martes, 17 de noviembre de 2009

Ideología, poder e Historia (reseña)

LAS RECOMPENSAS DE UN HISTORIADOR

Por Freddy Quezada

Para los que conocemos personalmente a Karlos Navarro, un tipo refunfuñón e insistente con los amigos en recordarles a cada minuto acuerdos tomados con solemnidad generalmente en bares universitarios o en sitios muy visitados por intelectuales bohemios y nocturnos, aún no comprendemos cómo sucedió el milagro de publicar un viejo sueño suyo por el que se partió la vida.

Se trata de un texto plenamente ilustrado y a colores de Historia de Nicaragua para niños y niñas. Y cubre desde los pobladores de América hasta el gobierno liberal del Dr. Arnoldo Alemán. Tiene una conmovedora introducción del autor dedicada a todos los niños y niñas de Nicaragua, a su hija y a su hijo.

La Historia con mayúscula me pone a temblar. Venimos de sufrir sus horrores sobre todo para personas que, como yo, depositamos en su justicia y necesidad ineluctable todas nuestras esperanzas y energías. Ahora, creo sinceramente que la historia no absuelve ni condena a nadie. La historia es memoria que impide siempre ver la novedad de todos los días y en ese sentido estoy más bien en contra de ella. Hubo una vez en Europa (y América sufrió sus consecuencias) en que saber si los seres éramos buenos o malos tuvo una importancia desmedida. Rousseau, como continuador en ese sentido de los griegos y romanos, concibió nuestra naturaleza como bondadosa y, como ellos también, creyó en las virtudes de la educación para corregir las desviaciones. Hobbes, en cambio, partió del principio opuesto, y señaló que, para no matarnos los unos a los otros, los hombres construyeron un Estado que nos regulara constantemente. Kant, sobre la base de la herencia cristiana, echaría los cimientos del imperativo categórico universal. ¿Eramos buenos o malos? A partir de Hegel y Marx, tal polémica no tenía sentido, ni interés, porque la naturaleza de los seres era la Historia y esta un campo de fuerzas del espíritu dividiéndose a sí mismo para reencontrarse al final y, mientras tanto, encarnándose en clases sociales con virtudes redentoras. Era bueno, pues, apoyar las fuerzas progresistas y revolucionarias y era malo resistirlas. Expulsada la naturaleza del interior de los seres pasó a reinar al final de los tiempos, sustituyendo el viejo tribunal de la Razón kantiana por el tribunal de la razón histórica. Al pasar a la historia (con minúscula) los que creyeron conocerle sus secretos se abrió un período de incertidumbre que ha abierto el camino para los cínicos de un lado y para los restauradores de la vieja moral del responsable, del otro.

En estos últimos se sitúa, a mi parecer, Karlos Navarro, y el sentido de este texto de historia es darle a conocer a los niños y niñas que la historia en efecto tiene un sentido pero que no es ni necesario ni causal, sino construido y ético.

Como amigo de Karlos, supe de su proyecto que primero lo concibió para la televisión, luego para la radio y por último terminó haciendo un esfuerzo con el suplemento para niños de El Nuevo Diario “Planeta Caricatura”.

Karlos Navarro me contó con furia, indignación y tristeza cómo golpeó las puertas de empresas de todo tipo, dependencias del Ministerio de Educación, organismos no gubernamentales y gubernamentales que han hecho de la niñez su negocio, fundaciones, etc. Y nadie, pero absolutamente nadie, lo apoyó. Ni siquiera nosotros sus amigos que lo vimos como un sueño desplomado más de los que ya estamos acostumbrados a ver derrumbarse entre nosotros.

Un día me enseñó las primeras pruebas y en lo primero que pensé fue en obsequiarla a mis hijas. Miré la felicidad merecida de un historiador cuya recompensa es el deber cumplido con las nuevas generaciones a la que le debemos una nueva visión de nuestra historia y el cultivo de unos valores de paz, tolerancia y democracia.

Gracias, Karlos, por este trabajo que necesita mucho este país tan desértico en valores y tan necesitados de intelectuales con ese tesón y fibra de luchador como las tuyas.

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