domingo, 15 de noviembre de 2009

QUETZRAKAN: melodía indígena



QUETZRAKAN: MELODIA INDIGENA PARA UN PARADIGMA PROBABLE
Por: Freddy Quezada*
INTRODUCCION
Una parte de mí, la griega y occidental, habló en dos artículos anteriores que escribí, para este mismo diario, sobre un paradigma probable en la Nicaragua posible. Hoy, hablará la otra mitad; la más humillada y, probablemente, por ello, la menos conocida y, sin duda, la más triste. Pondré fin así a esta trilogía.
Le he denominado melodía porque no agregaré más atributos de carácter a los dos esquemas ya propuestos que, al fin y al cabo, de un modo u otro se complementan. Un mestizo como yo no puede menos que componer aunque sea una melodía como tributo a un recuerdo lejano que aún poemiza mi sangre.
Como participo de un modo occidental de juzgar el progreso, miro hacia adelante pero con la nostalgia de una identidad perdida. Busco algo no tanto con la certeza de encontrar como por la seguridad de no recuperarlo. Tengo el recuerdo de algo que distinguió a mis antepasados y la vitalidad de lo poco que aún brilla más por la fuerza de mi compromiso para defenderlo que la luz propia que posee. Mi fuerza está en esa melancolía; mi tormento en la búsqueda de un reencuentro imposible con una parte de mis raíces por los prejuicios de occidente que ya cargo y que otros dicen que ya llevo sincretizadas.
Muchos amigos me manifestaron, en ocasión del Narsiteo y Cligenia, que me preocupo mucho por encontrar modelos kantianos sobre cómo deben ser las personas en la postmodernidad y que a ello debo el peligro que corro de parecer ridículo. Me aconsejaban más bien la búsqueda de esquemas sociales y económicos de desarrollo; que las personas sean a cómo les de la gana pero que estén comprendidas dentro de un sistema que les responda a sus problemas materiales y espirituales más sentidos. Viejos consejos que respeto pero no admiro, si de lo que se trata es de envolver a las sociedades en cápsulas sistémicas donde las personas se asfixien por no poder encontrarse a sí mismas ni a sus semejantes dentro de los rigores alucinantes de una lógica sin alma. Tengo entendido que un sistema así acaba de derrumbarse y que su vencedor cree no compartir los mismos males.
I. QUETZALCOATL
Dicen algunos antropólogos que la cultura azteca fue una cultura del grito. Su arte, sus esculturas y sus testimonios arqueológicos hablan de una comunidad amante de las expresiones tremendistas que sólo una libertad armónica puede provocar. Algo de razón habrá si entendemos el mito de Quetzalcoalt, la serpiente emplumada, como el ave que quiere arrastrarse, el reptil que quiere volar y el hombre actuando como el mediador, el armonizador del cielo y la tierra. Una mesura hacia afuera, igual o mejor que la griega, que sólo podía ser leída a gritos como en verdad lo hacían sus propios poetas en los templos sagrados.
II. VIRACOCHA
Por el contrario, los incas nos han dejado testimonios artísticos muy sobrios, casi sin expresiones, con una fuerza interior que, con su muerte, parecieran habérsela llevado a sus propios dioses. Dicen algunos estudiosos que tal silencio responde al momento que Viracocha se convertía en Sol y los incas confirmaban de ese modo su creencia de ser el centro del mundo. Una mesura hacia adentro que aún se observa en sus descendientes en las capitales andinas cuando, sentados en las calles, mascan coca y miran al cielo.
III. KUKULKAN
Los mayas desaparecieron como aparecieron: misteriosamente. Muchos científicos aún se preguntan cómo esa cultura desarrolló tanto la astronomía y las matemáticas cuando los europeos eran todavía unas hordas salvajes. La introducción del cero, cuando los europeos se las veían con la atrasada numeración romana, en las operaciones contables mayas, aún asombra a los más escépticos. Casi podríamos decir que desaparecieron por voluntad propia o por aburrimiento. Su misterio es el de nuestros rostros centroamericanos, el de nuestras pestañas en medio de tantas conmociones sociales y naturales.
IV. QUETZRAKAN **

Después de todo, la alegría creadora de un grito en libertad, el silencio necesario para creerse el centro de todo y el misterio de las cosas y los hombres que debemos respetar, son en suma la melodía que mis manos cobrizas ofrecen al nuevo humano, sea a como sea, del siglo XXI. Una canción con algo del quetzal, algo del águila y algo del cóndor que no nos haga decir, como a nuestros antepasados indígenas, la expresión conmovedora que los aztecas vencidos gritaron a los conquistadores españoles:
"...déjennos, pues, morir; déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto".



* Sub-director del Instituto de Investigaciones sobre Movimientos Sociales y Comunicación (IMSCO).
** Una especie de unión de prefijo, infijo y sufijo de los nombres de los tres personajes: Quetzalcoatl, Viracocha y Kukulkan.

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