UNA CANCION PARA EL SIGLO XXI (II PARTE)
Epistemología de la creación
Por: Freddy Quezada
A veces uno piensa si la miseria de nuestros tiempos no lleva ya en sí misma su propia esperanza. Es una idea vieja que nos ha venido desde el regalo que Zeus envió a Prometeo para castigar a los seres humanos. Los cristianos, con Escoto de Eurígena, nos lo hicieron también saber a su manera. Y con Hegel nos intoxicamos hasta levantarle un altar donde la sacrificamos creyendo encontrarla.
Hoy, con la crisis de paradigmas que atraviesan las ciencias humanas, uno piensa que lo primero que debe presentar un nuevo modelo es aplicarse a sí mismo lo que ofrece para explicar a los otros. Buscar la sensatez sin pasión y el equilibrio sin inocencia. Una suerte de Némesis, como en la que creían los griegos, que reúna en sí misma la mesura y la venganza, a un tiempo implacable y comprensiva. Se nos antoja que un juego de paradojas y espejos así, puede desarrollarse como la eterna réplica entre la razón y la religión donde, como señala Fernando Braudel, "el reino de la razón comienza en el reino de Dios, alimentando este último a aquél a través de incesantes secularizaciones".
Decíamos en nuestro trabajo anterior que hubo, hasta hace poco, un intercambio desigual entre los paradigmas de las ciencias sociales y naturales. Que actualmente el pirateo de episteme entre las dos ramas estaba invirtiéndose. Bien visto, nos parece que es una especie de acercamiento entre parientes pobres y ricos. Están excluidas, sin embargo, las artes (literatura, pintura, música, escultura, danza, teatro, cine, etc), esa "familia media" expulsada del escenario reflexivo moderno que ha ofrecido, sin reconocérsele, como instrumento para reunir a los otros dos, el ensayo. También esta familia tiene su manera de construir y recortar su objeto. Tienen su epistemología y entre ellas siempre han existido unos intercambios periódicos y amables que ha enriquecido a las artes en general. Quizás por eso la historia no conozca "crisis del arte" o, por lo menos, no en el sentido catastrófico en que ocurre para las ciencias naturales y sociales. Para empezar hic et nunc, un autor tan llevado y traído en nuestro país, como un niño enfermo, Kundera, siguiendo la tradición de Joyce, lleva la música a la literatura. En "La Broma", por ejemplo, hay pentagramas completos y una reflexión interesante sobre la música desde los griegos, quizás porque la crea regresar a su vientre: el vino y la tragedia. En otro ejemplo, doloroso por lo reciente, podemos invocar en Latinoamérica a Manuel Puig que combinó el cine con la novela. Buñuel y Lelouch, entre varios, lo venían haciendo en Europa desde la postguerra. Y ni que decir tiene de la ya tradicional identificación entre la pintura y ciertas ramas de la literatura (entre otros, como híbridos, el Surrealismo, Naturalismo, Realismo); entre la poesía y el teatro (Shakespeare, Lope de Vega, Goethe, Racine, etc); entre este último y la danza y, en fin, para terminar con quien comenzamos, entre ella y la música.
De los autores que están ensayando salidas modernas a las crisis de paradigmas que atravesamos, Armand Matelartt, en su última obra "Pensar sobre los medios", ha abordado periféricamente el tema reduciendo su atención al problema del placer que gozan los sujetos aún con la literatura y arte de masas y no solamente con el "arte de altura". Retroasigna sentido, así, a una vieja polémica, dentro de la Escuela de Frankfurt, entre Walter Benjamin y Teodoro Adorno. Pero aún no habla con claridad del aporte de las artes a la visión del mundo a pesar de las evidencias en favor que se ofrecen a su espíritu.
Y es que, como señalamos en la primera parte de este trabajo, la creación artística tiene sus leyes. Además de crear per se, posee una lógica paradojal entre la creatura y el creador.
¿Cómo se crea? El modo más inocente de crear es el sueño y el recuerdo. Cualquiera de nosotros sabe que esta es la fuente de la nostalgia y la ha sufrido o gozado ex aequo. Holderlin decía que "poetizar es soñar". Cualquiera, por eso, guarda ese potencial artístico que todos tenemos y que muchos de nosotros al no poder manifestarlo nos capacita, sin embargo, para sentir y entregarnos a quienes sí lo logran. El modo, no obstante, más rico y elaborado de la creación literaria es la mentira/fantasía. Vargas Llosa, repitiendo una vez a Sartre, dijo que "los escritores mienten para decir la verdad". Para las otras artes, en especial la música y la pintura, su modo de crear es la combinación (de sonidos o de colores) y por último para las artes basadas en los gestos (danza, teatro y escultura) su riqueza proviene del movimiento. Por supuesto que todas las artes están gobernadas por la imaginación pero cada una tiene un énfasis específico recorrido por su naturaleza disciplinaria.
La creación, en términos científicos sociales, engendra monstruos, como sueños de la razón, cuando de la duda (dubitatis dubitandum), su principal clave, pasa a la afirmación convirtiendo la "sospecha metodológica" en religión. Algo parecido sucedióle a la mayor parte de las discliplinas sociales que nacieron con ambiciones expansivas y ecuménicas. Recuérdese que el primer descendiente del cogito fue el racionalismo. Luego el darwinismo social, el marxismo, el estructuralismo, el funcionalismo, en sus excesos, nos entregaron unas llaves que las suponíamos para abrir todas las puertas cuando, en rigor, las cerrábamos. Estábamos del otro lado de la celda. Se vincularon, por lo demás, de uno y mil modos, a una red de afirmaciones, presentadas en el despegue de su recorrido como provisionales y que terminaron por fijarse como inamovibles, articulándose a justificaciones específicas para gobernar de un modo o de otro.
Por el lado del arte, la creación produce obras cuando la criatura se rebela y hay una relación con su autor parecida a la que la humanidad ha establecido con sus propios dioses y demonios donde, como tratamos de hacernos entender con Braudel, las criaturas secularizan constantemente el reino de su creador. Es decir, hay una relación tensiva de aceptación y rechazo simultáneo. Aquí es donde parecen encontrarse tanto Weber, cuando habla de la racionalidad de los actores sociales y de la licitud de cualquiera de sus fines, y Camus, cuando viaja por la historia europea con el hombre rebelde y busca la mesura griega. Cuenta Dostoievsky, por ejemplo, que el final de Raskolnikov en "Crimen y Castigo" no lo pudo planificar a pesar de tenérselo merecidamente preparado. Raskolnikov se le impuso, se le rebeló, le desobedeció. Por eso existe para siempre. Y esa es su grandeza. Imaginamos que algo parecido le sucedió con el atormentado Ivan Karamazov y los posesos revolucionarios. Pero, como se sabe, el caso clásico de esta ilustración es el de Flaubert cuando decide envenenar a Emma.
Con todo lo que hemos intentado presentar, quizás nos sea más aceptado o, intelegible al menos, si apelamos a aquella expresión de los estudiantes del mayo 68 francés: "Todas las artes han producido bellezas sólo el arte de gobernar ha producido monstruos".
¿Estamos ante el Re(disculpen)renacimiento? Los filósofos de avanzada dicen que hay tres dimensiones claves a tratar en cualquier asunto: el espacio, el tiempo y las personas. En todos los aspectos, el siglo XX entra al XXI en crisis. Las personas, al menos los intelectuales, están en crisis porque su modo de ver el mundo a través de los paradigmas tradicionales de las sociedades occidentales ha estallado. Los tiempos modernos nos indican también que hay dos crisis de "onda larga" como gustaban decir los historiadores franceses (Bloch y Febvre) de los Annales: a) respecto al modo de percibir el tiempo; son cada vez menos las personas que creen en un tiempo lineal, ascendente y sucesivo sea por una lógica evolutiva o revolucionaria, al fin y al cabo, sobre esta última, la espiral hegeliana no es más que una forma difícil de la línea recta;[1] b) respecto a la relación con la naturaleza; hay un reexamen de las sociedades de todo signo para coexistir con el medio ambiente y respetar los límites que la naturaleza misma nos ha impuesto ante los excesos de las sociedades postindustriales.
Incluimos dentro de todo este desastre, por supuesto y en primer lugar, al capitalismo. Agotó su imaginación como sistema al regresar a modelos neoliberales simplemente viejos. No tardarán en surgir, si la historia ha de repetirse, algunos Keynes que sin duda provocarán también su fiebre. Parte de la circularidad del tiempo ? Si es así puede haber licencia, como la que se autorizó un triste japonés al cancelar la historia, para preguntarse también si por ventura no es una época parecida, por otro lado, a aquella en que ciertos intelectuales combinaban la ciencia y el arte con una facilidad increíble. Platón decía que la Verdad era el resplandor de la Belleza. Los idealistas y románticos alemanes (Schelling, Schopenhauer, Hegel, Holderlin, Heidegger, etc.) son los herederos clásicos de este principio que hoy, ignorando por el momento sus excesos proféticos, nos sirve para indicar que bien pueden orientarnos, tanto o más que los pronósticos sociales, las percepciones de los artistas. Da Vinci pintaba con la misma gracia y desmayo con que analizaba el ojo humano y, algo parecido, curiosamente en Italia, también, hace actualmente Umberto Eco con sus trabajos sobre semiótica mientras escribe un par de excelentes novelas sobre motivos de la Baja Edad Media. Se reconciliarán de nuevo la ciencia y el arte, sólo para separse otra vez ? Suceda o no, disfrutemos el carpe diem de verlos aproximarse. Tal vez ya no haya mañana. Vivamos la lucidez sin él y emprendamos tareas sin recompensa acompañados de nuestra única certidumbre: vivir.
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