martes, 17 de noviembre de 2009

La identidad árabe bajo contrataque

LA IDENTIDAD ARABE BAJO ATAQUE

Por Freddy Quezada

A propósito de las voladuras de las torres gemelas (que me recuerda el final de esa bella película “El Club de las Peleas” ignorada por Hollywood) y de la quebradura del Pentágono, he oído algunas sandeces al respecto que no me sorprenden porque se las atribuyo a esa sensación de balbucear cualquier cosa, desde la memoria, cuando hay un suceso que no puede ser descrito por inédito.

Un analista, al parecer admirador de los músculos de Stallone y de esa cintita que le fija rudamente su cabellera, nos remite a ver de nuevo Rambo III para confesarnos que ahí está la clave de todo; otro, un anciano que nos tiene impaciente por saber qué pasará en su país cuando se muera o lo maten, nos dice que fue la CIA misma la responsable y, uno más, desde su alberca obtenida a punta de investigaciones para ONG´s, nos asegura que fueron los chilenos extremistas conmemorando un aniversario más de la caída de Salvador Allende. Un último, experto en hablar mucho y en interrumpir las preguntas a los entrevistadores, nos viene con las teorías geoculturales de Huntington aprendidas en sus cursitos de verano en las universidades pagadas por papá, para demostrar lo que todo el mundo sospechaba sin leer a aquél ni ver en televisión a éste: los árabes.

No sé porqué a alguien no se le ocurre decir que todo es un invento de Steven Spielberg, o de James Cameron, para su próxima película, y terminar la pesadilla con una gran exhalación de asombro, al ver aparecer súbitamente entre los escombros de las torres gemelas, después de la orden de ¡acción!, a Arnold Schartwzenneger (con sus colores de boina verde en la cara confundibles con los de una reina de festival gay), o Bruce Willis (con su rostro siempre sudado, mezcla de pólvora, sudor y sangre más bien parecido a un mecánico salido debajo de un coche en reparación), o Silvester Stallone (con su RPG7 de plástico para engañar al público sobre la facilidad en el manejo de su peso), disparando contra los árabes asesinos. Pero no sucede. Algo pasa... Los cadáveres no son dobles cinematográficos, tienen dirección, teléfonos y familiares que los buscan. No están dentro de la película, sino fuera de ella, donde estamos los seres reales sentados frente a la CNN, viendo las torres apagarse lentamente como los chorros de agua de nuestra fuente musical, en el antiguo centro de Managua, cuando termina la melodía.

Si el cuarto avión no hubiese sido derribado, por cualquier razón, es posible que su destino haya sido uno de los símbolos políticos más emblemáticos de EEUU, probablemente la Casa Blanca o el Capitolio. En el mapa imaginario del arquitecto del plan, supongo que esta pieza encajaba como la “cabeza política”, porque los “pechos económicos”, serían las torres del World Trade Center y los “testículos militares“, el Pentágono. El golpe tenía que ser integral: golpear la cabeza, cortar los senos y patearle los huevos a los norteamericanos. Sería irónico descubrir, después, que estas cosas se preparaban en los cuartos de los estudiantes árabes suicidas, frente a esas series cómicas y ligeras que la televisión norteamericana se especializa en pasar, con carcajadas pregrabadas, para celebrar esos chistecitos fabricados al gusto de su clase media.

Casi todo el mundo occidental se imaginó que los islámicos estaban detrás del crimen, de nuevo, sin necesidad de leer a Samuel Huntington o a Henry Kissinger. Imaginen que ya todos creemos saber quién es Ossama Bin Laden, por el simple expediente que todos tenemos en la cabeza un tipo de árabe armado como fruto de lo que nos han dicho en la familia, la escuela, los cristianos, los medios de comunicación, las películas, las universidades, los expertos del Medio Oriente y hasta un par de novelas occidentales clásicas sobre ellos. Son tipos que nos los presentan con un turbante, de nariz ganchuda, cejas y barbas negras y espesas, lascivos, fundamentalistas y dispuestos a morir por su causa. Con una identidad así (no es diferente el proceso con que nos imaginan también a los latinoamericanos en cualquier parte del mundo) encadenada a “esencias” por la definición de un poder interesado en mantener ese tipo de verdades fijas, demostrar que alguien es responsable de cualquier cosa que se ajuste a la identidad prefabricada es fácil. Por eso los asuntos de identidad no sólo son asuntos académicos en nuestro tiempos sino, sobre todo, políticos. Una identidad manejada desde los centros del poder sirve para controlar, perseguir y eliminar a todo el que se oponga a la definición. Y poder no sólo es el Estado y sus aparatos, sino, también, los medios de comunicación, los expertos, las universidades, las disciplinas sociales “científicas” y los centros de investigación. No es casual que un gran teórico del postcolonialismo y denunciador del “Orientalismo”, como una invención de Occidente, Edward Said, recomiende ahora a los miembros de los países islámicos callar ante las investigaciones de cualquier disciplina social por muy “científica” que se presente, como una estrategia del silencio de los subalternos que no pueden hablar, como dice Gayatri Spivak, porque cada cosa que dicen la convierten en un resultado para controlarlos, vigilarlos y castigarlos cuando rompen su identidad preasignada por el poder.

Derrotar la imagen que ya se tiene, por los múltiples canales aludidos arriba sobre los árabes, es difícil, casi imposible. Y a causa de ello, muchos inocentes sufrirán, si no lo están haciendo ya. Serán, o lo son ya, víctimas de acoso, pedreas, violaciones, secuestros y ejecuciones sumarias por las otras víctimas, también, inocentes. Es un universo, desde el punto de vista de las sociedades civiles, sin verdugos, pero con víctimas.

La violencia es una espiral. Si EEUU, su gobierno o parte de su población civil, responden con más violencia, más violencia será devuelta y así sucesivamente hasta que todos los bandos sientan que están perdiendo y cuando traten de recordar quién empezó el asunto, será demasiado tarde o ya no tendrá sentido porque todos estaremos muertos.

Sería inoportuno y de mal gusto en este momento decirle a los EEUU que su población civil hasta ahora está probando un poco de la medicina que sus gobiernos le han recetado a otros pueblos, casi siempre pobres y pequeños. Pero creo que no contribuiría en nada estar recordando el pasado. Lo mejor es condenar este tipo de atentados y advertir que uno solo cosecha lo que siembra y que nadie es invulnerable.

Y que Alá nos agarre confesados... (a mí, con Aurora)

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