martes, 17 de noviembre de 2009

Los Jóvenes quieren morir como héroes

LOS JOVENES QUIEREN MORIR COMO HEROES

Por Freddy Quezada

Al hablar sobre la juventud es casi inevitable tropezarse con la referencia a los dioses griegos que dieron escoger a Aquiles su tipo de muerte. Le dieron a elegir, como se sabe, si deseaba morir joven y héroe o viejo y sin gloria. Probablemente Aquiles, con veinte años más encima, hubiera preferido terminar sus días dulcemente en manos de su amante Patroclo si, por supuesto, no hubiese muerto a manos de Héctor y, a su vez, la muerte de éste no fuese vengada por Paris con un flechazo envenenado en el talón de Aquiles. Vaya paralelogramo de locas!!! Bien podría decirse que la historia narrativa de la cultura Occidental la fundan cuatro comelones tomados del dedo meñique.

Los jóvenes son creyentes por definición. Eso explica que fácilmente se hagan morir o matar por ideas que ni siquiera estén a la altura de su sacrificio y desprendimiento, pero sí de sus pasiones y entrega. Es curioso que sepan morir porque no encuentran otro modo de vivir. Cuando el comercio de sentidos se pluraliza, como sucede hoy, y se desacralizan las promesas más grandes, los jóvenes empiezan a descreer por la abundancia de la oferta de significados. El sentido se pierde porque está en todos lados. Y, entonces, se divierten, en efecto, pero al mismo tiempo se aburren. Son como Ulises a la deriva, expuestos a los cantos de sirena del consumismo y el placer, durante sus viajes, pero angustiados y sordos.

La época es cínica, hedonista, indiferente, competitiva y terriblemente vacía. Pero es un vacío que no es creador sino destructivo de formas y sustitutivo de otras novedades ilusas como toda nada, en efecto, pero con la ambigua idea de que alguna certeza nos espera al final del camino. Quizá esto explicaría el fundamentalismo que al mismo tiempo abriga y encierra la época que lo condena.

Esta época es especial porque ahora los jóvenes no son creyentes, son poco solidarios, individuos que buscan agotarse en los viajes y la diversión continua. No saben lo que quieren ni lo que buscan. O lo saben muy bien, pero no quieren decirlo a los adultos. Quizás porque quieran sorprendernos una buena mañana, como en mayo de 1968 en París, con una locura para asombrar al mundo e inaugurar una nueva época rica en sentido y espiritualidad.

Edgard Morin, en uno de sus primeros trabajos, El Paradigma Perdido, decía que en todas las sociedades, incluso entre los animales, son siempre los jóvenes los más creativos, los que descubren y experimentan cosas que terminan revolucionando a la comunidad.

En un texto que está causando furor en Occidente, "El monje y el Filósofo" (diálogo entre un padre, filósofo de profesión, y su hijo budista tibetano, ex-científico), aparece una confesión de los motivos que llevaron al biólogo molecular a renunciar a su cultura por algo muy sencillo. Fue testigo, desde niño, de cómo los intelectuales amigos de su padre no hacían lo que decían. Viendo un documental sobre el Tíbet fue que decidió romper con su cultura y abrazar el budismo. Creo que el encanto del Che Guevara entre los jóvenes produce también el mismo efecto.

Considerar la ética como la no separación del narrador de su discurso es lo primero que reclama un joven. Y es lo primero que no encuentra entre sus adultos. La separación, por una parte, de una espiritualidad electiva sujeta a la tolerancia emergida para evitar las guerras religiosas y, de otra, un discurso cada vez más desarrollado que terminó por apoyarse en sí mismo para demostrar su verdad por encima de los locutores, fue lo que produjo ese terrible vacío entre los occidentales que no logramos encontrar la ética perdida por este desgarramiento. El joven ve que los adultos dicen una cosa y hacen otra. Lo mismo que harán ellos para hacerse los adultos que odian. Es un círculo que no cambia porque desean romperlo y así lo mantienen hasta el infinito.

Quizás la idea que mejor puede definir a un joven sea la inocencia de la "primera vez" para cualquier cosa. Para opinar, para participar en el sistema, para trabajar, para copular, para amar, reír y crear. Esa "primera vez" que todo sistema educativo mata a través de sus profesores transmitiéndoles cosas viejas y aburridísimas, autores con nombres, contextos e ideas incomprensibles y sin relación con uno y la vida. Esa "primera vez" es la carga que tienen para descubrir la novedad y la frescura del mundo y de los seres. Pero apenas lo empiezan a hacer, la sociedad, la cultura y los adultos les repiten las viejas fórmulas que los sepultan de nuevo en un pasado que los terminará engañando al hacerlos creer que lo perdido lo pueden encontrar en un futuro pletórico de luchas y promesas. Así, pierden, sin saberlo, la vida y su presente. ¿Hay cosa más rica que disfrutar el día? Un día es diferente a todos los demás. Jamás se repetirá y si se cree que es parecido a otro o igual es que ya matamos su frescura e ineditud por la memoria, el pasado y la comparación. Los jóvenes deberían ser enemigos de la historia. Esta no enseña nada de nada, sólo a repetir y encontrar lo mismo todos los días. Quizás por eso nuestra juventud odie tanto la historia, las raíces y la memoria. Es cierto, quiere divertirse, pero también quiere ser heroica y, ya se sabe, no hay heroicidad sin tragedia. Muchos se sacrificarían por cualquier bagatela ideológica. Pero por qué no lo hacen. Será porque están preparando, en silencio, la más grande de las revoluciones? La del espíritu? Prepararán el camino de tradiciones antiguas, ajenas a sus culturas, que en sus manos se convertirán en la ruta de esos mil años de paz que pronosticó Nostradamus para el tercer milenio? Son ellos los que corren de un lado para otro, como conejitos, preparándonos la sorpresa? Tendremos suficientes cejas para asombrarnos?

Tal vez por eso figuras como el Che o los monjes tibetanos hechizan a una juventud cruel en la ejecución de sus actos, sin duda, pero inocente en su búsqueda no confesada de algo que valga la pena para morir por ella. Por qué, jóvenes de hoy, dejad que sean viejos, como Don Quijote, los que llevemos todavía a cuestas unos sueños en los que ya no creemos, pero que por la fuerza de la inercia aún nos acompañan en las más amargas de nuestras noches, sólo para cuidar esa llamita que espera ser recogida por ustedes.

Nunca olvidaré, siendo niño, un film donde muere un gladiador joven en la arena romana, y donde me pregunté porqué le agradecía a los dioses su sacrificio. Al fallecer el héroe, soltando suavemente su espada y mascando felizmente una hoja de hierba, comprendí que morir joven era un regalo de los dioses.

Managua, Noviembre de 1999

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