lunes, 16 de noviembre de 2009

La Formación de los Imaginarios *

LA FORMACION DE LOS IMAGINARIOS

Por Freddy Quezada

Para el amor de mi vida, Aurora Suárez

Cuando era un niño, creía que la ballena era un pez. Tenía todos los atributos para serlo. Viven en el agua, nadan, se mueven junto a otros peces, son víctimas de los pescadores, etc. La pequeña diferencia que distingue a los mamíferos cetáceos del resto de seres marinos, más bien ayuda a confundirlos con ellos y no a separarlos. Así también son los imaginarios. Tienen pequeñas diferencias con la realidad (nada menos que "la verdad") pero son la base para unirse con ella. Un imaginario no es verdad ni mentira, es un dispositivo de poder muy funcional. Y es más que un vulgar estereotipo, arquetipo, cliché, prejuicio, mito o idea fija.

Es una entidad viva y cambiante, que ha pasado de manos de los religiosos a los políticos y ahora a los medios. En este último caso, muchas veces cuentan con el apoyo de las ciencias o su complicidad, como el caso del "Grisis Siknis" en algunas comunidades miskitas en las que ya están interviniendo los psiquiatras y el Ministerio de Salud, para formar un típico imaginario con solvencia y autoridad científica. ¡De los peores que hay!

Casi siempre los imaginarios cobran vida propia en manos de los poderes, para ser impuestos seductoramente por medio de una materialidad institucional contando con la complicidad y multiplicación de quienes los reciben. Cuando llegan al grado de emanciparse de quienes los producen y hasta de quienes desconfían de ellos, generan un "efecto de verdad". Es lo que explica que la sociedad estadounidense, (para los que no han estado ahí, el país de más gordos del mundo), se presente a través de sus películas, series televisivas, noticieros, revistas, turismo, publicidad y medios, como bello y delgado.

Un buen día, uno dice que sí, que los colombianos son cocaíneros; los negros ociosos; los nicas muertos de hambre; los miskitos (ahora con el Grisis Siknis) locos; los árabes terroristas; los alemanes despóticos; los ingleses flemáticos; los gringos pragmáticos y los franceses seductores, como Pepe Mofeta, ese zorrillo loco y encantador que enamora a las gatas.

Pero, otro buen día, nos enteramos que hay colombianos de todo tipo; afroamericanos muy diferentes entre sí; nicas de clase media más parecidos a norteamericanos que a nicas de clase baja; europeos más parecidos a lo que nos imaginamos de los propios orientales que árabes, budistas y taoistas reales; egipcios, indios y japoneses que son más occidentales que muchos gringos, etc.

Si la distinción está en ambos lados, aunque en proporciones desiguales, como en el símbolo del yin yan, entonces ¿cuál es la diferencia? La igualdad, idiotas. Pero no la de la Ilustración, sino otra que no se persigue a sí misma.

Los imaginarios se usan para las guerras y para el comercio. Los dos escenarios más grandes de las luchas y cooperación entre las sociedades; son la unidad más simple de las relaciones de un poder de alta resolución y sirven tanto para unir como para separar. Son dispositivos de estrategias para alcanzar, mantener o incrementar fines de dominio de unos sobre otros.

Lo primero que hacen los imaginarios es cerrar sus diferencias internas y mantenerlas abiertas hacia los otros/as, pero por razones puras de poder. La diferencia la fundan afuera, cerrándola por dentro. Nadie se pregunta, por ejemplo, para comparar una mesa con una planta, cuál tipo de mesa se elegirá como referencia o con qué tipo de planta se prefiere la comparación.

Podemos decir que todo el universo está de un modo microscópico contenido en los referentes reales de los imaginarios, que lo que hay afuera ya está dentro. Pero el pensamiento no funciona así, porque mata las diferencias para ser operable y funcional (como decía Borges en "Funes el Memorioso") ni el poder, que las crea y emplea desde el punto de vista de su eficacia.

La citacionalidad (repetición) de los imaginarios es la fuente de su "naturalización". Cuando alguien rompe la serie (un travesti, un rebelde, un revolucionario, un gay, una subalterna, etc) para producir novedades, empieza a rizar el rizo otra vez, y genera "esencialidades", comportamientos, valores y expectativas recíprocas que repiten el círculo. Sólo aquellos que parodian, es decir, se burlan del encadenamiento de imaginarios, logran, por medio de inestabilidades transversales, no ser engañados por el sistema, aunque tampoco les preocupa superarlo.

Lo real no lo podemos conocer. Como poseemos un bosque de imaginarios supersimbólicos, que nos hace sensibles a cualquier gesto, a cualquier amenaza o halago, a cualquier mensaje o mirada, la realidad tiende a ser lo que pensemos de ella pero, sobre todo, lo que otros u otras quieren que pensemos de ella, dejándoles a los más rebeldes el consuelo de creer que le agregan algo original a su protesta.

El modo más excelente de fortalecer un imaginario es oponerse a él, porque en verdad lo que se consolida es el medio que lo impone, no importando si es verdad o mentira, si se está a favor o en contra, sino que circule y con ello mantener la presencia del formulador de la agenda, generalmente un medio de comunicación. El interés de los medios por ello es la brevedad, velocidad, funcionalidad y grado de cobertura del imaginario. La pregunta es, pues, cómo hacer para derrotar a un imaginario sin proponer otro. El problema no es presentar una alternativa a otra, sino la crítica que siempre acompaña a toda nueva salida. Es, pues, criticar a la crítica, cuya función moderna es siempre "para algo". Como en un koan zen, se trata de aplaudir con una sola mano --- aplaudir, chicos, no autogratificarse.

Qué grado de eficacia tendrán los imaginarios que, con sólo decirlos, escucharlos o verlos, los vinculamos con pequeños universos que no son visibles, audibles o registrables, pero que trabajan en silencio desde distintas fuentes de poderes y componen dentro de nuestra cabeza el juicio que tenemos sobre el mundo y sus seres. Si, por ejemplo, contando con esa virtud que poseen, quiero generar entre ustedes un efecto de horror y dulzura simultánea, de asco y ternura a la vez, puedo despedirme confesando, como al inicio, que siendo chico, también creía que los murciélagos eran pajaritos que no podían dormir.

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