martes, 17 de noviembre de 2009

George Bush es Bin Laden

GEORGE BUSH ES BIN LADEN

Por Freddy Quezada

Viendo esas lucecitas intermitentes de los bombardeos en las madrugadas afganas, recordé la imagen de uno de los más hermosos versos metafísicos en nuestra lengua. Parecían, en efecto, los pellizcos de Dios a la piel de la noche. Nadie podrá jamás decir que no se hizo lo imposible por impedirlo. O a lo mejor por ello, terminó por presentarse lo más temido.

Al invadir Afganistán, los países más poderosos del planeta la emprendieron contra uno de los más pobres. Algo así como siete gigantes contra Gulliver. Por un viejo principio elemental de justicia, uno debiera estar del lado del débil. Afganistán no es ni Bin Laden ni El Talibán. Esta vez no hubo personas volando por los aires, ni espectáculos monumentales y macabros como las caídas estrepitosas de las torres, la CNN no fue tan poderosa (a lo mejor porque no le convenía a sus amos), como creíamos, porque no ha mostrado ninguna ruina humeante, ni rostros de niños/as, mujeres y ancianos afganos calcinados por los Tomahawks que les facilitó en vídeo el Ministerio de Defensa de EEUU y que, al correrlo, fue como si lo dispararan ellos mismos. ¡Cómo se mira que una corbata vale más que un turbante! ¡Por cada amo muerto por la espada de Espartaco mil esclavos inocentes serán crucificados!

Ahora habrá que esperar, los dioses no lo permitan, que la CNN corra por todas las capitales europeas y las grandes ciudades norteamericanas, como vieja morbosa, para mostrarnos los destrozos, cráneos abiertos y piernas colgantes, causados por las bombas de la contrarréplica, en cines, restaurantes, estadios, edificios públicos, estaciones de trenes, avenidas célebres y monumentos. Del mismo modo, los cadáveres empezaran a llegar desde las zonas desérticas de Afganistán (donde no hay nada que defender como dicen los “expertos”, excepto, ¡detalle tonto!, la vida de los afganos) y los familiares de los soldados norteamericanos muertos ya tendrán tiempo para ir transformando su alegría patriótica en dolor y desesperación política. Entonces verán convertida la sonrisa de consenso de su presidente en el rictus del verdugo.

Cuando oigo los discursos de Bin Laden y de George Bush, me parece que son la traducción de un idioma al otro de lo mismo. Uno es el otro. No es que el uno sea como el otro, entendidos desde las especulaciones de Paul Ricoeur ( Soi --même comme un autre) y Jean Baudrillard (L´autre par lui-même), sino literalmente el uno es el otro. La diferencia entre ellos es una ilusión y lo único real son los muertos de ambos lados. Lo que el uno dice el otro lo replica invirtiendo el signo. Juegan ping pong. Mientras los talibanes y Bin Laden son El Mal, Bush y su equipo político son, también para los otros, el Diablo en persona. Son satanizaciones recíprocas donde cada cual es juez de su propia causa. Son Caribdis y Escila, Gog y Magog. Y la solución no es el viejo punto medio. Porque nosotros también somos ellos. No hay “otro” u otra. No hay Occidente ni Oriente. Lo que hay allá está aquí. Lo que son allá lo somos aquí.

Aquí mismo, en la víspera de las elecciones de Nicaragua, se quiere forzar la imagen de que Daniel Ortega está en el bando del Talibán y Enrique Bolaños en el de Bush. ¡¡Qué Derecho Internacional, qué Cortes Internacionales, qué Carta de las Naciones Unidas, qué Derechos Humanos, ni qué payasadas jurídicas!! Todo esa habladuría se desplomó junto con los edificios gemelos. Hemos retrocedido, mejor dicho, estamos ya sin máscaras ni discursitos para gente amable y pacífica, como esa que se toma de las manos en las iglesias o en los grandes conciertos musicales. Estamos instalados en el corazón de la más vieja ley humana: la voluntad desnuda de poder.

Si de verdad se tratara de encontrar a Bin Laden, al presidente de EEUU sólo le bastaría mirarse al espejo. Podría, con nuestra ayuda, si prefiere, ahorcarse, pegarse un tiro, degollarse, envenenarse, destriparse, o como crea que pueda sufrir más su enemigo que es, al fin y al cabo, él mismo. Cuando le dice “terrorista” a Bin Laden, cuando lo llama “violador de Derechos”, “asesino”, “traidor de su causa”, de te fabula narratur, es decir, habla de sí mismo. Pero el otro hace exactamente algo igual.

No se puede tomar bando, pues, donde hay dos cosas que son la misma. O mediar entre ellas cuando no hay diferencias. Y que no se crea, repito, que nosotros somos tan diferentes a ellos. Nos encanta el pleito a almas “guerreras”, como las nuestras, cuando no somos los involucrados directamente (pero si la viéramos de frente seríamos los primeros en hablar de paz con una cobardía científica). Bush y Bin Laden somos también nosotros que buscamos no parecernos a ellos cuando, al elegir, terminamos por desear la derrota de uno y el triunfo del otro, demostrando sin saberlo la belicosidad que censuramos. ¿Qué hacer? Ni oponernos, porque reproduciríamos así, con nuestro nuevo polo, el dualismo que queremos suprimir; ni elegir a uno de ellos, porque continuaríamos la ilusión que ambos son diferentes; ni seguir la corriente porque repetiríamos las cosas de nuevo; ni actuar en un sentido u otro, porque mantendremos siempre abierta la brecha entre lo que buscamos y lo que hacemos; entonces, permítanme proponer algo.

Si los dos actores de esta tragedia tienen problemas, el uno por su fundamentalismo y el otro por su venganza infinita, los invito humildemente a dirimir sus diferencias con sus respectivos equipos políticos y militares, en Nicaragua, entre la ciudad de Managua y Masaya, en un lugar llamado Piedra Quemada para que, debidamente cercada la zona, y sin perjuicio a terceros, se maten entre los dos con sus avioncitos, barquichuelos y riflitos, con balas reales, a punta de pañuelazos o pedorretas, sin molestar al público mundial detrás del alambrado que los estará observando para divertirse y apostar al vencedor que, en mi caso, sería por Ossama Bin Laden... (y aprovechar así la oportunidad para ganarme unos "bollitos" extras para los frijoles).

Managua, 10 de Octubre del año 2001

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