domingo, 15 de noviembre de 2009

Identidades pre y post modernas: un maldito nudo

IDENTIDADES PRE Y POST MODERNAS: UN MALDITO NUDO

Por Freddy Quezada

Soy Leonardo Di Caprio, pero desde que uso anteojos y me dejé el bigote, nadie me conoce. Ahora, más bien, parezco un híbrido entre Daniel Ortega y el Dr. Cándido Pérez. Con esta broma, siempre respondo a los desconocidos cuando me formulan esa pregunta que siempre paraliza: ¿Quién es Ud.?

Y, en verdad, ¿quién soy yo? Con esta maldita pregunta, nace todo problema de identidad.

De todas las corrientes, la más común es la identidad aristotélica, donde la identidad de las cosas sólo pueden ser igual a sí mismas: A = A; otro modo de definirla es por la vía estructuralista y hermenéutica, donde la identidad de uno/a la establecen los límites del otro/a; un modo más, dialéctico y budista, es aquel donde nada ni nadie es igual a sí mismo: A ¹ A. Hay más maneras, pero no dispongo de más espacio para enumerarlas.

Basta con estas, para explorar las identidades contemporáneas que las he dividido, porque soy un dualista de mierda, en dos tipos: blandas y duras.

Las blandas son las identidades postmodernas que se nutren de la velocidad de un tiempo disyunto ("time is out joint"), como le llama Derrida en tributo a la célebre expresión de Hamlet, y que le imprimen ese carácter nómada que tienen hoy. Son las identidades que se basan en el consumo, en las marcas de fábricas, en la moda (rock, cibernética, drogas "cool"). Operan sin espacio, desterritorializadas, y descansan sobre lógicas profundamente diferenciadoras que los obligan a rotar como tribus que se desplazan en el vacío que han dejado los intersticios de un gran espejo roto, precisamente, en su tiempo lineal. Son identidades vinculadas a un tiempo estallado.

En cambio, las identidades duras son premodernas. Nutridas por un suelo dulce y rico en raíces, su identidad les viene del fragmento, precisamente también, del espejo roto. Añicos que reflejan hologramáticamente todo el cosmos del espejo original, homogenizan a las tribus ancladas en un tiempo mítico y retornable. Son identidades vinculadas a un espacio sagrado.

Entre ambas hay millones de combinaciones locas. Desde indígenas bolivianos con sus celulares hasta astronautas comiendo tacos en sus naves espaciales, pasando por favelas del tercer mundo cableadas y el asombro de unos hermanitos chontaleños que, tomados de la mano, y vestiditos de vaquero, se engañan mutuamente sobre Managua, en segura venganza senil por algún novio común de la infancia.

Si hay algún espejo que se ha quebrado aquí, dando origen a fragmentos e intersticios, es el de la modernidad. El único de todos los momentos de la historia occidental que quiso privarse de identidad y que hoy paga el atrevimiento con su exceso. Por eso todos los aeropuertos, edificios, hospitales, avenidas, rotondas, supermercados y establecimientos del mundo son iguales. Porque fueron hechos para el citoyen, el rey del mundo homogéneo. El vencedor que escribió la historia y dió nombres a los vencidos y que quiso reunir el tiempo y el espacio en sí mismo. Pero los vencidos empiezan a vengarse, como los mayangnas en Nicaragua, autodesignándose y contándose su propia historia para recuperar su identidad perdida.

La modernidad que quiso imponerse por igual a todos, terminó volando en mil pedazos para enseñarnos que dentro de ella escondió siempre el secreto de las identidades, que no es más que un maldito nudo que cada quién debe desatar. En mi caso, para responder, en rigor, a la pregunta de los que no me conocen y que siempre me hace temblar, debiera decir: soy, como Ulises, nadie y, como Proteo, todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario