EL CLUB DE LAS PELEAS
Por Freddy Quezada
Fui a ver una película extraña. Me dejó un sabor entre sorprendido y paralizado, como se supone el efecto del gas de mostaza. Se llama, en español, "El Club de las Peleas". Es con Brad Pitt, Edward Norton y Helen Bonhan Carter. Al director y al guionista, sobre todo, no les pude averiguar los nombres por esa cultura que tenemos de levantarnos de inmediato sin esperar la lectura de los créditos. No soy crítico de cine, ni mucho menos. No paso de dejarme encantar por los apellidos de ciertos actores o actrices, por cuya presencia casi siempre selecciono las películas. Respeto el reino cinematográfico, el de Ramiro Argüello, quizás el mejor escritor vivo que tiene Nicaragua. Pero este film me sorprendió por cuatro cosas que noté y alrededor de las cuales suelo escribir con mucha frecuencia. Dispénsenme que hable de ellas partiendo del supuesto que ya se ha visto. Para el que no la miró, estas notas parecerán ininteligibles y, lo mejor será que la vean primero y después leer estos comentarios. Si lo desean -- por supuesto.
La doble personalidad
El guión gira alrededor de la esquizofrenia de un personaje amable y correcto que tiene un problema sencillo de insomnio. Es un consumidor de tecnología postmoderna que habita un apartamento inteligente y, después, como su "otro yo", lo hace saltar por los aires. El estallido anuncia su ruptura con él mismo, con el sistema y su nido de sentidos; anuncia la entrega desenfrenada a la búsqueda de un sentido nuevo y al abandono de la acción por la acción misma con un jefe carismático en el centro. Pareciera presentar el origen de los grupos nihilistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX que después se convertirán en fascistas y marxistas. Me figuro que es la situación de la juventud en los países veloces, otra vez, que se ve arrojada violentamente a la caza de un sentido único y absoluto en contra de todos los que viene de renunciar por voluntad propia o por no poder alcanzarlos por ser excluidos del sistema. Es una trama vertebrada sobre el dualismo simple (bien y mal) que impone el sistema y que la hace emparentarse con películas del mismo tenor y el mismo mensaje como "La naranja mecánica", "Asesinos por naturaleza", "Nacidos para matar" y "Pulp Fiction". Películas todas, ricas en violencia estetizada (gratuita) y en efectos especiales para presentar los orificios, abolladuras, sonidos y desprendimientos de las carnes, huesos y dientes de los sujetos. Recursos necesarios para llenar la falta de finalidad de los actores y de la trama misma, pero que no hay que confundir con las películas baratas y llenos de basura tecnologizada. Este desdoblamiento que obliga al sujeto, en algún momento, a buscarse a sí mismo sin reconocerse es lo que Frederick Jameson ha llamado la esquizofrenia del postmodernismo, pero que no es más que la prolongación de la creencia cristiana que tenemos una conciencia que diariamente batalla dentro de nosotros para decidir cualquier cosa. Nunca somos uno sino dos: yo y el cogito en forma de todo, sociedad, cultura, pensamiento, a priori, otros yoes, etc. Base vieja que le llega de la mucha mitología dualista (Platón, Plotino, San Agustín, Frankestein, Jekyll y Hyde, El Lobo Estepario, etc.). Ahora lo que se busca es el amor al presente, pero con la esperanza oculta que hay un sentido que espera ser descubierto como iluminación y destino en cada acto. De preferencia si es de golpe.
El insomnio
Este es un mal que es la peor enfermedad que alguien pueda sufrir. Es la fuente de culpa de toda la película. Emil Cioran, mi autor favorito, la sufría y él mismo confiesa que gran parte de su producción se la debe a esas pesadillas de ojos abiertos. Qué frágil somos los seres humanos que una cosa tan pequeña, que tan sólo se resuelve con dormir, pueda destrozarnos todo el sistema nervioso y el contacto con la realidad. Pero el insomnio es un mal postmoderno que significa que no sólo no podemos "soñar" sino ni siquiera, más elemental y básico, "dormir". Es un efecto que se parece al de la cocaína (la droga de la tercera ola) y al del café (la de la segunda). Estamos condenados a estar lúcidos siempre. Pero, como no podemos soportar el exceso de realidad que tal cosa supone, buscamos las terapias de grupo que nos devuelvan las mediaciones perdidas que le llamamos "normalidad". Ese es el sentido del llanto del personaje principal (Tyler) sobre los hombros de la caricatura de un Arnold Schwarzzeneger con tetas. Puede ser uno de los mensajes de esta película.
El sentido
El único modo de recuperar nuestros nombres, es decir, la identidad, es muriéndonos. Al revés de como suele suceder, dejamos de llamarnos cadáveres y por fin se nos reconoce en la muerte (!!Robert Paulson!!). Es como un cruce entre Heiddeger y los sandinistas… condecorando muertos. Somos iguales frente al consumo, que según la ilusión nos diferencia por la soberanía del consumidor, y por eso sólo la muerte nos libera y nos devuelve la identidad usurpada en nombre de ella misma. Pero aquí es dónde está el núcleo de la trama. El sistema está lleno de mierda, en efecto, pero lo que produce son seres obedientes y frutos del mismo. Entonces, quién lo desafía sino el peor de sus frutos? El sistema se niega con lo peor de sí mismo y, aquí la ilusión, se presenta como su solución. El libreto, al parecer en manos de algún desencantado intelectual, sin la profundidad de Dostoievsky o la amargura de Nietzsche, está lleno de frases nihilistas ("quería destruir algo bello", "somos los desechos de Dios", "somos las heces fecales del sistema") y de expresiones del budismo zen (la serenidad de Tyler /Norton cuando está "cogiendo" Tyler/Pitt; el pronóstico de Tyler/Pitt cuando escapa de asesinar a un oriental y, al perdonarle la vida, le anuncia a Tyler/Norton que el sobreviviente probará al día siguiente el desayuno más exquisito de su vida, etc.) pero en manos de los occidentales, y lo peor de ellos, los norteamericanos, se confirma una vez más la tesis que los occidentales cuando están desesperados por la "crisis de sentido" al abrazar otras tradiciones ajenas (como las orientales) lo hacen desde un vacío para la acción. Los occidentales siempre han visto al nihilismo como una falla espiritual que los agita mucho más de lo que los calma. Esto es lo que hace que un consumidor pasivo y amable (Tyler/Norton) se convierta después en un terrorista listo y astuto (Tyler/Pitt). Ambos son hijos del sistema. Los marxistas antiguamente le llamaban a esto "alienación", y nunca dieron la explicación cómo hacían ellos para no serlo, a no ser, clara está, por el viejo recurso ilustrado de la "conciencia" que los hacía creerse diferentes.
El placer y el dolor (la violencia y el sexo)
Mientras Tyler/Pitt hacía el amor con Marla Singer, Tyler/Norton renunciaba al placer, como creemos los occidentales que debe hacerlo un monje Zen. Pero, en verdad, no es más que una actitud típica del estoicismo cristiano dominando las pasiones de la carne. El final de la película es una mezcla perfecta de placer y dolor intercambiable. El derrumbe de los edificios de la ciudad, por el estallido provocado, frente al testimonio de dos manos entrelazadas de un amor carnal y equívoco, es la manifestación de una borradura entre el adentro (el Tyler reconciliado consigo mismo y su novia) y el afuera (el desplome de la ciudad provocado por su rebeldía. Es un excelente intento de engañarnos, sino no sería Hollywood y nosotros no seríamos nosotros.
Managua, Noviembre de 1999
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