MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD EN AMERICA LATINA
Por Freddy Quezada
INTRODUCCION
Acabo de terminar la última obra de García Canclini
(1990) y aún no salgo de mi asombro por su atrevida expresión que todos los
metarrelatos de la historia caben en un Nintendo. Un niño --expresa más o
menos-- los simula todos sin el menor riesgo y sin moverse de su silla. Le
faltó decir, con todo, que también los vive como una gran posibilidad, tal como
los vivieron (a lo mejor él tanto como yo) quienes creyeron en todo tipo de
grandes narraciones con desenlaces, al final de los tiempos, reconciliantes.
Malo o bueno, correcto o falso, superior o inferior,
el postmodernismo ha obligado a sus adversarios a unirse entre ellos para
presentarse como defensores de la modernidad, sin apelar ya a los viejos
conceptos de desarrollo, productividad, tecnología, industrialización, lucha de
clases, fuerzas productivas, relaciones de producción, superestructura
político-jurídico-ideológico, etc.
De algún modo, el postmodernismo ha obligado a la
modernidad a verse a sí misma de otro modo y a cambiar su discurso. A ello debemos,
quizás, esa sensación algo absurda, de que Marx ha pasado a ser el héroe
favorito de la burguesía (Habermas, 1989:76) y Nietszche y Heidegger los
verdugos del proletariado (Britto, 1991:179-90). De suyo, sería claro
desprender de aquí que la postmodernidad está condenada a ser reabsorbida por
la modernidad (Habermas, íbid:15)[i] como lo fueron en su tiempo los hippies y,
más cercanamente, el socialismo real. Una premisa de este tipo nos obligaría a
pensar que, como en un juego de lógicas estúpido, quienes verdaderamente han
declarado el fin de la historia no son sólo los neoliberales sino sus propios
enemigos (?): los neo-modernistas marxistas.
Si todo esto sólo se tratase de un pleito entre mercaderas alemanas, bastaría con marcar el número de la estación de policía más cercana, encerrarlas a todas en una jaula, y, para seguir con la vida cotidiana, pues continuaría tomando mi cerveza. Pero no se trata de eso. Se trata de aclararnos, enmarcados en la polémica modernidad/postmodernidad, alrededor de uno de los temas más importante de la actualidad latinoamericana: cómo ha intentado desarrollarse y cómo lo puede hacer América Latina.
Con este pequeño ensayo serviremos una serie de
reflexiones sobre las alternativas de desarrollo que han presentado los distintos
paradigmas en todo el subcontinente.
El desarrollo siempre fue una obsesión de nuestras
naciones para salir del atraso y la dependencia. Abrazaron distintos paradigmas
que, al margen de sus diferencias, guardaron siempre una coincidencia: la
modernización. Desde el positivismo hasta el dependentismo, pasando por el
dualismo funcional y el marxismo ortodoxo, todos los esquemas, por evolución
natural y autorregulada o por rupturas violentas, ofrecieron la solución de
todos los problemas estructurales, políticos y espirituales que sufrieron y aún
sufren nuestras naciones.
Del postmodernismo, en cambio, se sabe muy poco,
quizás porque sólo sufrimos o gozamos, según sea, de un modo indirecto, los
destellos de su espíritu o, acaso, porque sus defensores aún se mueven con
cautela o cobardía en un medio donde anteriormente fueron conocidos como
radicales de la hoy antigua Nueva Izquierda.
Carlos Martínez Rivas, un polémico poeta
nicaragüense, manifestaba hace poco que los escritores latinoamericanos
actuales no creen ni en lo que ellos mismos dicen. En efecto, la disputa actual
entre los autores que defienden la modernidad y la postmodernidad (mejor
conocida como "la transición hacia la democracia"), carece de pasión
en Latinoamérica. Mejor dicho, la poca pasión que hay, figura del lado de los
militantes de la modernidad, pero de un modo defensivo y nostálgico, a veces en
manos de antiguos moderados que al encontrar a los viejos radicales en una
corriente respetuosa de las diferencias, no dejan de brindar un espectáculo
irónico donde las personas siguen siendo las mismas, pero los sentimientos se
han invertido.
El fenómeno probablemente se deba a la naturaleza
del intelectual de nuestros tiempos. La mayoría de los pensadores
latinoamericanos postmodernos son los que, James Petras, una suerte de mohicano
marxista, les llama intelectuales institucionales, por oposición al intelectual
orgánico vinculado antiguamente a aparatos partidarios.
En general la CLACSO y
la FLACSO, sendos institutos sudamericanos de estudios sociales, formadores de
pensamiento, vanguardizan este movimiento con viejos ex-dependentistas y
ex-gramscianos (Lechner, 1988; Dos Santos, 1988; Calderón, 1986; Portantiero,
1985; Cardoso, 1987; Laclau, 1987) que hoy gozan de muchas ventajas materiales al
amparo de los financiamientos para investigaciones que reciben de organismos
internacionales.
Bueno o malo, lo cierto es que esta nueva corriente
ha logrado hacer pasar una serie de reflexiones sociales, políticas y
epistemológicas basadas en una serie de autores postmodernos europeos y
norteamericanos, usualmente ausentes de las bibliografías de referencia,
recubriendo la nueva propuesta con alusiones débiles o terminales a las ricas
experiencias latinoamericanas y brindando la impresión de repetir el viejo
discurso democrático y neoliberal. Pero sólo es una impresión. A ella es a la
que disparan los defensores de la modernidad marxista (Guido y Fernández,
1990:167 y ss) Y, a ella también, quizás, le debamos esa diferencia que separa
al postmodernista europeo del latinoamericano.
El sujeto que eliminan los postmodernos europeos es,
en fecto, el sujeto racional y autoconsciente, cartesiano y hegeliano, pero no
al ser, a esa persona viva, pesada en el sentido heideggeriano, inmanente,
cotidiana, que trata de rescatarse del olvido de la razón. Los latinoamericanos
tratan de reintroducir a los movimientos sociales, como nuevo sujeto, pero al
parecer con una nueva carga prometeica y hablan casi con vergüenza de utopías
relativas dando a entender que ellos no eliminan al sujeto redentor y de algún
modo terminan atrapados por su trascendencia y por la de la razón instrumental.
Según los europeos, en especial Vattimo (1990:19), dice que hay un
"debilitamiento del ser", es decir, una disolución del sujeto trascendente
en el sistema, mientras los latinoamericanos lo entienden más bien como una
"multiplicidad" del mismo, derivándose que alguno de ellos merecen
nuestras esperanzas para ser redimidos, esta vez sí, para siempre. Una cosa así
expuesta, sin pasión, al parecer otorgaría razón al poeta. Más grave aún, si
quienes la dicen son personas adocenadas, satisfechas, apacibles y seguras,
como un anuncio de Sony.
América Latina ha recorrido varios momentos y
ensayado varios modelos para lograr su desarrollo. Prácticamente, a lo largo de
todo el siglo XX, han sido tres los grandes esquemas que se han enfrentado: a)
la modernización tradicional donde han tenido gran influencia los modelos
europeos y norteamericanos;
b) la modernización por la vía revolucionaria donde
quizás se ha presentado el único esquema verdaderamente latinoamericano y, por
último,
c) una vaga referencia a una suerte de modelo político y económico
conocido hoy como transición hacia la democracia.
Presentamos a continuación, de un modo breve, los
grandes rasgos de cada escenario con sus autores más representativos y, al
final, los relacionaremos con las revoluciones latinoamericanas.
I. EL DUALISMO MODERNIZANTE
Es una corriente de pensamiento que cuenta con haber
introducido lo que denominaron como "cientificidad" en sus juicios
sobre el desarrollo de América Latina. También llamada de la
"modernización", su matriz de despegue básica fue la división que
hizo internamente de las sociedades latinoamericanas en arcaico vs. moderno o
moderno vs tradicional. Germani (1965a), el padre del dualismo en América
Latina, basado en un esquema más o menos funcionalista, reprodujo un cuadro
binario donde divide los atributos de cada tipo de sociedad y donde presentaba
como deseable el patrón moderno. Lambert (1965:414) aplicó el paradigma a
Brasil y a resultas de su estudio lo dividió en "dos Brasiles", uno
atrasado y primitivo y el otro moderno y desarrollado.
Decía: "Los
brasileños están divididos en dos sistemas de organización económica y social,
diferentes tanto en los niveles como en los métodos de vida. Esas dos
sociedades no evolucionaron al mismo ritmo, y no alcanzaron la misma etapa; no
están separados por una diferencia de naturaleza, sino por diferencia de
edad". Germani (1965b:469) acuñó la expresión, para definir este dualismo
como "asincronicidad tecnológica y geográfica".
El cuadro abajo descrito manifiesta la versatilidad
del paradigma moderno, mismo que pasó a ser célebre y que prácticamente cambió
el rostro de algunas de las ciudades más importantes de Sudamérica.
CUADRO No 1
PREMODERNIDAD Y MODERNIDAD EN AMERICA LATINA
PATRON
PREMODERNO
|
PATRON
MODERNO I
|
Sociedad
cerrada
|
Sociedad
relativamente abierta
|
Imagen
bipartida
|
Imagen
tri (multi) de la sociedad.
|
Alta
congruencia de status
|
Incongruencia
de status
|
Inexistencia
material de estratos medios
|
Fuerte
presencia de estratos medios
|
Movilidad
social "relativamente" baja
|
Movilidad
social vertical
|
Base
económica típica dada
|
Base
económica con por la posesión de la dominio de actividades secundarias
y
terciarias
|
Fuente: Germani (1965a:276-7)
II. MODERNIDAD MARXISTA VS POSTMODERNIDAD
Con el hundimiento del esquema funcionalista, el
espíritu de la modernización pasó a reposar en dos modelos que terminaron
siendo lo mejor que ha producido la América Latina pensante: la CEPAL y la
Teoría o el "enfoque" dependentista. Combinado, además, con un
discurso en contra de los países centrales y la oferta de una modernización más
o menos rápida y más o menos violenta, la narración de esta rama obtuvo un gran
encanto.
Si bien estas escuelas llegaron a grandes
enfrentamientos, incluso dentro de la Dependencia misma, dividida en dos
corrientes, se hacía notar siempre que los viejos principios del dualismo aún
seguían funcionando. Por ejemplo, el papel de los sectores y las clases medias
en la modernización de los países más adelantados de América Latina, fue una
fuente constante de discordias políticas, académicas y de paradigmas. El asunto
terminaba por emparentar al ala izquierda de la Dependencia con el marxismo
ortodoxo y al ala moderada con la CEPAL. Así pasaron prácticamente las décadas
del sesenta y el setenta en esta polémica, clave porque representaba la
elección de la clase social que iba a garantizar el modelo y sus frutos
industriales.
A partir del derrocamiento de Salvador Allende, la
crisis del petróleo, la alarmante deuda externa latinoamericana y la triunfante
revolución nicaragüense con el concurso de una serie de actores nuevos
ignorados por esta escuela, el dependentismo entró en crisis y se abrió un
compás a la espera de los nuevos modelos que podían ofrecer los procesos
revolucionarios centroamericanos.
Sin embargo, el ascenso de una serie de regímenes
más o menos democráticos en el Cono Sur durante el último quinquenio de los
ochenta, la derrota del FSLN en las elecciones, la negociación de los
guerrilleros salvadoreños, el problema ecológico en el Amazonas y el
reanimamiento de los pueblos indígenas en contra de los 500 años, ocasionó la
aparición de una nueva oferta paradigmática que, sumada a una serie de
fenómenos mundiales como la caída del muro de Berlín, la desaparición de Europa
del Este y de la URSS, pasó a la ofensiva en los grandes centros de
investigación latinoamericana (CLACSO, FLACSO). Así, se anunciaba un nuevo
enfoque donde la modernización pasaba a depender de las negociaciones entre los
actores sociales más dinámicos y el acento en una sociedad civil fuerte en
detrimento del Estado, tradicional proveedor, en los anteriores paradigmas, de
las condiciones básicas para el desarrollo.
Como poco se filosofa, pero mucho se hace en
Latinoamérica, el postmodernismo ya obtuvo una traducción política que,
esperamos, no se convierta de nuevo en religión civil del ateo. Con respecto a
su antecesor dependentista, digamos que son paradigmas encontrados. El uno está
esencialmente basado en la contradicción, el otro en la armonía, el consenso y
el pacto. Incluso el andamiaje conceptual es diferente. Guido y Fernández
(1990:122) herederos de la escuela dependetista radical o al menos marxistas
post-dependentistas, presentan un juego binario, bastante aceptable, de los
conceptos enfrentados por ambas escuelas. Respetaremos el cuadro ofrecido por
ellos, pero al final le agregaremos algunos conceptos típicos de la dependencia
para enriquecer la pintura.
El propósito es presentar, sobre los hombros de los
dos autores mencionados, los grandes rasgos marxistas implícitos en el esquema
dependiente pero también sus contribuciones básicas como la dependencia de los
países centrales, el papel de la clase media para la rama moderada y del
proletariado para el ala radical.
CUADRO No 2
MODERNIDAD Y POSTMODERNIDAD EN AMERICA LATINA
PATRON
MODERNO II (MARXISTA)
|
PATRON
POSTMODERNO
|
Clases
|
Ciudadanía/actores
|
Lucha
de clases
|
Concertación/pactos
|
Cambios
revolucionarios
|
Transición
a Democracia
|
Sistema
de dominación
|
Sistema
político/gobierno
|
Clase
dominante
|
Clase
política/élite
|
Crisis
sistémica
|
Crisis
funcional
|
Hegemonía
|
Gestión/
gobernabilidad
|
Dependencia*
|
Interdependencia*
|
Clase
media/proletariado*
|
Movimientos
sociales*
|
Países
centrales/periferia*
|
-Mundo
Unipolar*
|
Utopía*
|
Realismo*
|
Razón*
|
Racionalidades*
|
Dogmatismo*
|
Pragmatismo*
|
Fines*
|
Medios*
|
Modernidad*
|
Postmodernidad*
|
Fuente: Guido y Fernández (1990:122)
* Agregados del autor al original.
Ciertamente son dos paradigmas diferentes. El uno
basado sobre la unicidad de, por lo menos, el mundo atrasado y periférico y, el
otro, en la constatación de la diferencia y el respeto derivado de ello. Por
supuesto que los métodos para conseguir sus respectivos objetivos son
distintos. El uno, implícita o explícitamente, privilegia la violencia más o
menos mesiánica y, el otro, la negociación y una noción rousseauniana de pacto
social. En ambos media la diferencia que separa a los filósofos sobre el ser o
el deber ser de las cosas.
Creemos que el testimonio más claro de cómo el nuevo
paradigma postmoderno ha entrado con fuerza en Centroamérica, es la derrota de
los sandinistas y el pacto social salvadoreño. No recuerdo quién de los dos es
el salvadoreño, si Guido o Fernández, pero uno de los dos debe saber esto mejor
que nadie y también debe saber que se está luchando casi consensualemente para
imponerle lo mismo a Guatemala.
III. REVOLUCIONES LATINOAMERICANAS VS PARADIGMAS
Visto un poco el recorrido de las ofertas de
desarrollo veamos cómo estaban ubicadas en el tiempo histórico latinoamericano.
Tradicionalmente se considera, con propiedad, que el
marxismo, como corriente sociológica de pensamiento, se aclimató en
Latinoamérica sólo hasta después de la revolución cubana. Ganó, con ello,
alguna independencia de los esquemas propiamente europeos [ii] con que se venía
desarrollando.
El asunto está referido a una polémica cuasi
talmúdica que tuvo que ver con la naturaleza del marxismo. Es un método o una
ideología? decían sus antiguos fieles. Un programa acabado o una guía (como
pueden haber tantas otras, se dice ahora) para la acción? Un fin en sí mismo o
un medio para analizar la realidad? Autores de varias corrientes opinaban de
manera distinta hasta el grado de anularse entre sí por el uso de cabriolas
teóricas recíprocas de la misma manera como, en las películas de kickboxers, el villano y el héroe en su
primer encuentro se neutralizan mutuamente por el despliegue de sus mejores
técnicas marciales retirándose, después, cada quien por su lado, sin el menor
rasguño y seguros de haber impresionado al adversario. Muchos ya han abandonado
sus viejas concepciones; otros han replanteado el asunto a la luz de nuevas
referencias. En Guido y Fernández (1990) se advierte cómo una buena parte de
los antiguos dependentistas hoy son los teóricos del postmodernismo en
Latinoamérica.
La tragedia de la sociología en América Latina, y
dentro de ella una variedad muy castigada de marxismo, descansa en la no
biunivocidad con la dinámica de las revoluciones de nuestro continente.
Ningún
aparato conceptual sociológico sirvió para aprehender la racionalidad y el desarrollo
de los acontecimientos sociales en nuestros países: "hasta hace unos años,
una década o poco más, las ciencias sociales en América Latina se hallaban en
una situación de casi completa dependencia respecto a las norteamericanas y
europeas... Se copiaban casi acríticamente fines, interpretaciones, análisis e
instrumentos metodológicos de las ciencias sociales occidentales, con
adaptaciones de escasa importancia a la realidad latinoamericana"
(Ingrosso, 1973:7) [iii]. Desde la revolución mexicana hasta la revolución
nicaragüense, todos los macro-fenómenos sociales escaparon de los esquemas de
interpretación de turno. La carencia puede abrir espacio para una sociología
que podríamos denominar, digamos, de la Revolución para diferenciarla de la del
poder (Wright Mill, 1985).
Por un lado, se desarrollaron revoluciones no por
los pronósticos desprendidos de las escuelas de pensamiento de análisis del
momento sino a pesar de ellas. El fenómeno llevó, colateralmente, al
hundimiento de la concepción de moda abriendo otro círculo concéntrico que se
acercaba un poco más al núcleo de los nuevos sucesos como el caso de la
revolución cubana que fracturó la sucesividad de etapas propuesta por la
corriente del marxismo mecánico u "ortodoxo" como lo llama Sonntag
(1989:37) o, como la revolución boliviana en 1952, que le destrozó el sistema
nervioso al estructural funcionalismo diseñado para describir sociedades
estables o en equilibrio (Ingrosso, 1973:53) o, por último, como la revolución
nicaragüense y el proceso insurrecional salvadoreño que sucumbieron ante el
espíritu postmoderno de negociaciones y consensos.
La revolución nicaragüense evidenció el estado
comatoso del dependentismo en todas sus modalidades (desde el cepalismo
ortodoxo hasta el gunderfrankismo [iv]), al incorporar actores sociales
ignorados [v] por esta tendencia, tales como las etnias, las mujeres [vi], la
teología de la liberación [vii], la tercera fuerza (Núñez, 1980), el pluralismo
de izquierda (Ortega, 1987), la juventud [viii], etc.
Por supuesto, reimbricados dentro de las coordenadas
de análisis clasista --aunque no en el sentido de Guido y Férnandez
(1990:161-2) que la plantean más bien como la astucia de la razón hegeliana--, no
podemos esperar más que una nueva escuela destinada a repensar la historia de
las luchas sociales en nuestro subcontinente y, en consecuencia, a rizar el
rizo de nuevo para acercarnos más al núcleo de los acontecimientos y dominar
sus ricas tendencias potenciales rebeldes, por lo demás, a dejarse reducir por
esquemas exclusivamente clasistas.
En una lectura lineal esquematizada, a riesgo de
simplificar las cosas, podemos presentar más o menos un cuadro entre el ser y
el deber ser de la praxis social latinoamericana y el hiato trágico que han
guardado entre sí. Los autores de los que tomamos las referencias no han
explicitado las relaciones tal como nosotros las presentamos aquí. No obstante,
hablan de ellas pero de un modo invertebrado aludiendo indiferenciadamente a
los puntos más altos [ix] de las luchas del continente y a los obstáculos
teóricos que han tenido que derribar. Nuestro mérito, en consecuencia, es muy
modesto, pues, no nos hemos limitado más que a separar los dos fenómenos para
expresar con limpieza los desencuentros.
CUADRO No 3
PICOS
ALTOS
|
PARADIGMAS
AL USO
|
Revolución
mexicana (1910)
|
Positivismo
|
Revolución
boliviana (1952)
|
Estructural-Funcionalismo
|
Revolución
cubana (1959)
|
Serialismo
soviético
|
Experiencia
chilena (1970)
|
Teoría
de la Dependencia
|
Revolución
nicaragüense (1979)
|
Postmodernismo
|
Fuente: para las revoluciones, Vitale (1986:62) y,
para los marcos sociológicos, Ingrosso (1973:10-12). Sonntag (1989:37), como ya
dijimos, le llama "ortodoxo" al serialismo, diferencia al cepalismo
(íbid:20-36) aunque lo reconoce como tributario del funcionalismo y divide en
dos momentos al dependentismo (uno con énfasis en la dependencia y otro con
privilegio de la explotación interna). Para el postmodernismo, Guido y
Fernández (1990) aunque le llaman "transición a la democracia".
Como se observa, hay tanto experiencias exitosas, al
menos para tomar el poder (Cuba, Nicaragua) como fracasadas (Chile, Bolivia)
pero, también, fenómenos revolucionarios difícilmente definibles (México).
Sea como fuere, las cinco referencias no presentan
ninguna continuidad secuencial atribuibles a leyes predeterminadas e
inexorables. Dos de ellas tuvieron como eje motriz al proletariado; otras dos a
las clases medias y a un conjunto de actores sociales nuevos y, una última, un
inobjetable peso campesino. Sólo las exitosas son bastante parecidas entre sí.
Ninguna ha respondido, salvo Chile y parcialmente Bolivia, a algún programa
determinado de antemano o, si alguna vez lo tuvieron, el movimiento de masas
sobre el cual se basaron lo superó ampliamente obligando a sus direcciones
oficiales a reformular y a avanzar un programa totalmente diferente del
concebido en su origen.
Reinvocamos, para ilustrar este fenómeno, a las
revoluciones nicaragüense y cubana cuyos programas gubernamentales de despegue
terminaron por ser irreconocibles a la vuelta de dos o tres años. Se sabe,
aunque muchas veces se olvida, que la exigencia fundamental del Movimiento 26
de Julio fue el respeto a los principios de la constitución cubana de 1944. En
Nicaragua, el FSLN no pudo mantener el Estatuto de Derechos y Garantías de la
JGRN avanzando más allá de lo que hubiese deseado al modo en que los junkers, en la Alemania bismarckiana,
pasaron de terratenientes a capitalistas arrastrando consigo los desgarramientos
propios entre quienes se debían a un tipo de hábitos cultivados por la
tradición y el ejercio errático de su nueva condición social.
La burguesía
nicaragüense pasó reclamando, durante un buen tiempo, el retorno a aquel
proyecto.
Aquellas experiencias donde el programa de arranque
logró imponerse en algún grado, a despecho de los intereses de las masas en ese
momento, facilitaron un golpe de estado (Chile) o una desactivación paciente de
sus aspectos radicales (Bolivia). Es probable, por otro lado, que las causas de
la revolución mexicana sean de naturaleza diferente y, por falta de un
conocimiento profundo, tengamos que abstenernos de opinar a no ser que, para
salir del apuro, la definamos como "reforma agraria estructural" en
el sentido que le indica García (1973:117). Sólo llamamos la atención sobre la
naturaleza espacial rural de la revolución mexicana. Todas las otras cuatro
experiencias tuvieron un desenlace urbano, aún la boliviana, si bien el punto
de partida fueron la minas (Lora, 1970).
Las direcciones de la revolución nicaragüense y
cubana, paradójicamente, se desarrollaron primero en el campo y su triunfo
terminó con el concurso esencial de las ciudades, sin el apoyo de las cuales
probablemente tendría aún en las montañas al FSLN y al viejo M-26 DE JULIO
discutiendo en mil fracciones cómo hacer la revolución. Sus triunfos
respectivos arrastraron, por su fuerte sello urbano, contradicciones serias con
"el campesinado medio" (Núñez, 1991:44) y otras capas dando lugar, en
la una, a dolorosas políticas de ajustes (Deere, 1987:247) y, en la otra, por
sus políticas iniciales de alianza, a su sacrificio (Kaimowitz, 1986:223;
Reinhardt, 1987:948).
La Unidad Popular de Allende, por su parte, si
seguimos con la división espacial, tuvo todo su inicio, pasión y muerte en las
principales ciudades de Chile. Aquí habría que hacer referencia al
dependentismo como la única de todas las escuelas de pensamiento que se
aproximó a los problemas del continente. Su desgracia consistió, por lo menos
para la época de Allende, en que seguía a las experiencias políticas y no pudo
prever las tendencias de los nuevos acontecimientos tanto en el propio Chile
como en los demás países. Algo parecido puede pasar con el postmodernismo que
no cree en tendencias trascendentes de los fenómenos sociales.
Ciertamente, la diferencia con la revolución
mexicana, cuyo drama fue totalmente rural, no deja de ser notable. Quizás en
ello esté la clave de dos fenómenos:
a) El boom de las escuelas agrarias de pensamiento
(Bartra, 1976; Stavenhagen, 1973; Pozas, 1971; etc).
b) La naturaleza de su estado bonapartista.
Con ritmos desiguales, tiempos distintos y
motivaciones de múltiples fuentes, todas las manifestaciones de las luchas
latinoamericanas, irónicamente, no sólo han sido contra los dictadores,
oligarcas y capitalistas sino también contra las interpretaciones que han
realizado de su propia dinámica aquellos que sinceramente creyeron defenderlas,
además de explicarlas, con un conjunto de principios tenidos por infalibles
que, al fin y al cabo, terminaron por ser superados (en un doble mérito) por
direcciones revolucionarias como el FSLN y la dirección cubana, siendo ellas
mismas las primeras en sorprenderse de sus éxitos y las últimas en enterarse
teóricamente de sus propias contribuciones prácticas. Ya a una de esas
direcciones debe interesarle poco tales lecciones, si tomamos en cuenta que
orbita alrededor de una lógica de mercado donde los errores no tienen sentido y
se emprende la nueva marcha con la tristeza de una persona con prisa... por
ganar las próximas elecciones.
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[i]. "Tendremos que cerciorarnos del concepto
hegeliano de modernidad para poder valorar si la pretensión de aquellos que
ponen su análisis bajo premisas distintas es o no es de recibo; pues a priori
no puede rechazarse la sospecha de que el pensamiento postmoderno se limite a
autoatribuirse una posición transcendente cuando en realidad permanece
prisionero de las premisas de la autocomprensión moderna hechas valer por
Hegel. No podemos excluir de antemano que el neoconservadurismo o el anarquismo
de inspiración estética, en nombre de una despedida de la modernidad no estén
probando sino una nueva rebelión contra ella".
[ii]. Desgraciadamente la creatividad de la
revolución cubana, ex parte populi, empezó a bajar su curva ascendente al
estabilizarse, ex parte principis, y terminó por producir interpretaciones muy
parecidas a las que empezó combatiendo. Véase, por ejemplo, los planteamientos
de Prieto Rozos (1985:132-57). Ciertamente, algunas revoluciones son
dialécticas mientras se están haciendo y funcionalistas cuando están hechas. En
Nicaragua, aún se tiene como un Libro Sagrado una interpretación semejante
(Pérez, Guevara, 1985). Un error simétrico pero invertido, ya señalado por
Cueva (1987:58), lo comete Löwy (1982) al suponer las derrotas de las luchas
latinoamericanas por la subordinación de sus direcciones a las políticas de la
II y III internacional. Ambas escuelas, la una por afirmarse y la otra al
negarla, desconocen realmente las particularidades que dicen sintetizar.
Situadas por encima de las sociedades latinoamericanas, han actuado como en la
batalla --a riesgo de ofender a los dioses con la sola comparación-- entre Zeus
y Prometeo cuando deliberaban sobre la suerte de los hombres; entre la III y la
IV internacional; entre el stalinismo y el trostkysmo; en fin, para decirlo
referido a una misma persona, entre el Dr. Jekyll y el Sr. Hyde.
[iii]. Hasta no hace mucho, para Europa y Estados
Unidos, Goran Therborn (1987) hizo una buena descripción sobre la distribución
del marxismo en Occidente. Este erudito sociólogo sueco planteaba que el
marxismo socio-científico occidental, por oposición al filosófico-político, se
abrió paso a través de tres grandes pensadores: Perry Anderson (heredero de
Gramsci, Lúkacs y Sartre); Nicos Poulantzas (portador de la escuela
althusseriana) y Maurice Godelier (muy vinculado a las escuelas
antropológicas). El pensamiento de los tres se ha rearticulado con lo mejor de
la sociología norteamericana (Przeworski, Olin Wright, Gouldner) y lo más
avanzado del pensamiento social germano occidental (Altvater, Jung, Bischoff).
Therborn, además de pasarse divirtiendo con las desaveniencias entre las
distintas escuelas marxistas por definir la naturaleza de las clases medias,
critica que, entre Europa y Estados Unidos, algunas corrientes marxistas se
ignoraran mutuamente. Sin embargo, el propio Therborn cometió un error similar
al dejarse llevar por su división geográfica del marxismo. Excluyó, en
consecuencia, a autores que viven en Occidente y lo han influido profundamente,
pero que son originarios de países del Este. Nos referimos, entre otros, al
célebre póker de "K". Kolakowski en la política y la sociología,
Kosik en la filosofía y Kalecki y Kondratief, hoy muy postmoderno por sus ciclos,
en la economía.
[iv].Dos de sus parientes sociológicos más cercanos
son los que se han encargado de evidenciar las debilidades de la teoría de
Gunder Frank (1972). Ambos, Dos Santos (1968:41) "la teoría de Frank...no
consigue superar una posición estructural-funcionalista...no explica por qué
motivo el excedente que se queda en América Latina es invertido de una manera
en lugar de otra" y Laclau (1973:784) "al colocar la contradicción
fundamental en el campo de la circulación y no de la producción, Frank y los que
piensan como él no pueden hacer mas que quedarse a medio camino en la
explicación de porqué el desarrollo genera subdesarrollo"; ambos,
decíamos, fueron víctimas pero también verdugos de esta concepción. Es probable
que hoy, como jueces, se hayan absuelto a sí mismos y su agradable penitencia,
junto a otros ex-dependentistas, consista en autogratificarse, primero, con una
reconciliación gramsciana tardía (a lo González Casanova, 1984, por ejemplo) y,
actualmente, con sus ejercicios postmodernos interesantes. Del reproche de
Laclau, aún se recuerda en Nicaragua un eco similar, aunque de bajo vuelo
teórico, en una polémica muy poco conocida entre Wheelock (1979) y Gutiérrez
(1985) sobre el circulacionismo venido a menos en la teoría del café. Por otro
lado, curiosamente Sonntag (1989:154-155) le dedica dos párrafos a la
revolución nicaragüense y además de dividir de manera ligeramente diferente los
paradigmas, es muy indulgente con todas las corrientes, aún con la del marxismo
"ortodoxo", pero no tiene piedad para despacharse al postmodernismo
con una página de ligerezas y franco prejuicio.
[v]. Sin duda, la aparición de nuevos actores
sociales en la revolución nicaragüense es lo que nos brinda la licencia para
definirla como un fenómeno cubierto por el postmodernismo. Darcy Ribeiro
(1982:7) siempre se quejó, en fechas tempranas, de la concepción forzada que
muchos dependentistas realizaron entre el campesinado y los indígenas
latinoamericanos poniendo un signo igual entre ambos sectores. "Todos
estos pueblos, hasta hace poco, siempre se vieron como campesinos y se les
consideraba bajo la absurda suposición que, con una buena reforma agraria...
dejarían de ser indios, para integrarse, contentos, en los países en que
viven". La experiencia sandinista pagó lo suficiente la equivocación en su
aproximación de primera hora a la Costa Atlántica nicaragüense. A Godio
(1983:51), un viejo estudioso del sindicalismo latinoamericano, todavía le
cuesta separar los dos términos, aunque se advierte una cierta evolución,
"si se trata de una alianza de los obreros con los campesinos indígenas,
esta será imposible si los obreros no logran penetrar en la cosmovisión del
mundo campesino indígena, donde la lucha contra el terrateniente se asocia con
el regreso a sus formas autóctonas de civilización". Stavenhagen
(1973:75), por su parte, demostraba resistencia hace 19 años (ignoramos si
habrá evolucionado) al considerar la integración nacional como dependiente de
"factores estructurales... y no de atributos biológicos o culturales de
algunos individuos".
[vi]. De todos los padres, hijos (legítimos o no) y
parientes (consanguíneos o afines) del dependentismo latinoamericano, hemos
encontrado nada más que a dos mujeres de relieve: Harnecker (1970) y Bambirra
(1971). Sin embargo, sin perjuicio de sus reflexiones posteriores, en los
índices de sus principales obras de la década del 70 no logramos encontrar como
capítulo especial ¡ninguna alusión a la opresión genérica que sufre la mujer en
el subcontinente¡ Se negaron a sí mismas y a las demás en nombre de afirmarse
frente al sistema capitalista. La situación nos recuerda la tragedia de Madame
Bovary (Flaubert, 1975) quien se entregó a sus amantes olvidándose
completamente de sí misma y nunca entendió las razones --debidas exclusivamente
a su simple condición de mujer-- que adujeron Boulanger y Dupuis para
abandonarla, terminando, la inocente Emma, por suicidarse. Verdaderamente, si
alguna vez otorgásemos el crédito que se merece el feminismo latinoamericano
tendríamos que concluir que el anhelado hombre nuevo del Ché Guevara jamás ha
dejado de ser...una mujer!!!
[vii]. Una de las cosas que la revolución
nicaragüense, dentro del intercambio de experiencias, le retransmitió a la
revolución cubana, al margen de especular si lo que exportamos políticamente
fueron defectos o bondades, es el reenfoque que se hizo en el régimen de
Castro, por lo menos hasta antes de la desintegración de la URSS y del
replanteo defensivo actual de la Teología de la Liberación, acerca del papel de
la Iglesia Popular (Betto, 1985).
[viii]. "América Latina es la región en el
mundo que registra los más antiguos y poderosos movimientos juveniles; esto
tiene algún origen y tiene que explicarse por alguna razón" (Bagú,
1983:186).
[ix]. Desde luego que alrededor de todos estos hitos
referenciales, orbitan una serie de experiencias menores (Kaplan, 1983:190-5;
Torres Rivas, 1985:13-70) como la insurrección salvadoreña de 1932, el
Cordobazo argentino de 1919, el tenentismo brasileño de los 50, el gobierno
guatemalteco de Jacobo Arbenz (1954), la semi-insurrección dominicana (1965),
las rebeliones agrarias peruanas de los 60, los sucesos en la Venezuela de
1945, la revolución tica (1948), etc.
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