LAS REFLECTAFORAS
Por Freddy Quezada
A Silke: con la forma que tengo de ver el cielo cuando escucho
En el Museo de Arte Contemporáneo de Berlín, hay una pintura de Anselm Kiefer, precisamente la que ilustra este ensayo, donde en cada celda está casi el reflejo de todo el cuadro que, a su vez, de conjunto, produce una bella invitación a pasar que se experimenta sólo estando frente a él. Con mi compañera, gocé ese efecto encantador que he decidido llamar reflectáfora.
Benoit Mandelbroot, el padre de la geometría fractal, por su parte, al presentarse en un salón universitario, cuenta que encontró en la pizarra del profesor anterior, unas barras estadísticas sobre precios del algodón, increíblemente similar a una parte de las costas de Inglaterra que él llevaba para demostrar sus teorías. Era otra reflectáfora.
Yo mismo descubrí una camiseta con estrofas cuyas sangrías irregulares, vistas perpendicularmente, eran muy similares a los rascacielos newyorkinos de una postal que tenía en ese momento en mis manos. Muchas personas con gran sensibilidad para los detalles, en particular los artistas, descubren todos los días esas similitudes y esas diferencias dentro de ellas.
Reflectáfora es un término inventado que no es propio. Un híbrido venido de un primer contacto entre la ciencia y el arte. El fruto de un cruce entre las palabras "reflejo" y "metáfora". Significa más o menos, en epistemología contemporánea, que cada parte de un todo refleja cada una de las demás, aunque no con exactitud. Es una especie de percepción de los matices, como los fractales en la teoría del caos o el holograma que encierra el todo en cada una de sus partes. Los términos de una reflectáfora se reflejan entre sí, ciertamente, aunque, cada término no es exactamente el otro, pues sus diferencias son vitales.
Tal vez diciendo que en cada ser humano, literalmente, habita todo el mundo podamos explicarnos mejor. Por ejemplo, nuestros vasos sanguíneos son una ciudad completa, como dice Proust en una metáfora ("Al percibir la calma y la lentitud de comunicaciones y de intercambios que reinan en la pequeña ciudad interior de nervios y vasos que llevo dentro de mí..."); nuestras deposiciones fecales viajando en las alcantarillas urbanas una "Venecia de mierda", como dice Kundera; nuestro sistema nervioso una "red de comunicaciones" igual a las del propio mundo de hoy, como intuyó una vez Mac Luhan; o, por último, la de Octavio Paz sobre los grupos étnicos: "con cada comunidad indígena que perece se mutila y muere una sensibilidad del mundo".
Esta manera de ver las cosas, nos puede llevar a decir, por ejemplo, que mis cejas cortas y tristes son un pequeño bosque birmano; mi cabello ralo, las destrozadas áreas del Matto Grosso; los poros de un área de mi rostro, todo el océano Atlántico detenido donde nadie desea llamarse Freddy; mis manos, los brazos de una estrella a punto de abandonarme; mis ojos, dos cerezas viejas hasta donde sube el cosmos a contemplarse a sí mismo.
En mí, está el universo entero. Cada una de mis partes, incluso en mi cuerpo, refleja las otras. Deleuze/Guattari, en Mil Mesetas, dicen que "la boca y la nariz, y sobre todo, los ojos, no devienen una superficie agujereada sin arrastrar a los demás volúmenes y a todas las cavidades del cuerpo...La mano, el seno, el vientre, el pene y la vagina, la nalga, la pierna y el pie serán rostrificados". Una suerte, pues, de equivalencia abierta entre nuestros rostros y nuestros órganos reproductores nos perseguirá siempre, sencillamente porque esas partes, próximas en nuestro proceso fetal, se corresponden.
Están en mí, también, los "otros", incluyendo mis enemigos, que no reconozco dentro, hasta que me convierto en uno de ellos, por el giro circular de cada uno de los puntos de los que me compongo, expuestos a la luz de los otros planetas vecinos que, en otro momento, suelo ser yo mismo.
Tal modo de vernos, pues, nos llevará inevitablemente al principio artístico de revelar mundos dentro de otros mundos, como los que solía descubrir Borges. Así mi vientre físico sobre una cama, digamos, será visto como un vientre dentro de otro vientre (el aposento), a su vez, dentro de otro vientre (la casa), levantada, asimismo, sobre el vientre de la tierra. Será como descubrir las capas sucesivas de una cebolla en cuyo centro no hay absolutamente nada.
Desgraciadamente yo no tengo las luces, el talento ni la sensibilidad que se necesitan para descubrir más universos que los permitidos por una visión chata y simple propia de charlatanes en busca de fama.
Siempre me veré condenado, lamentablemente, a las soledades de un oficio que hará pasar por meritorios, miserables rodeos racionalistas sobre la base de raptos de poemas, como el de Gioconda Belli en esta ocasión, donde he decidido perderme, para concluir, en su cuerpo que es el mío, el de Nicaragua:
Ríos me atraviesan
montañas horadan mi cuerpo
y la geografía de este país
va tomando forma en mí
haciéndome lagos, brechas y quebradas...
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