martes, 17 de noviembre de 2009

La Decadencia de los Imperios

LA DECADENCIA DE LOS IMPERIOS

Por Freddy Quezada

La CNN siempre nos muestra, para enterarnos sobre el "impeachment", a unos hombres casi siempre de cabellos blancos, pulcramente vestidos y ajustándose unos espejuelos dorados para iniciar la lectura de sus discursos o, un poco antes, probando en inglés la calidad del sonido de los micrófonos descargando golpecitos con unas manos finas y casi rosadas.

Son los senadores de los EEUU atacando o defiendo a su presidente, Bill Clinton. La cabeza de un imperio. El último que nos queda y que ya nadie puede, aunque muchos querramos, derribar.

Con todo, sin embargo, el "caso Clinton", acusa una especie de desmoronamiento interno de una gran nación. Es un cascote que ha rodado desde una ladera y que nos anuncia el estremecimiento total del sistema.

La imagen me recuerda algunos textos de M.Yourcenar sobre la "Historia Augusta" ("No hay nada más complejo que la curva de una decadencia") y de E. Cioran (¿"Y si fuera cierto que Nerón hizo incendiar Roma por amor a la Ilíada? ¿hubo nunca homenaje más sensible a una obra de arte?") sobre las exquisiteces de la decadencia del Imperio Romano.

Ni los senadores norteamericanos mismos saben que están colaborando con la caída de su propio Imperio. No lo sabían, tampoco, los senadores romanos del período de Aureliano, Adriano y Carino, un par de siglos antes de Cristo.

Juzgar a un presidente por motivos ridículos es matarlo. El asunto no tiene la grandeza trágica del "caso Nixon". Una sola duda más, basta para eliminar toda la credibilidad en un sistema que acabará por tragarse a quienes los soportan: representantes y senadores. Ha empezado a devorarse a sí mismo comenzando muy bien, exactamente por la cabeza. Paul Kennedy dice, por algún lado, que así se inicia la pulverización integral de las grandes potencias.

Lo peor de todo es que el mayor orgullo norteamericano está siendo empujado al abismo por unos hombres tal vez virtuosos, pero ciegos; lúcidos en sus campos, sin duda, pero ineptos; acaso correctos moralmente, pero necios; severos en sus juicios, concedamos, pero extraviados en sus mociones; astutos en las intrigas, pero pequeños en el cálculo a escala; y, quizás, sobre todo, estrategas políticos claros, pero huérfanos de perspectivas sistémicas. En ninguno de los casos, hombres a la altura de su época ni del destino que creen ser herederos. EEUU dejará de ser grande (grandeza que nosotros sólo hemos sufrido), por ellos.

A nosotros, países de la periferia del imperio, que gozamos del espectáculo, como ellos disfrutan con los nuestros, nos tiene sin cuidado este desenlace entre cuáqueros y calvinistas. Sin embargo, tengo la impresión que muchos simpatizan con el presidente Clinton, sin dejar de hacer los comentarios eróticos y las sornas del caso, como en su tiempo seguramente disfrutaron las provincias del Imperio Romano (incluida la que sirvió a un célebre hombre de cabellera larga que dividió el tiempo en antes y después de su nacimiento) con los excesos de Nerón y los desenfrenos homosexuales de Heliogábalo, llamado con propiedad el "comelón".

Si alguien quiere, debe y puede reclamarle algo a ese rubio cachondo, amante, sin mayores trapisondas, de felaciones rápidas detrás de las puertas, es su esposa. Nadie más. Sabrá ella dónde enviarlo a comer, dónde introducirse sus juramentos de fidelidad e imponerle los duros calendarios de la abstinencia, sino lo perdona.

Y, Doña Hillary, como dice Ricardo Arjona, ese otro peludo encantador, "cuente con un servidor -- dos, si Ud. lo permite -- si lo que desea es vengarse".

2 comentarios: