EL HOMBRE DEL '68 VS
Por: Freddy Quezada Pastrán[1]
Un maldito vicio que tienen casi todos los escritores occidentales es que siempre escriben como si no pudieran equivocarse; esperan siempre como recurso sancionador de su lógica, una práctica ex post que, con mucho esfuerzo de su parte, debe corregir sus apreciaciones y, con poco, debe confirmárselas. Pocos hablan en términos de probabilidades, incluyendo en primerísimo lugar la de no tener razón. En parte, debemos ese modo de comunicarnos a un discurso esencialmente afirmativo, conjugación del panconcepto griego, la sobreseguridad judeo-cristiana y los superesultados de la técnica industrial, principios que juntos se han convertido en uno de los excesos del racionalismo que más exhibe con orgullo nuestro mundo occidental. Si exceptuamos nuestra porción indígena, podemos decir que somos una cultura demasiado segura de sus verdades, sobre todo ahora que está sufriendo, en su soledad, la nostalgia de los enemigos perdidos; en pocas palabras, somos una cultura peligrosa.
Hoy quiero, con este pequeño ensayo, prevenirme contra mí mismo o, por lo menos, contra esa parte pervertida de occidente que llevo en mi manera de escribir. Es en lo único en que no puedo equivocarme: en equivocarme. Tan inciertos son estos tiempos donde la mesura se confunde ya con la paradoja. El desfile de tantos escritores, sociólogos y politólogos, que se han equivocado en este país, tan paradójico como el ser humano, la vida y el pensamiento mismo, me obligan a iniciar una reflexión política sobre lo que pasa en Nicaragua, bajo el viejo principio socrático que, por ser ya un sentido común, me abstendré de reproducir. Menudos líos ha traído una falta semejante a escritores que creyeron saber con algo de modesta certeza, en los pocos casos en que despierta admiración una humildad así presentada, que descubrían las tendencias centrales de un fenómeno, sociopolítico pongamos por caso, en el momento exacto en que eran sorprendidos en lo más seguro de sus razonamientos sólo para ignorar al día siguiente las miserias de su razón humillada como si no hubiese sucedido nada en la víspera.
Será tan difícil decir: ¿puedo equivocarme en todo?
Hay cuatro grandes actores o grupos de ellos, probablemente, que decidan o influyan mucho en los años que faltan para terminar el período presidencial de Doña Violeta Barrios de Chamorro. A mi juicio, no necesariamente en orden de importancia, podemos plantear un juego de escenarios dentro de cada uno de ellos, o de todos entre sí, presentándolos en una gran mascarada, como en la antigua nobleza, donde, antes de iniciar el baile, las parejas alineadas levantan los brazos tocándose con ternura las puntas de los dedos y efectuando, la parte masculina, una ligera genuflexión.
Premiére pas de deux. El apasionante juego Lacayo-César[2]. Sin duda, uno de los factores que más pesó en las coordenadas políticas del país, por lo menos al finalizar el año 1991, fue la emergencia de una fracción parlamentaria denominada a sí misma como de "centro". Al parecer, en los dos poderes más importantes (ejecutivo y legislativo) del país serán otra vez nueve personas las decisorias, si excluimos al diputado que desertó en la votación sobre el presupuesto e incluimos al ministro de la presidencia. Esta derrota seguramente sorprendió a nuestro odiado y secretamente admirado Fouché, Alfredo César. En verdad, qué busca el presidente de
Deuxiéme pas de deux:
Troisiéne pas de deux: las dos tendencias del FSLN. Muchos autores manifiestan que hay varias tendencias dentro del FSLN. En efecto, las hay. Pero, en realidad todas pueden ser agrupadas en dos grandes corrientes que son al fin y al cabo las determinantes. La primera es aquella que, a partir de la destrucción del "socialismo real", enarbola la reconciliación con el nuevo orden interno e internacional y, por sus ligámenes con empresas propias o del partido, poseen una mentalidad "yuppie". El desmembramiento de la ex-URSS, el ahogado más triste del mundo, parecido al más hermoso, Esteban, el personaje del cuento que marcó para siempre la diferencia entre el balbuceante escritor García Márquez y el padre del "boom" latinoamericano, les ha impresionado más que su propia derrota en las pasadas elecciones. Muchos sandinistas juran en secreto jamás volver a ser revolucionarios. "Hay demasiada sangre de por medio", al decir de un buen amigo mío, como para no dar explicaciones de un silencio tan doloroso. Esta corriente hará descansar el olvido de sus veleidades en el más cruel de los cinismos prestándose a las alianzas más bochornosas y divirtiéndose, como un cíclope con manos de señorita, en el rejuego político de las distintas corrientes de la burguesía. La otra corriente, la rebelde, se niega a ser absorbida por los viejos valores que promueven el mercado y la ganancia y lucha con amargura, teniendo por única certeza las heridas frescas en sus ojos, a favor de un destino no anunciado. Para ser breves, hablamos de las víctimas de siempre: los trabajadores y la juventud. Dentro de la corriente rebelde pueden surgir líderes juveniles, como el propio Carlos Fonseca emergió de las filas de
Quoro finalíssimo: la juventud. En el mundo de hoy existe para la juventud una crisis de valores parecida, aunque más profunda, a la de los '60, para ser más preciso aún, a la de ese año que partió al mundo en dos y que sólo ahora podemos decir que dividió las épocas en moderna y post-moderna: 1968 (el mayo francés, la primavera de Praga, la matanza de Tlatelolco, la generalización de la lucha contra la invasión del Vietnam, el entierro del foquismo guevarista, la fuerza de las promesas maoístas, la emergencia de los "nuevos" Beatles, Black Power, el movimiento feminista, etc.)
Asistimos, por algunos signos de la época, a una especie de regreso al vitalismo, al hippismo, al presente perpetuo, en contra del racionalismo que despoja los atributos más ricos de todos los fenómenos. El canto a la vida aun no se escuha con fuerza, pero un pequeño núcleo de jóvenes tercermundistas, sin grandes ambiciones, promueve fórmulas activas y todavía contestatarias. Es su viejo protagonismo contra las injusticias sociales sin más fines que los reclamados por su propia energía y la poesía que siempre nace del dolor de la especie, vista como espectáculo desde unas ansias de remediar al mundo con la mirada. La construcción de otro horizonte, digamos modesto, es posible que haga aparecer a la juventud nicaragüense como el actor colectivo que rompa con toda la modorra de la política nacional y devuelva su tersura a los fenómenos sociales sorprendentes que han caracterizado a este país de Sísifo.
Pero el joven del '98, si brindamos tiempo a los muchachos que están asimilando con asombro todos los cambios que se están operando hoy, se encontrará con una verdadera paradoja: sus enemigos mundiales serán los hippies de ayer, los yuppies de hoy, el joven del '68. Serán dos generaciones que lucharán a muerte precisamente porque imaginarán comprenderse por la reciprocidad de la experiencia; porque una de ellas creerá en lo inútil de la protesta y se presentará a sí misma como producto de las ventajas del sistema. La otra, creerá en la fuerza que incluso tiene una juventud sin sueños y en el poder inercial de sus preguntas. Ese empresario post-moderno, yuppie, de Levi's rotos, Chemise Lacoste usada y Adida's viejos, presentará la victoria de su sistema como propia, personal, generacional. De algún modo, estas personas que ayudaron a derrotar a EEUU en Vietnam, son las mismas que lo llevaron a triunfar sobre los países socialistas. Toda una paradoja.
La absorción de las contradicciones (disfunciones) del sistema para equilibrarse, dentro de la más arrogante concepción parsoniana, será presentada con fuerza demostrativa. Pero, parece ser cierto. La elasticidad sistémica, el autoequilibrio y una de las leyes de la termodinámica parecen otorgar la razón a un sistema tan lleno de vitalidad para superar sus crisis. El cinismo de venderse a sí misma sus propias miserias, como la compra-venta de la deuda externa de los países pobres, parece ser el colmo de la demostración de su eficacia. Aún más: convertir sus vicios en bondades y creérnoslo.
Sea como fuere, aún equivocándome en mucho, lo cierto es que no debemos actuar frente a los jóvenes de la nueva generación como Fausto frente a Margarita que, al reclamarla para sí, nunca supo el infeliz que bastaba con extender la mano para conocerla. Nosotros, que una vez fuimos hippies sin llegar nunca a convertirnos en yuppies, debemos compartir ese sentimiento que comunica la juventud al combatir por los cambios sociales. Basta con saludarlos. De lo contrario, si para conquistar a Margarita pactamos con sus enemigos, tendremos que admitir, como decía un viejo escritor, cuyo olvido por las nuevas generaciones le hubiese honrado: "Ya es vender su alma al diablo el no saber gozar de ella".
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