (o ser) en el mundo. ¿Es tan difícil renunciar al sentido y reconocer que lo auténtico está en la gratuidad de la vida? Reconociendo que no somos originales en nada, es como lo somos. Fernando Savater, le dice a esto “confundir el aburrimiento con el Nirvana”. Es que no hay diferencia y Savater se engaña.
Sé que parece un juego tonto de palabras, de esos que ya cansan, pero es como decir que “la excepción confirma la regla” porque es parte de esta última; si no existiera excepción, la sola regla fuera… excepción!!! El perro se muerde la cola.
Alfred Whitehead, un matemático y filósofo inglés, medio en broma y medio en serio, dijo una vez que, desde Platón, la filosofía occidental no era más que notas al margen del dualismo fundado por él. No sé como lo llegó a saber, pero es algo que sólo se descubre comprendiendo al budismo en general y al Zen en particular. Pero también ellos son víctimas de su propio descubrimiento y creo que ni lo saben sencillamente porque no les importa. La revelación es demasiado grande como para ignorarla o reducirla, anulándola o aplicándole a sí misma sus propias contradicciones para disolverlas .
Aquí es dónde están los verdaderos retos de la epistemología; claro, para el típico occidental que busca causas y soluciones, como nosotros. Nadie escapa a su tiempo ni a su cultura.
Todos tomaron a broma o a exageración de excéntrico, lo dicho por Whitehead. Tomado en serio, de verdad puede hacernos reír, pero sólo al final de todo, donde no hay, precisamente, nada. Mientras tanto, hagamos el recorrido para reconocer su inutilidad, como nos hizo Wittgenstein en su Tractatus.
Recuerdo que hace tiempo, hice una ponencia en un foro de filosofía
(http://www.geocities.com/Athens/Parthenon/6248/desorden.htm) donde listaba varias obras de distintos temas, diferentes autores y variados tiempos. Sin aún salir de la impresión que me ocasionó descubrir el fundamento dualista de la cultura occidental, lo puse a prueba examinando todos esos textos. Y el resultado asombroso fue que todos de alguna manera compartían la perspectiva dualista y sólo algunos proponían el punto medio como la gran solución. Quedé profundamente intrigado por el fenómeno. Otra vez la sensación que todo se repite. Un monismo simple, un dualismo inteligente o un punto medio complejo. Parménides/Plotino, Platón y Aristóteles. No hay más. Es una cadena muy pobre para ser real.
Años después, explorando la bibliografía budista, y discutiendo con algunos amigos, en particular con un sacerdote dominico, Rui Manuel Grácio das Neves, muy inteligente y preocupado por los mismos temas epistemológicos que yo, descubrimos que el dualismo no es privativo de la cultura occidental, sino, en realidad, del pensamiento humano.
Es a Ludwig Wittgenstein, precisamente, a quien debemos el descubrimiento espectacular que detrás de todo pensamiento sólo hay lenguaje y nada más. No hay pensamiento independiente. “El lenguaje es el límite del pensamiento y la lógica es el límite del lenguaje”.
De hecho, el pensamiento es lenguaje. Y, siendo así, todo el reino del pensamiento está sujeto a las mismas normas del lenguaje y, por extensión, de la cultura. Tales reglas, también, son las del juicio para obtener la diferencia (Lyotard) entre unos y otros. Así, no somos más que ingenieros de “familias de proposiciones”, ‘’regímenes de frases” y “géneros de discursos”.
Semejante bomba, le hizo decir en sus últimas obras a Wittgenstein, que las reglas se pueden cambiar o jugar con ellas. Y es en realidad lo que hacemos todos los días, cuando hablamos, escribimos o nos comunicamos. El pensamiento, incluido en esta colonia, ya no se lo considera tan rígido como en otras escuelas. Incluso, jugando con las reglas puede llegar a disolverse, según Wittgenstein. También este descubrimiento lo acerca a los budistas, aunque es posible que su fuente sean más bien los místicos cristianos.
Una cosa así, tiene parentesco, al menos en lo que a reglas se refiere, con los estructuralistas que, empezando con la antropología (Claude Lévi-Strauss), terminaron por la lingüística (Ferdinand Sassure) y el psicoanálisis (Jacques Lacan). Y, como se sabe, ellos son los amos del dualismo serio. Sólo a dos de sus herederos, los he visto luchar contra ellos: Gilles Deleuze y Jacques Derrida. Y más al primero que al segundo. Batallando a muerte contra el dualismo, estos postestructuralistas nos han enseñado una nueva locura sin ninguna posibilidad de éxito: “desconstruir rizomas o rizomar desconstrucciones”.
Los modos en que pueden romperse los dualismos, a mi juicio, es con las paradojas del centro (monismo simple) o con los estallidos del caos (todos los grados del punto medio) pero, ¡oh callejón sin salida!, de nuevo el dualismo que venimos de romper, aparece en virtud, por un lado, de las paradojas de un centro que son “dos” y que se reproducen en un árbol de bifurcaciones que, por otro lado, terminan por producir “copas” donde se confunden unos dualismos con otros. ¡Todo empieza a girar en un torbellino! Es el caos con un orden oculto. O, al revés, el orden con un caos por base. Y, otra vez, ¡magia!, el dualismo. ¿Hay salida?
Cesar el pensamiento, entregarse al silencio es anularlos, como dice el Zen, pero… ¿no es esto también un monismo que se puede romper a carcajadas e irnos a dormir para soñar que estamos vivos? ¿Hay salida? ¿Por qué tenemos que buscar salidas? ¿De dónde nos viene la necedad de buscar soluciones? ¿De la acción? Nadie puede saber si no haciendo nada se consigue más que actuando. Porque nadie quiere estar quieto ni en silencio. Todos reconocemos el movimiento en la acción, pocos saben que no hay fin último que perseguir.
El grito de Eduard Berstein, que fue confundido en su tiempo como el de un oportunista, cuando en verdad ha sido siempre la bandera desesperada de los nihilistas que genera la modernidad, es ahora el más sabio:
“El movimiento lo es todo; el fin último, nada”.
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