ALBERTO : DE TE FABULA NARRATUR
Por Freddy Quezada
Estábamos acostumbrados a verlos en las imágenes de los noticieros. Los acompañamos en las Navidades y Año Nuevo con cierta ansiedad. En la intimidad, muchos empezamos a llamarles los “muchachos del MRTA”, sin saber todavía que eran adolescentes. Sus rutinas empezaron a expresarse en las bolsas negras de basura en las afueras de la residencia, radiofoto que se hizo célebre, arrumbadas como lo haría cualquier ama de casa. Las noticias llegaron a aburrirnos contando trivialidades y procedimientos tediosos para las negociaciones. Fidel Castro, Leonel Fernández, Gonzalo Sánchez, Bill Clinton y Ryutaro Hashimoto empezaron a parecerse los unos a los otros por esa fuerza que tienen los procedimientos diplomáticos para uniformar el lenguaje y los rostros. Todos actuaban de buena fe para una salida negociada. Todos, menos uno.
Permítanme verlo de este modo, a riesgo y placer de no coincidir con nadie.
El mandatario mata 12 niños, entre 15 y 17 años, que se divertían secuestrando gente y jugando futbolín en una casa ajena; de los adultos, uno era un hombre enamorado de su esposa que dirige la aventura para mejorar sus condiciones carcelarias, del otro, no sabemos nada pero ya tendremos la ocasión de averiguar su modo de caminar y hasta la manera que tenía de pronunciar las vocales débiles, por medio del “efecto CNN”.
Es posible que la imaginación de Vargas Llosa y García Márquez coincidan por venir éste de escribir su última novela sobre un secuestro y aquél por haber nacido en el país de la tragedia. También, los cables periodísticos, películas, publicidades, reportajes, se encargarán de revelarnos quién de los muertos decidió librar a la mamá del verdugo por el simple parecido con la suya; quién se hizo de la amistad del hermano por la afición común al fútbol y, en nombre de ella, le impidió jugar con ellos el día de la tragedia; quién insistió más en soltar a los 80 ancianos y mujeres en las primeras horas del asalto tan sólo para distinguirse de Sendero Luminoso; quién lloró al despedir los 225 rehenes que entregaron como “gesto navideño” sólo porque uno los conmovió a todos al ofrecer una oración por sus almas; quién de los guerrilleros se alegró sinceramente de la libertad del jefe de
El presidente, el colmo, mata, además, a uno de los rehenes y se convierte en el asesino de uno de sus libertos, para sugerir que una vida vale menos que 71 juntas y rebajarla a la par de las 14 que acaba de masacrar y no valora. Puesto a reprimir, da lo mismo haberlas salvado a todas en nombre de la libertad que no haber salvado ninguna en el mismo. Cerpa Cartollini y sus amigos, de todas maneras, habrían sido los culpables.
Como todos los jefes del mundo, llegó tarde y seguro. Con su chaleco antibalas, perfil alzado como un Steve Mc Queen oriental en “Nevada Smith”, se presentó cuando las cosas ya estaban hechas y consumadas. No había ya a quien matar, pues todos estaban muertos y nadie a quien salvar, pues todos estaban libres. El trabajo había sido efectuado y él posa hoy para la inmortalidad.
Ahora, la gran discusión es si demoler la embajada con fachada de “Lo que el viento se llevó”, eliminándola de la memoria, del pasado o remodelarla y dejarla “más bonita”, eliminándola del mañana, del futuro. Imagino que los peruanos no podrían soportar dejar la residencia tal como quedó después del asalto. No pueden soportar ese instante. ¿Se dirán, parafraseando a su compatriota Vallejos, aparta de nosotros ese cáliz? Nadie puede mirar de frente ese horror en la embajada. Pienso que hay que dejarla así, como quedó, para siempre, hasta que el hedor de los cadáveres rodee las uñas del asesino y se enrede en los tenedores que emplea para trinchar la carne durante el más calmo de sus almuerzos. Fujimori : de ti habla esta historia.
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