EL MISTERIO EPISTEMOLOGICO DE LA TRINIDAD
Por Freddy Quezada
" `Tres', dijo el Jaguar". ¿Recuerdan?: Vargas Llosa, cuando era peruano, flaco y revolucionario. Ese número, junto al
Umberto Eco en El péndulo de Foucault, su novela más trabajosa, narra y juega con la historia de esos números cabalísticos. La ingeniería genética contemporánea ha descubierto que el ser humano cada siete años reemplaza todas sus células. Literal y físicamente, cada siete años somos ! otro ! y un ser humano, en consecuencia, es un múltiplo de 7.
El número tres, por otro lado, es más familiar para nosotros, quizás por la fuerza del dogma cristiano de la trinidad. Oigan lo que tengo que decir al respecto.
Vengo de leer, desde hace unos meses, varios textos (quizás unos 15) de los más diversos entre sí. Desde los más "locos" como Mil Mesetas de Deleuze y Guattari hasta los más "serios" como
A excepción del Deleuze/Guattari y uno de Derrida, en todos ellos, curiosamente, ! a lo mejor alucino !, encontré fractales del pensamiento occidental, es decir, todos ellos terminan reduciendo sus descubrimientos a síntesis aristotélicas que plantean, como solución, en medio de dualismos que ellos creen evitar.
Sólo para ilustrar, por ejemplo, De
Todos estos fractales del pensamiento occidental, decía, los he denominado precisamente "el misterio epistemológico de
"Fractal" es un término que ha hecho fortuna en las teorías del caos y fue popularizado por Benito Mandelbroot. Es una suerte de figura que se repite de modo hologramático en todos los procesos de la naturaleza después de aplicar una ecuación sencilla y repetirla varias veces. Es como un árbol donde se confunden caóticamente unas hojas y otras en una copa, pero las nervaduras de cada hoja se parecen al árbol entero que a su vez se parece al bosque que a su vez se parece al mundo que a su vez se parece a la galaxia.
Creo que buena parte de la cultura occidental tiene un fractal epistemológico basado en el UNO de Parménides que funda el monocentrismo en la cosmovisión griega, quizás derivado, como imaginan algunos antropólogos, del culto a la luz solar que ha impresionado a casi todas las culturas. Sin embargo, desde temprano se descubrió que, hacer de una sola cosa el centro de todas las otras, lleva a las paradojas del absoluto (huyendo u oponiéndote a ese centro, por ejemplo, te encontrás con él). Desde siempre lo supieron Gorgias y Protágoras, los sofistas que se están cobrando en nuestra época una vieja deuda de más de tres mil años.
Platón, por su parte, es el que anuncia el dualismo que nunca abandonará Occidente y que luego se transmutará en mil nombres (cadenas duales de sentido) en boca de los más distintos autores de las mas diversas tradiciones dentro de Occidente. La luz solar parmenidiana viajará a uno u otro de los términos binarios.
Aristóteles, por último, creerá que la verdad se hallará en el justo medio del dualismo y fundará la virtud reconciliando y/o equidistanciándose de los extremos asumiéndose como el nuevo centro parmenidiano (el tres se convierte en UNO y todo se vuelve a repetir) a partir del cual nuestra cultura se dotará de un sentido venido siempre de arriba, de fuera, de dentro, o de adelante por un centro (Dios, Mercado, Ciencia, Comunismo).
En adelante, la cultura occidental estará toda dicha. Lo que vendrá después de las tres lógicas griegas serán cristianizaciones (tres personas distintas y un solo Dios verdadero) y secularizaciones (tesis, antítesis y síntesis).
A Tomás de Aquino no lo atormentará el misterio cristiano, entre otros, de
"Se acabó todo", dirán después, con tristeza, Oswaldo Spengler (La decadencia de Occidente); con ironía, Isaiah Berlin (Decadencia de las ideas utópicas en Occidente); con alegría, Daniel Bell (El fin de las Ideologías) y con paroxismo, Francis Fukuyama (El fin de
La irrupción del caos, en medio del escepticismo, obligará a algunos pensadores a examinar la riqueza en los detalles donde se descubrirán los fractales. En particular, uno se pregunta si no serán las invarianzas del estructuralismo que nos visitan de nuevo. ¿O será que la cultura nace de una vez, toda al mismo tiempo, como solían decir ciertos antropólogos? Toda ha sido dicho desde la primera vez. ¿El primer verbo habrá sido el último? ¿Estamos girando alrededor de un eje, como en un carroussel alucinante, cabalgando sobre nuestras propias ilusiones? ¿Una confesión así no nos acerca de alguna manera a los enigmas budistas de la existencia y del sentido?
¿No será el viejo horror vacui de nuestra cultura que se resiste a admitir la falta de fundamentos en las cosas y los seres? ¿No es cómico que para demostrar la validez de un fundamento se lo emplee para hacerlo? Por una "indecidibilidad" godeliana, al volverse sobre sí mismo un fundamento, produce las paradojas que terminarán disolviéndolo en la nada. Es como fundamentar la validez primera de un "acto" que, por principio, no necesita fundamentarse. O fundamentar la expresión "no hay fundamentos", como me veo obligado a efectuarlo en este momento, aceptando las reglas de la lógica para hacerlas estallar en todas las direcciones y producir los vértigos del pensamiento tan insoportables para un occidental. O, al revés, como usualmente sucede: no fundamentar la expresión "hay un fundamento primero" y vernos condenados a obedecer las servidumbres de tal narración como un destino.
Cuando se dice que hay "hombres de onda larga" (Abraham, Moisés, Mahoma, Confucio, Buda, Jesucristo), autores de los grandes relatos reconciliantes, se dice que hay fundadores de cultura, cuya fuerza está por encima de cualquier revolución o transformación. De ahí que, las religiones brinden sentido a las culturas (de hecho son sus madres), mientras las ciencias se lo privan. Por eso, esa dirección hacia la nada, a la que otras religiones no occidentales se entregan con alegría, las ciencias de hoy las recorren con esa sensación de soledad destructiva, de nihilismo sin dirección, de desesperación por alcanzar la velocidad de la luz, de desconsuelo a punto de estallar en llanto.
Husserl es el que espiritualizará las reflexiones sobre el sentido en nuestra cultura. El sentido en la cultura como monocentrismo será ordenado de mayor a menor, de fundamentos primeros a derivados. La identidad de alguna manera tendrá que ver con estas cadenas de síntesis que buscarán consumirse en pos de sus fines. Los sentidos en abundancia de nuestra época, al descentrarse los centros, destruirán el sentido monocéntrico. Baudrillard ha creido cerrarlos en la "Ilusión del fin" y Deleuze los deja abiertos con sus "rizomas". El reconocimiento de este estallido fundará la noción fecunda de identidades que actualmente circula en nuestras culturas y dará lugar a la distinción de identidades blandas (olvido, consumo, desterritorialización)) y duras (memoria, raíz, reterritorialización) (!cielos, de nuevo Platón!).
Romper con los dualismos a lo mejor no sea posible para nuestra cultura pero, por qué no pensar en las singularidades como Spinoza ("cuanto más conocemos las cosas singulares, más conocemos a Dios"), los márgenes como Derrida, los detalles como Camus, las pluralizaciones como Foucault, los ruidos como Eco, las casualidades como Feyerabend, los archipiélagos como Lyotard, las polvaredas como Cantor, las fiestas como Artaud, las carencias como Lacan, las ausencias como Barthes, los silencios de nuestros indígenas donde logran confundir la sabiduría más alta con la ignorancia más absoluta, en fin, en las turbulencias de un mundo acéntrico, pluricéntrico, sin sentido alguno a fuerza de contar con muchos.
Paradojas que ya se están trivializando como el repugnante y conmovedor espectáculo de ver arrodillarse a un ateo para decir: "En nombre del padre, del hijo y del espíritu santo..."
" `Siete', dijo
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