martes, 17 de noviembre de 2009

Las Sectas: el suicidio del sentido

EL SUICIDIO DEL SENTIDO

(A propósito de sectas políticas y religiosas)

Por Freddy Quezada

Cuando era trotskysta, un camarada, tenido por el más brillante entre nosotros, solía repetir con frecuencia la célebre expresión de Trotsky: "la crisis de la Humanidad se reduce a la crisis de dirección del proletariado". Si partimos que la dirección del proletariado universal la representaba la corriente internacional con la que simpatizábamos, teníamos que derivar que, en Nicaragua, el más sabio entre nosotros podría resolver todos los problemas de la Humanidad con lo que los políticos llaman, en materia de dirección, "un golpe de timón". Bastaba, para ello, entender muy bien "La Revolución Permanente" y "El Programa de Transición".

Para muchas personas, incapaces siquiera de dejar de fumar, tamaña responsabilidad suena hoy a una desmesura completa. Se necesitaría ser un griego como Prometeo, un cristiano como Jesús o un racionalista como Marx para cabalgar de nuevo.

El que llegó a ser considerado por nosotros como el "maestro" no era más que un charlatán apoyado en la fuerza que le comunicábamos por nuestras ansias de creer en un sentido único, duro, transcendente y con gran poder para explicar el mundo por medio de cuatro o cinco principios sencillos con la ventaja que brinda el encanto brutal de la simpleza. Eramos una secta política típica. Cuando reclamábamos, ante el "maestro", los frutos del reino, siempre había un culpable que, para el caso, solían ser los imperialistas, los socialdemócratas, los stalinistas, los pequeños burgueses nacionalistas, los reformistas, las otras corrientes trostkystas, etc. Alguien, cualquiera que se moviera, menos nosotros. Y, entre nosotros, menos El. Cadena regresiva de culpables con un inocente en el centro exacto: el "maestro".

Supongo que cuando son sectas religiosas el sentimiento que he descrito es más fuerte todavía. La noticia que 39 personas pertenecientes a una secta religiosa norteamericana se suicidaron para abordar una nave extraterrestre que los llevaría a la felicidad, nos devuelve a un problema que creíamos superado: las sectas religiosas. Pero, también, a otro a menudo oculto: el sentido.

Alguien, en el momento más vagabundo de mi vida, me hizo temblar una vez cuando dijo que lo más importante en filosofía era interrogarse si valía o no la pena vivir. Que, luego de responderse esa terrible pregunta, ya podríamos discutir si el espíritu tenía tres o nueve categorías. Quiso decir que el problema principal de la filosofía y de la vida es el sentido.

Pero, tal principio se convierte en terrible cuando lo perdemos por completo o empezamos a creer que sólo hay uno. Lo que priva de vida al sectario, religioso o político, poca importa, es el sobreénfasis que brinda a su sentido. Lo sitúa por encima de sí mismo y, por supuesto, de los demás. Es el centro de todo. Hacer de cualquier cosa o concepto un centro de todo lo demás siempre ha sido un fundamento de las culturas, pero estas sobreviven porque lo traicionan todos los días. Nadie puede ser totalmente consecuente con sus principios. Todo el mundo perecería o se sometería a los dictados del convencido. Tal es, de paso, los actos fundamentalistas que existen en el mundo de hoy simultáneamente con el descentramiento que impera en nuestras costumbres postmodernas. A ello debemos esa absurda amalgama de suicidios, sectas, cometas, extraterrestres, páginas web y zapatos Nike. Todos los tiempos se precipitan en uno.

Leo en los cables que los propios norteamericanos hicieron toneladas de chistes sobre el suicidio colectivo. EEUU es la patria del humor, definitivamente. Se rieron, entre otras cosas, del lema de los zapatos Nike que todos se calzaron al matarse: "just do it". ¿Que entenderán los norteamericanos por morir en nombre de un sentido? "Sólo hazlo", ciertamente, es una expresión cómica para invitar a alguien a privarse de un sentido que ya se ha perdido. Uno no puede suicidarse dos veces.

La vida siempre es una especie de arreglo, llena de miles de pequeñas trampas y millones de excusas, entre lo que creemos y hacemos efectivamente ante el simple contacto con la vida y con los otros. Vivir de algún modo es traicionar.

El mismo autor que me hizo temblar, dijo también, y eso me tiene aquí aún escribiendo tonterías, que muchas personas al caminar por la calle con la determinación de privarse de vida, muy a menudo se han visto impedidas de hacerlo por el pequeño gesto amable de un transeúnte que ignora el dolor de sabernos extraviados, por una mano que saluda fugaz nuestra propia sombra o por la sonrisa gratuita de una desconocida que nos devuelve el sentido y nos reinstala en el instante para siempre.

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