martes, 17 de noviembre de 2009

Introducción al libro "15 años de Sukawala"

INTRODUCCION

Cada grupo indígena que desaparece de la faz de la tierra es una mutilación del mundo y de la sociedad. Con su eliminación se pierde una sensibilidad más de los seres humanos; un modo de ver este mundo en el cual nadie tiene el derecho de saberse dueño absoluto. En consecuencia, su rescate no sólo es un deber de otros grupos sociales sino una defensa de la humanidad entera. La concepción de la pluralidad de los mundos, para los grupos étnicos, significa no solamente que los otros los dejen vivir, sino también participar desde sus propios puntos de vista, desde su historia, desde sus dioses y su imagen de la tierra. El reino de unidad en la diferencia se opone, en este sentido, al de la totalidad de los contrarios bajo un dios único, llámese Progreso, Estado o Cielo. Para el caso que nos ocupa, una manera de ver así las cosas, nos obligaría a llamar la atención del lector que, pese a que este trabajo no abordará aspectos antropológicos, no debe olvidar que la visión que presentará, así sea puramente descriptiva y relacionada sólo a asuntos organizativos, encierra una lógica específica articulada directamente con una sensación de pertenencia. Los sumus son quizás el grupo étnico vivo más antiguo de Nicaragua. Este sólo hecho debe entender que su problema es un grito de nuestras raíces. Acaso una protesta formulada desde los ríos de nuestra Costa Atlántica.

Casi siempre el tratamiento político a los grupos étnicos ha sido vinculado a ópticas de progresismo ingenuo o difícil, según sea su variante liberal o marxista, ejercido por racionalidades de clara inspiración europea. El punto de vista ha obligado, incluso a los más comprensivos, a sentirse superiores. La cosmovisón americana donde la armonía entre los hombres pasa por la comunidad, la tierra y la religión, ha sido subordinada a objetivos externos donde priva una clara orientación económica, rompiendo en algunos de sus puntos el equilibrio guardado entre las etnias y la naturaleza. Por supuesto que, visto con ojos donde la productividad se asume como eje, estas comunidas deben verse condenadas a transformar sus hábitos, sus costumbres, sus creencias y sus formas orgánicas. Las contradicciones, los conflictos, los malos entendidos y la violencia son, entonces, esperables.

Octavio Paz, un notable escritor mexicano, dijo alguna vez que la antropología es el arrepentimiento de Europa y EEUU. Arrepentimiento, decía, en el sentido que el pensamiento moderno al inclinarse sobre sí mismo y observar un vacío en sus raíces busca reconstruir su pasado, admitiendo en el recorrido su responsabilidad en la destrucción de grupos sociales que conservaban, y conservan aquellos aún existentes, la vida misma como una relación de respeto y sencillez entre la naturaleza y ellos mismos. Desde luego que no se trata aquí de negar las ventajas del progreso sino el impacto de sus excesos. Los ecologistas también han entendido así la tragedia. Al defender, por ejemplo, las selvas amazónicas amenazadas en Brasil, defienden correlativamente a las tribus que aún subsisten a su amparo.

El trabajo que tiene a la vista el lector, como ya adelantamos, no es ningún tratado académico sobre la cosmología y las costumbres de la comunidad sumu en Nicaragua, aunque desde el inicio sea inevitable, en una introducción, hablar un poco de la problemática de los grupos indígenas en general y se justifique así el perfil de sus primeras páginas. El texto trata básicamente de una descripción de los 15 años de vida de SUKAWALA, la organización tradicional de los sumus. La obra tiene cuatro grandes principios rectores que narran los accidentes, las contradicciones y los logros de la organización: antes del triunfo del FSLN en julio de 1979; su vinculación dramática con MISURASATA y YATAMA, sus irregulares lazos con el gobierno sandinista y una descripción detallada de la IV asamblea de SUKAWALA.

Se conoce el punto de vista de los sandinistas al respecto, sus conocidas autocríticas y sus limitaciones etnocéntricas, al mismo tiempo que sus frutos polémicos como la Autonomía y la superación de sus errores en el tratamiento con los grupos étnicos, armados o no, a la luz de los tratados regionales de paz. También es bastante conocida, aunque indudablemente menos que la anterior, la posición de los misquitos, durante el período examinado, a través de diversos estudios pero también proclamas de sus más connotados dirigentes. Como YATAMA pasó a ser la organización dominante en la región, a raíz de las pasadas elecciones de 1990, actualmente es muy temprano aventurar juicios sobre sus políticas y sobre sus nuevas relaciones con el FSLN y SUKAWALA. De las comunidades sumus es que se sabe muy poco. Precisamente, por primera vez, tendremos la oportunidad de leer un punto de vista tan legítimo como los otros dos pero, a su vez, tan diferente.

Desde luego que las investigaciones antropológicas impulsada por profesionales extranjeros o por organismos internacionales en campos de su interés, son necesarios para entender, como marco general, la problemática étnica en la Costa Atlántica. El primer capítulo del libro, incluso, está basado sobre algunos autores solventes en el tema. Pero no es suficiente. Es menester que hablen sus propios actores; que narren sus experiencias y que aborden sin sesgos, y sin saberse estudiados como seres extraños, sus propios puntos de vista políticos. Así es que despega la obra. Sin duda, es uno de sus méritos.

Obviamente que de los capítulos presentados, uno de los más intensos es el referido a las contradicciones interétnicas y al papel del Estado, vale decir sandinistas, en todo el drama. Por supuesto que, para tener elementos diacrónicos en el conflicto, era necesaria una reseña de la génesis de SUKAWALA como ANCS y el peso de proyectos como LIMON donde intervinieron instituciones que lograron el respeto de las comunidades sumus y, como consecuencia, su influencia. Sin tales antecedentes no se podrían entender, por ejemplo, diferencias naturales entre sumus y misquitos que, sumadas a las ancestrales, terminaron por alejarlos cuando más necesitaban unirse.

El testimonio sobre las causales de un, digamos, desencuentro entre grupos étnicos en la Costa Atlántica, en sí mismo interesante, estaba cruzado, además, por contradicciones entre revolución-contrarrevolución y, por último, la emigración a Honduras de muchos indígenas, conjugó el problema de la nación-Estado. Es decir, se mezclaron asuntos de clase, de etnias, de nación y de imperios. El enjambre de relaciones no podía ser más alucinante y tan rico como complicado. Unas etnias divididas en círculos represivos concéntricos; una revolución desconcertada y torpe ante actores nuevos; un imperialismo sin saberlo amigo o enemigo; un país vecino desconocido como tal y tenido como la continuación de su propio hogar; una misma etnia escindida por los favores del gobierno; etc. Todo un escenario cuya percepción dota a este capítulo de un alto valor testimonial. A fin de cuentas, los sumus siempre se situaron en medio de un conflicto que supusieron exclusivamente entre misquitos y sandinistas; la posición, además de encerrar los desgarramientos lógicos que se generan al elegir entre un aliado y un hermano, expresan al mismo tiempo una visión mesurada que transmite sensatez a los juicios. En efecto, hay una preocupación central que no se debe perder de vista. Si bien se detallan los motivos del desencuentro entre misquitos y sumus, la exposición está animada de un propósito constructivo y sobresale la angustia por ofrecer salidas para el reencuentro entre las comunidades autóctonas del Atlántico. Es más, la parte referida a la Cuarta Asamblea de SUKAWALA está impregnada de ese espíritu.

Hoy, con el triunfo de la UNO en las pasadas elecciones del 25 de Febrero de 1990, las cosas volvieron a cambiar en Nicaragua. La afirmación es tanto más cierta para las comunidades étnicas, incluyendo a la fracción aliada del nuevo gobierno, al parecer, muy favorecida. Difícilmente podemos, como dijimos al inicio, aventurar algún juicio de lo que ocurrirá. Sospechamos incertidumbre sobre la suerte de las comunidades. Y sólo esperamos que las políticas nacionales y las regionales no hagan decir a nuestros indígenas la expresión conmovedora que los aztecas gritaron a los conquistadores españoles:

"...déjennos pues morir, déjennos ya perecer, puesto que ya nuestros dioses han muerto".

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