domingo, 15 de noviembre de 2009

La dignidad ante la muerte

LA DIGNIDAD ANTE LA MUERTE

Por Freddy Quezada

Para Leonie, a quien debo la vida

"Tiemblan como hoja ante los jefes"-- me dijo, jugueteando con la caja de cerillos. "Es la cobardía natural de los que una vez fueron revolucionarios"-- le respondí, extrayendo un cigarro bajo la falsa promesa de ser el último.

En una novela, poema o película que leí hace tiempo, un viejo revolucionario de la resistencia francesa traiciona a sus camaradas porque dice no soportar ya el dolor que le ocasionaría verse de nuevo ante sus verdugos. Es un modo desgraciado de decir que sólo una vez se puede ser héroe.

En Nicaragua, hombres y mujeres que arriesgaron su vida por una causa correcta o no, qué importa ahora, saltan y sudan ante la voz y los gestos de una silueta tomada por jefe. Chicos/as ágiles, violentos/as y decididos/as son hoy pequeños seres obedientes, dóciles y serviles en muchas empresas, oficinas del Estado o Instituciones con amenazas o no de recortes de personal. Seres que audazmente se pronunciaban sin temblarles ni el pulso ni la voz en contra de cualquiera y en cualquier foro, son aburridos espectadores de conferencias donde aplauden con discreción mientras bostezan sobre el mundo, como Jack Nicholson en "Las brujas de Eastwick" mientras cae de la silla. !Por todos los cielos, qué cambios!

Antes, en la época heroica, los jóvenes tenían el placer del atrevimiento y el dolor de cargar con sus consecuencias. Un acto de entrega se llevaba con la nobleza de un caballero derrotado. Era una tragedia alegre. La decisión no se veía como mutilación del resto de posibilidades. Era un destino. El núcleo de la incertidumbre envuelto en el dolor decisional, portaba un brillo venido del fin de los tiempos. La tristeza de las "otras" historias sepultadas, se ignoraban con la embriaguez propia de la tribu que baila sobre el volcán.

Hoy, la felicidad se vive como desgarramiento. Uno es lo que elige, como decían los existencialistas. En el árbol de decisiones que nos presenta un tiempo no lineal de bifurcaciones, elegir una es dotarse de identidad en un espacio específico. Se puede ser revolucionario, homosexual, cobarde, intelectual, amante, melancólico, ex-marxista... Es ser (estar) en un tiempo (Sein und Zeit): el elegido. Entre la ontología heideggeriana y el jardín de bifurcaciones de Jorge Luis Borges. Pero con el dolor infinito de saberse culpable por el sacrificio de todas las otras opciones. Y sólo se hace soportable si se lo entiende "como si" fuera un entusiasmo de tipo kantiano.

La piedad y el terror que ocasionó la tragedia, como género, entre los griegos, según Aristóteles, ahora se ha convertido en el miedo a sufrir sin consuelo, en la vejez de la nada. Una tragedia sin cielo. De ahí que nos abandonemos a la única certeza ética de nuestros tiempos: la dignidad ante la muerte como relación sin trascendencia, ante la nada perfecta. Regresamos a lo que somos: polvo bíblico.

El único momento de presentar serenidad para tenernos como un ser entre los seres, con la conciencia tranquila de no ser el último de la especie, que siempre nos llevará sobre sus hombros ante la única emancipación de tierra que conocemos. Es un modo de derrotar la cobardía --esa que enseñan los rostros sin mirada-- y reirse como Bataille de Hegel, un segundo antes de morir, sabiendo que en cada esquina un alcohólico nos cantará siempre "la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser".

Edgard Morin dice que la ciencia ha sido incapaz de resolver dos grandes enigmas: el ser y la muerte. Nuestros jóvenes eran, en cierto sentido, por una muerte gloriosa que los esperaba en algún lado. Hoy no son porque a la muerte se le ha despojado de sus ataduras a la religión. El temblor reina en las retinas. El terror ante la voz del "otro" nos hace resistir, con la alegría del creador, para extender firme, muy firme, la mano y ofrecerla en la inutilidad más bella de un gesto: amistad.

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