jueves, 21 de mayo de 2009

Diez tesis "poderiales" sobre América Latina

DIEZ TESIS PODERIALES SOBRE AMERICA LATINA

Por Freddy Quezada

“Poderial”, es un neologismo parecido al anglicismo empowerment. A mis oídos suena sin dulzura y con un acento acerado, como lo opuesto de la palabra “Aurora”, el nombre de mi compañera. Poderial es una palabra extraña y fea. Al inventarla, la siento como ese tipo de flores bellas que nacen en los pantanos pero que, apenas uno se acerca para aspirarlas, se entera de su fetidez. O, quizás, a una marca de aquellos exquisitos quesos, nacidos de los peores estercoleros. A como sea, esta palabra, bello fruto sostenido por unas raíces nauseabundas, viene de “poder” como eje de reflexión. Esa práctica que Ken Wilber (1999), autor de las nuevas teorías holísticas del pensamiento de segundo grado, coloca en lo que llama “meme” rojo. Ese poder que ha repugnado siempre a las almas sensibles y delicadas cuando las engañan quienes se presentan enmascarados con su abnegada vocación de servicio público. Ese poder que investigaron en su tiempo y a su manera, lúcida y sin concesiones, Maquiavelo (en la política), Hobbes (en la naturaleza humana), Sade (a través del placer), Marx (en la economía de las clases sociales), Nietzsche (a través de una voluntad creadora) y Foucault (en las resistencias microfísicas).

Los latinoamericanos hemos venido lamentándonos de nuestra suerte, sea por la vía de la identidad desgarrada o por el reclamo de derechos conculca dos. En ambos casos, nos presentamos como víctimas de injusticias (como si también no las ejerciéramos nosotros) y como vencidos pasivos (como si no ejecutáramos de vez en cuando venganzas contra los prójimos más cercanos). Creemos que está fuera todo lo que padecemos y preferimos ignorar que hacemos sufrir dentro, a los que no somos nosotros, en cualquiera de los papeles que nos identifiquemos.

El poder es un esquema usado por marxistas y liberales para emancipar, reivindicar, regular, oprimir o reducirlo sólo a los marcos del Estado-nación y a los conflictos entre ellos. Quizás en estas reflexiones se encuentren ecos parecidos, pero hasta ahí llegan las semejanzas. El poder es la relación social más importante que sostienen los vínculos sociales.

En nuestra época y  nuestros espacios, transitan a través de imaginarios potenciados por la seducción del deseo (usuales en el consumo y la publicidad), la multiplicación, velocidad y cobertura de los medios de comunicación. Los territorios pueden aparecer o desaparecer, es lo de menos. Lo importante son los procesos de formación, seducción y credibilidad de los imaginarios que nacen y desaparecen según les creamos o no a ellos, los compartamos haciéndolos viajar y componer en otras cabezas como si fueran deseables.



1.     Tesis: América Latina no existe

Argumento: América Latina es un invento de ilustrados, una obsesión de libertadores traicionados, una pasión de escritores de comienzos del siglo XX,  una quimera tanto de izquierdistas como de románticos conservadores, una ilusión de teólogos y filósofos utópicos, un horizonte de revoluciones traicioneras, fracasadas o congeladas y, por último, un negocio de políticos, universidades, centros de investigaciones e intelectuales orgánicos e institucionales, tanto dentro de la misma América Latina como fuera de ella.

En las universidades Latinoamericanas y Caribeñas, en las europeas y norteamericanas,  somos estudiados por nuestros propios paisanos, como algunos ya lo están haciendo (como copias vulgares del postcolonialismo de Said, Bahba y Spivak) pese a esfuerzos de pensadores como Gustavo Lins Ribeiro (2001) [1] , con el postimperialismo; Edgardo Lander (2000), con la crítica al postmodernismo aún eurocéntrico; Fernando Coronil (2000), con la crítica al postcolonialismo aún muy “commonwealth”; Walter Mignolo (1998), con el postoccidentalismo y Nelly Richards (2001), con la denuncia del “internacionalismo académico” y su capacidad de imponer agendas en los debates intelectuales.

Así como los medios viven de preocuparnos todos los días, tengan o no solución los problemas, los ilustrados latinoamericanos viven de renovar o regresar a conceptos viejos, atrasados y uniformes (como “pobreza”, “democracia”, “América Latina”, “pueblo”, “desarrollo” [2] con apellidos, etc) como monedas que, sin metáforas, literalmente nos dan de comer, como una anécdota contada por James Petras, que nos deleitó hace muchos años y mantiene su vigencia: la “madrecita chilena” [3], o bien, aquella en la que varios especialistas internacionales sobre la pobreza africana, en una elegante reunión de la ONU, disputaban países y territorios para sus consultorías, hasta que el más “sensato” de ellos los calmó confesándoles que en el continente “negro” había “hambre para todos”.

Intelectuales como Darcy Ribeiro, Cabrera Infante, Vargas Llosa y Borges, también se  preguntaron dudosos en algún momento: ¿Existe América Latina? Mientras dominó el imaginario de solidaridad entre las clases medias durante la parte más gruesa del siglo XX, se creyó en su realidad y muchos escapamos de morir por ella. Hace poco, en un intercambio de correos electrónicos publicados por el periódico español El País, dos autores con éxito en el exilio, Ricardo Piglia de origen argentino muy a gusto en EEUU y Roberto Bolaño, chileno recientemente fallecido y una sensación como escritor en Italia y en España sobre todo por su novela póstuma “2666”, exploraban el sentimiento de lo “latinoamericano” en contextos multiculturales, terminando por acordar que el sentido de eso es cada vez más débil y extraño, recordándonos un poco a Agamben sobre lo que decía de los exiliados. Jorge Luis Borges, dijo una vez como boutade que América Latina no existía, algo que debió tomarse más en serio, como en efecto lo hago yo aquí. Pero no hay que hacer de la necesidad una virtud. Que una cosa sea como es, no se deriva que la celebremos o la censuremos. Esta suerte de serenidad es la que los alemanes llaman Gelassenheit. De la lucidez de un hecho, no debe desprenderse como necesidad su cambio o su restauración, ni siquiera su mantenimiento. Uno es lo observado. Tal es la sencilla sabiduría krishnamurtiana. América Latina no fue más que un invento de Michel Chevalier en 1835, en un momento en que la oligarquía criolla latinoamericana se deslumbraba por la cultura francesa, como hoy lo hacen con la “gringa”, recogido después de las secuelas del Ariel de Rodó, por el poder de la América anglosajona para definirnos al mismo tiempo que afirmar, con ella, a nuestros definidores. Tener el valor de reconocer la inexistencia de América Latina, fruto de nuestra imaginación de ilustrados y camisa de fuerza de nuestras iniciativas, probablemente termine la discusión insoportable de  preguntarnos siempre quiénes diablos somos y ahora empezar sin complejos ni prejuicios desde nuestra simple condición de mortales en un campo de fuerzas “fragmegrado” (fragmentación + integración) y “glocalizado” (globalización + localización). Muerto el perro se acabó la rabia.

2.     Tesis: no importan las América Latinas que puedan, deban o no quieran ser. Esa es fuente de la que se alimentan los vividores del tema. Sólo sé que nos domina una fuerte diferenciación de imaginarios étnicos donde en el techo está el descendiente europeo y en el suelo el indígena y el negro. El mestizo no es más que otra construcción del “criollo disminuido” que siempre fueron nuestros intelectuales.

Argumento: Aníbal Quijano (1992; 1998; 2000) es el único que ha sabido ver esto sin dejarse llevar por paradigmas clasistas, modernos o postmodernos. Es un aspecto que nos domina desde la colonia. Todo nuestro tejido social está profundamente condicionado por una escala racial de fondo que los paradigmas positivistas, liberales, marxistas y neoliberales sólo han sabido invisibilizar. Todos manejamos dentro de nuestros países y entre ellos, imaginarios raciales construidos desde la historia transmitidas en las escuelas y universidades y además, los medios terminan de rematar, pero que los paradigmas contemporáneos siempre ocultan.

Esto no sólo sucede en América Latina, sino en todos los continentes. Yo, en lo personal, no puedo separar a un argentino, por ejemplo, de un hombre urbano, blanco, de brazos peludos, voz ronca y grandilocuente, que probablemente nada tenga que ver con los argentinos reales (como el Che Guevara que es el menos argentino de ellos, aunque el mejor) pero que puebla mi cabeza desde que en mi niñez seguía por la radio primero y  por la televisión, después, un popular programa cubano, “Tres Patines”, donde Patagonio Tucumán y Bandoneón acusaba siempre de estafa al charlatán isleño. Debe pasar lo mismo desde ellos con respecto a los nicaragüenses. Y de un latinoamericano a otro.



3.     Tesis: No hay dos América Latinas: la legal y la real, sino sólo una: la que no conocemos

Argumento: Alejandro Serrano (2004: 79-81), filósofo nicaragüense, ha desarrollado tres tesis sobre América Latina. Basado en ideas  de Octavio Paz y Carlos Fuentes, que al menos rompieron con la tradición de James Petras (2000), Martha Harnecker (2003), Bernardo Klikberg (2004), Pablo González Casanova y Fernando Mires[4], prácticamente se reduce a decirnos que hay dos América Latinas, una real y otra legal, donde esta última trata de reducir, recortar y configurar a aquella. De tal lógica se desprende que los dirigentes latinoamericanos desde la política “dicen lo que no hacen para hacer lo que no dicen”, como lo señala correctamente Serrano. El asunto aquí tiene por eje, hacer ver que América Latina real es diferente de la legal. En realidad, creo yo, hay una sola, pero no la hemos podido conocer, simplemente porque a lo mejor no existe o jamás existió. Conocemos la ilustrada, venida desde los esquemas de la cultura escrita (aún de los cronistas más antiguos, de los antropólogos más radicales y la de los nihilistas más extremos) provenientes de nuestros colonizadores y educadores. Lo legal siempre ha existido, lo real nunca. No sabemos, no lo podemos hacer por los límites impuestos por nuestro lenguaje escriturario, qué son los no ilustrados, los “indios”, los “negros”, los “bárbaros”, “la gente real”, “los campesinos”[5], porque a los que conocemos por esas identidades, los hemos creados nosotros desde nuestros universos imitados, vacíos y repetidos, incluso con la colaboración de universidades, foros y centros de investigaciones como los que financian y organizan encuentros donde lo importante son los viáticos jugosos, el valor de los boletos aéreos de ida y regreso, el precio y regateo de las tarifas de inscripción, pasear, conocer los ritos y protocolos para saludar a las “vacas sacras” del evento o, ganarse la fama a costa de ellas por parte de los jóvenes, como aquellos vaqueritos que llegaban a retar en las ferias del lejano oeste a los viejos pistoleros.

4.     Tesis: América Latina no ha sido siempre víctima, también ha tenido y sigue teniendo sus venganzas.

Argumento: en una relación de poder, las resistencias que él mismo genera, quiebra ese dualismo de origen cristiano, donde se cree que el amo controla absolutamente todo y los esclavos están completamente inmovilizados y pasivos. Este imaginario nos ha hecho ver la historia como la narración de víctimas y victimarios, cuando en realidad no es más que el choque de verdugos diferentes, donde uno pierde y el otro resulta vencedor.  Los subalternos también responden y en muchos casos con una crueldad superior o parecida a la de sus verdugos, como en las revoluciones. Una vez el Marqués de Sade dijo que la astucia es el arma de los esclavos. Yo agregaría que también la simulación y la venganza en pequeña escala. Las sociedades no son más que campos de fuerzas con identidades profundamente cambiantes como las nubes. No sé por qué imagino este escenario como el sueño de la clase media (en el sentido del Brahman de la tradición hindú) que no logra despertar y sigue creyendo que todos los personajes que crea son realidad. Me parece que hay que descargarle una monumental bofetada para que despierte y nos obsequie una sonrisa de serenidad. Las victimizaciones refuerzan el polo que, paradójicamente, quieren derrotar precisamente los herederos de esas concepciones redentoras y heroicas de la modernidad. Como no es una unidad, América Latina encierra dentro de ella todo el universo que nos hace creer que está fuera y que no puede ver que practica todas las injusticias dentro de ella, que condena. Sólo el reino de las diferencias nos abrió los ojos en este sentido, para volverlos a cerrar nuevamente con sus endurecimientos y esencialismos.


5.     Tesis: América Latina ha llegado a ser lo que ha sido siempre: una amalgama

Argumento: hay una serie de sectores dentro de América Latina cuya coherencia sólo les llega de los distintos proyectos ilustrados que buscan uniformarla, homogenizar su destino e imponerles una identidad única y eterna. En esto coinciden enemigos y defensores de América Latina, desde los Eduardo Galeano hasta los Carlos Alberto Montaner. Pero en verdad América Latina es una amalgama, sin orden ni concierto, sin solución de continuidad entre sus fragmentos. Si se imponen imaginarios a todas las partes es por razones puras de poder y no por esencialismo, destino, naturaleza, proyecto o sentido. Dejemos de hablar por nuestros propios inventos escriturarios como lo reconoce Scheines (1995:195); “Nosotros los latinoamericanos fundamos la patria en la escritura. Si no lo hiciéramos, aquí no se podría vivir”. Acabemos de convencernos que nos alimentamos de nuestras propias criaturas o residuos, como esa variedad de pollos industriales dispuestos en circuitos y canaletes alternos donde los que están en los depósitos superiores descargan para  que se alimenten los de la escala inferior y engorden para su sacrificio. Este procedimiento hace de estas carnes insípidas y de baja calidad, exactamente como nuestras ideas.

6.     Tesis: Samuel Huntington tiene razón en temer a los latinoamericanos, pero por las razones equivocadas.

Argumento: en un ensayo, “The Hispanic Challenge”, y en su próximo libro: “Quiénes somos”, Samuel Huntington descubre que los mexicanos han “establecido cabezas de playa” por todo el territorio estadounidense. A su juicio, esta invasión  es un peligro para la identidad histórica, cultural y lingüística de EEUU, así como para los sistemas políticos, legales, comerciales y educativos; y aun para su integridad territorial. El autor llega al extremo de sostener que ‘la división cultural’ entre hispanos y anglos podría reemplazar a la división racial entre negros y blancos como ‘la más grave división en la sociedad americana’. Los latinoamericanos con su alto índice de natalidad, y su no adaptación al sistema de vida, han hecho que sus tradiciones culturales se transmitan a las próximas generaciones. Con esto Huntington, apunta hacia el fenómeno de las migraciones como el próximo gran reto en cuanto a seguridad nacional se refiere. Las migraciones de latinoamericanos, sobretodo de mexicanos, a suelo estadounidense representa un peligro inminente a los valores  tales como el idioma inglés, el calvinismo, el apego al imperio de la ley, los derechos del individuo, la ética del trabajo, entre otros.

En efecto, a Huntington le asiste la razón en sus temores, pero las divisiones que él ve, no serán tan claras como las que gobiernan su imaginario, parecido al “Patagonio” que sigue dominando el mío. Probablemente algunas de sus hijas, si es que tiene y me encantaría conocerlas, se enamorará de un “hispanic” culto, blanco y con una excelente dicción inglesa, pero no sabrá que es una combinación en sí mismo por la invisibilización que sufren todos ellos. Como en la película “Un día sin mexicanos” de Sergio Arau,  en la que desaparecen 14 millones de latinos y una mañana no hay quien limpie los platos, corte el pasto, enamore a las gringas, riegue las flores o barra las calles. No hay campesinos, policías, albañiles, ni nanas. Sammy - para los amigos confianzudos que aspiran a ingresar a su familia -,  nos asigna una cultura más fuerte de la que realmente tenemos, aunque sabemos que donde se fortalece en parte es por el lado de los migrantes. Este consejero del amo, ve el lado de poder de los vencidos, pero en vez de celebrar la integración de una parte de ellos, teme la rebeldía de la otra. Pero, se equivoca creyendo que la rebelión le llegará por la vía clásica. En la cultura culinaria, por ejemplo, uno de los pocos sitios donde se dan cita élite y plebe, se puede conquistar el estómago de los refinados, al fin y al cabo, como los negros con su música rap, se puede ocupar como arma lo que mejor se sabe hacer. Tal vez, una cultura tan sin cocina y sin telenovelas como la gringa, ella misma telenovela de la cultura europea, termine por ser hechizada en sus eslabones culturales más débiles.

7.     Tesis: El poder del imaginario latinoamericano al ejercerse se goza y el placer al gozarse se quiere repetir.

Argumento: para explicarme, prácticamente se necesita cruzar las concepciones de Foucault (el poder reticular) con las de Sade (el placer). Un cruce entre un gay y un libertino. Un excluido que supo responder al sistema y un aristócrata rebelde que supo ver en el poder, la mayor de las lubricidades rindiéndole homenaje con su filosofía escandalosa. El placer es un negocio del consumo y la publicidad, un lubricante del poder. Cuando la intención coincide con el acto, se produce el poder (como si fuera magia) y cuando se le agrega gozo, tenemos la fórmula de la felicidad contemporánea. Nadie se atreve a decirlo porque lo impide la máscara del bien común, las promesas de redención, el horizonte prometeico y los cretinos escrúpulos éticos. Esta es la debilidad de concepciones como las de García Canclini (1990), considerando que sus procesos de hibridación se hacen de modo plano y dialógico, donde no se impone nadie, como versiones culturales de las viejas ideas soviéticas de la coexistencia pacífica, y las de Jesús Martín Barbero (1997), sin renunciar a su discurso emancipador de pequeña escala y a las racionalidades weberianas y salvíficas para comprender a grupos reducidos, virtuosos en su diferencia.

El poder de los medios de comunicación encuentra su fuerza para construir y hacernos pasar los imaginarios con nuestra propia complicidad en el placer de la publicidad, que nos los impone agradando, y en la devolución del reflejo a través del consumo y del número, incluyendo los canon nacidos de libros e investigaciones, también impuestos como, por ejemplo, las ideas sencillas y lineales (“meme naranja”)  de Francis Fukuyama (1992), las simples y rotundas (“meme azul”) de Samuel Huntington (1997), pese a las críticas demoledoras de Jacques Derrida (1995) a aquel y de Edward Said (2001) a este, que muy pocos conocen (“meme verde”).

América Latina, con estas herramientas, se nos aparece así como Costa Rica en sus trípticos para turistas, cuando todos sabemos que no es cierto, que unos a otros nos invadimos, nos despreciamos por las diferencias raciales, nos envidiamos las riquezas, que no le dejamos salidas al mar a nuestro vecino, que devolvemos a los inmigrantes del país contiguo de nuestras fronteras, que traicionamos juntos o separados, frente al amo, al país desobediente o rebelde. En resumen, ya no somos latinoamericanos, hemos dejado de sabernos tales desde nuestros espacios y quizás el único sitio donde lo recuperamos sea en el vientre del monstruo que nos definió, aunque ahí tampoco se terminan las diferencias.

8.     Tesis: Nadie sabe quiénes son los pobres, mucho menos la pobreza.

Argumento: la pobreza es un imaginario que supone a víctimas pasivas, uniformes y homogéneas en un sufrimiento dotado de un sentido trascendente en el que no se puede permitir el sacrificio de los inocentes y en el que mientras se juzga a los responsables, deben prepararse esquemas de distribución de la riqueza, cuando ésta es mal vista, o eliminar a la pobreza, cuando aquella debe ser respetada. Los pobres, ese concepto del siglo XIX, que superaron marxistas (a través del clasismo) y académicos liberales (como Weber, Aron, Berlin, Parsons, Merton) a través de estratos y grupos específicos, desde la mitad del siglo XIX hasta cerca del XX y que ha vuelto a revivir, por la cobardía de los intelectuales derrotados, servidores de la voluntad de las agencias de financiamiento de sus investigaciones, que las condicionan y las echan a  perder desde el despegue por el uso de estos conceptos inservibles, por universales y uniformadores, ha regresado con todas su desventajas y favores.

Nadie dice, ni críticos ni defensores, al amparo de un concepto tan general como los que se vienen de destruir, que los pobres también son criminales, vengativos, astutos, rebeldes, perversos y libertinos y, sobre todo, diferentes entre sí, hasta el grado que un narcotraficante analfabeto se parece, en sus condiciones materiales, más a un rico newyorkino que a un campesino nicaragüense y que un yuppie europeo en bancarrota se desespera más por su condición de pobreza que cualquier “mayangna” de nuestra Costa Atlántica.

Nada de lo anterior, lo ignoran los organismos mundiales y las instituciones financieras internacionales. Es célebre y conocida en todo el mundo “pobre” la batalla entre el PNUD (con su concepto de Necesidades Básicas Insatisfechas, NBI) y el BM (Línea de Pobreza, LP), por imponerse mutuamente sus metodologías para medir la “pobreza”. Es como si dijéramos que cruzaron aceros el ala “izquierda” multicultural y el ala “derecha” neoliberal del postmodernismo. El Derecho contra la Economía. Sen contra Wolfensohn. El vencedor contra el vencedor [6]. Los “pobres” son sólo números que cuentan con un gran poder a favor o en contra del que les teme o los halaga para defender sus intereses o arrebatarlos para ponerlos al servicio de los propios. La “pobreza” llegó a tener carta de ciudadanía y performatividad por la imposición de las instituciones financieras mundiales a los organismos regionales académicos que empezaron a depender en sus investigaciones de esas fuentes de financiamientos. En los seminarios, foros y congresos de científicos sociales, muchos investigadores conocedores de la inutilidad de esta categoría en vez de deconstruirla [7], la afirman aún más, desconociendo la rica tradición sobre tipologías y estratos sociales de otros paradigmas[8], que bien se hubiesen usado para integrarlos y superarlos, ahora pierden el tiempo en discusiones intrascendentes sobre si  lo mejor es llamarle al fenómeno “vulnerabilidad social” o “riesgo de empobrecimiento” (Minor y Sainz, 2004)  o volviendo a reconocer los estratos por medio de ridiculeces como “no pobres”, “pobres moderados” y “pobres extremos” (Gomes y Gandini, 2004). El problema no sólo es el concepto de “pobreza” sino la pobreza de “conceptos”. El modo de derrotar a un  número grande (al que pertenecen conceptos como “humanidad”, “masas”, “género”, “opinión pública”, “ciudadanos”, “consumidores”, “sociedad civil”, “mercado”, “audiencias”, “pobreza”, etc) es diferenciarlos por medio de líneas de división identitarias. El número tiene un poder en sí mismo que es necesario y suficiente para imponerse como verdad y como deseo, por la presión que ejerce sobre individuos que se imaginan autónomos, individuales, libres y soberanos, aunque en  realidad están solos e indefensos frente a las pantallas, símbolos, signos y relatos que les hacen creer fuentes de composición de imaginarios con su propia complicidad y credo.

Los imaginarios no son verdades o mentiras, ni conceptos, porque no resisten el menor análisis, sino dispositivos cuyo significado es su uso y el poder que tienen para construir definiciones prácticas y “estructuras de sentimientos” como las llamó Raymond Williams (2000), con una gran energía operativa para desencadenar acciones que van desde el fomento de prejuicios hasta las guerras. En este sentido, podemos decir que los imaginarios son los monstruos que creó el diferencialismo. A veces me he sorprendido a mi mismo con expresiones acerca de otras nacionalidades o grupos sociales, que no coinciden con lo que realmente son, y yo lo sé, pero que satisfacen profundamente un nivel de insulto y descargas, de elogios y admiración o de humor y censura, que me complazco en engañarme con una caracterización rápida y efectiva para juzgarlos fuera de lo “políticamente correcto”, esas nuevas prohibiciones postmodernas.

En este matiz de usar un imaginario sabiendo que no es verdad está toda la clave de su misterio y poder.[9] De igual manera, he sorprendido también a personas que se mueven a mi alrededor, independientemente de su grado académico, con expresiones parecidas.  De este tipo son el uso de  imaginarios como “negro”, “tico”, “nica”, “gringo”, “latino”, “árabe”, “sudaca”, “rico”, “chino”, “migrante”, “pobre”, etc.

9.     Tesis: Hay más diferencias que semejanzas en América Latina.

Argumento: Le debemos a los historiadores recordarnos siempre que el saludo de los occidentales, al estrecharse las manos derechas respectivas, es la expresión para neutralizarlas e impedir así el apuñalamiento artero por la espalda, cuando dos nobles se abrazaban en la Edad Media. A los antropólogos se les debe el descubrimiento que el saludo occidental no es de uso universal y que, en una tribu del amazonas, por ejemplo, lo efectuaban con la mano izquierda, porque la derecha la ocupaban para limpiarse el culo. Descubrimientos inocentes de diferencias como las de este tipo, fueron las que desencadenaron un motor nuevo para leer los fenómenos sociales en el contexto de la globalización. Incluso, mucha de la sabiduría de nuestra época descansa en saber cuándo, dónde y cómo detenerse en el fraccionamiento alucinante e infinito que puede ocasionar la diferencia. Tutsis y Hutus hoy se consideran guerras libradas en nombre de especificidades propias de esos grupos étnicos, cuya responsabilidad corre a cuenta exclusiva de sus elecciones. Pero en la época de la igualdad se hubiese dicho que sus agresividades les llegaban de su rechazo a integrarse en Estados Nacionales, los mismos que los colonizadores les impusieron y alimentaron sus diferencias. En cualquiera de los casos, sea por imperativos políticos o por la indolencia y abandono del diferencialismo, los culpables siempre han sido ellos. Por defender tanto la diferencia se puede terminar diciendo lo mismo que sus adversarios. Hoy pesan más las diferencias económicas, étnicas, políticas, lingüísticas y sociales que las semejanzas. Quizás este sea el hallazgo al que le debamos la evaporación del concepto de “América Latina” pero también al de Estado-Nación.

Las antiguas divisiones de clases sociales, en las que las burguesías nacionales se parecían unas a las otras, generalmente blancas y “agringadas”, mientras los mestizos, indios y negros éramos encerrados en una unidad de clase indiferenciada como obreros o campesinos, y que nos parecíamos también en algunas áreas de Latinoamérica, se fueron desplazando por imaginarios más globales y referidos a una escala económico racial que se acerca o aleja del canon euro-estadounidense. Así, Nicaragua, por ejemplo, comparte rasgos, a los ojos de los demás, más fuertes con Haití y algunos países africanos, que con la América del Sur caucásica, pese a que algunos de esos países sean hoy como una “Haití blanca” y hayan sido sustituidos en sus antiguos imaginarios de sucedáneos europeos por otros rivales del mismo subcontinente.

10.                 Tesis: La migración latinoamericana hará caer a la cultura anglosajona vacía, débil y decadente por otra amalgamada, numerosa y desesperada. Ya les estamos tocando los portones y asaltando los muros. Como en Roma, los bárbaros seremos nosotros y los nuevos cristianos serán los “orientales”. Estos ocuparán su espíritu, mientras nosotros asaltaremos su espacio y les haremos abrir sus puertas, saludándonos muertos de miedo en nuestro idioma e invitándonos a comer nuestros propios platos.

Argumento: sólo es un maldito deseo

Y bien, desde que he renunciado a encontrar la verdad, porque cansado de buscarla he envejecido en su curso diciendo un montón de tonterías, espero que estas sean las últimas diez de ellas. Por favor, Aurora, vámonos a casa.

      Managua, mayo del 2007

N          O          T            A          S


[1]               “no somos miembros de los ricos centros imperiales (de hoy o del pasado) como lo son nuestros colegas norteamericanos y europeos, pero compartimos con ellos la herencia formativa de los cánones de Occidente. Por otro lado, no somos educados en grandes tradiciones no-occidentales como lo son nuestros colegas asiáticos, pero compartimos con ellos historias de inserción en posiciones subordinadas internas a imperios capitalistas occidentales”. (Lins Ribeiro, 2001: 162)

[2]               En un reciente trabajo de investigadores alemanes de distintas disciplinas (Thiel, 2001) se aborda el “desarrollo” para los países del sur desde todos los ángulos y nadie de ellos se atreve a poner en duda el concepto mismo de “desarrollo”, descontruido, tan sólo ayer, por los antropólogos y hoy por los estudios culturales, los subalternos y algunos filósofos del lenguaje.

[3]               Este chiste se refiere a un sociólogo chileno que,  por cada investigación que efectúa sobre los desposeídos de su país, su madre, a la que invita a su casa cada último informe, le anuncia que rezará para que la pobreza nunca se termine y poder construir, a punta de investigaciones sobre ella, la alberca de sus sueños.
[4]               Fernando Mires (2005) propone, presentándose como el reconstructor de los Estados latinoamericanos por medio de la democracia, lo que el denomina “diez peligros que corre la democracia en América Latina”, pero desculturaliza la democracia y, además de universalizarla, no la reconoce cuando ve que los intelectuales latinoamericanos ya no polemizan entre sí (antes nos mandábamos a matar unos a otros) porque ese es nuestro modo de practicarla.  Ver la polémica entre Quezada y Mires en http://www.geocities.com/Athens/Pantheon/4255/mires.html y en http://www.geocities.com/Athens/Pantheon/4255/miresd.html

[5]               José Bengoa (2003), campesinista chileno, en un balance de 25 años de estudios rurales en América Latina, constata con pesar que “la cuestión rural” perdió su autonomía y que “los campesinos” pasaron ahora a ser “indígenas”, cruzados por “enfoques de género”, cultivando coca o salarizados en los “clusters” neoliberales.  “Muchos tenemos la impresión de que el llamado ‘objeto de estudio’ se ha desdibujado cuando no se ha ‘disuelto en el aire’, como dicen que dijo alguien” (2003: 37). A lo largo del texto, Bengoa no se atreve a decir con todas las letras lo que él mismo sugiere: que los “campesinos” los construyeron ellos (en el sentido de Berger y Luckmann, 1986) en su lucha contra los descampesinistas. Y viceversa.
[6]               Desde que los derechos empezaron a reinar por encima de los deberes, se generó ese movimiento curioso que descubrió Hegel, al instalarse dentro de los vencedores la misma lógica que emplearon contra los vencidos. Los derechos empezaron a oponerse unos a otros y, aquellos cubiertos por la Constitución o por los diferentes tipos de Derechos Humanos (individuales; sociales, económicos y culturales; y los de tercera generación) son ahora el deporte favorito de los investigadores contemporáneos de estas áreas para averiguar cuál es el que debe dominar sobre los demás, entrando el cartógrafo al campo de las estrategias de poder al que pertenecen, de suyo, mapa y territorio. Hace mucho Marx dijo, y no creo que se haya equivocado, que el articulado del Derecho (las normas del reparto burgués) estaba pensado para limitar o anular un artículo con otro y dejar reinando por encima de todos, el principio sacrosanto de la propiedad privada.

[7] La pobreza no se entiende en estos esquemas como el correlato de la riqueza y al revés. Es decir, donde hay una es porque existe la otra. Y que la una no puede vivir sin la otra. Se cree que con destruir uno de los términos, se acaba el problema y se ignora que sólo se traslada dentro del otro polo el que se quiso eliminar. Como en el yin y el yan, la una ya está en la otra. Piénsese en  Michael Jackson, el cantante negro que se hizo blanco y Eminen, el artista blanco que canta como negro. Cada uno quiere ser el otro, sin saber que ya lo es porque en todo negro ya está el blanco que lo ha definido y en todo blanco se encuentra el negro como virtud de subalterno que se prohíbe desarrollar. Sustituyan “negro” por “pobreza” y “blanco” por “riqueza” en la fórmula y piensen por favor cómo resulta todo.

[8] La división de la sociedad en “pobres” y “ricos”, categorías de raíz cristiana y de las cuales se encuentran buenas definiciones en la Biblia que no citan los especialistas latinoamericanos de hoy (pero sí los ya olvidados teólogos de la liberación) y presociológica (fue muy usada por los escritores románticos del siglo XIX, ingleses, franceses y alemanes, como Víctor Hugo, Charles Dickens y Novalis). Su uso era siempre objeto de desprecio por parte de esquemas más sofisticados, como el marxismo con su estratificación de clases sociales, el funcionalismo con sus ricos estratos cruzando ingresos y educación, los “ideal tipo” de Weber, que brindaron buenos frutos en los estudios agrarios al cruzarlos con Chayanov y originar los estratos por “sistemas de producción” de los que ya nadie habla y ya no digamos la de los antropólogos. En fin, en vez de avanzar superando e integrando a la vez los viejos modos de dividir a la sociedad, la CEPAL, FLACSO y CLACSO retrocedieron mil años luz. Ahora asistimos a un sorprendente fenómeno donde los organismos financieros mundiales son los que se preocupan por defender a los “pobres” y eliminar la “pobreza”. No deja de ser irónico que exactamente esa fue la misión que se impuso a sí mismo el marxismo y de cuyo fracaso se aprovechó quienes hoy lo sustituyen casi con el mismo discurso.

[9] Incluso, entre dos o más imaginarios, siempre se impone el que cuenta con mayor poder. En Fahrenheit 9/11, Michael Moore presenta, cuando se está burlando de la calidad de los países aliados de EEUU en su invasión contra Irak, a un hombre famélico y semidesnudo, en una carreta de bueyes azuzándolos con una pica, representando a Costa Rica, cuando esa misma imagen es la que precisamente administran la mayor parte de los  “ticos” para representarse a los “nicas”.  Del mismo modo, en “La cosa más dulce”, film cuya protagonista principal es Cameron Díaz, se establece un diálogo entre dos hermanos en el cual uno le recomienda al otro, para superar su depresión, un viajecito a Costa Rica donde las chicas locales le pueden hacer una deliciosa felación por menos de cinco dólares.

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