lunes, 16 de noviembre de 2009

Las Trampas de la Diferencia

LAS TRAMPAS DE LA DIFERENCIA

Por Freddy Quezada

Para Pablito, de su tío Tai.

Tengo un sobrinito que, cuando aún no iba a la escuela, cada vez que le preguntaba cuánto me amaba, respondía: "cuarentymil por ocho" y, cuando le solicitaba que fuera más preciso, me decía al oído: "todos los días hasta que se terminen". Ahora, desde que va a la escuela y le repito la misma pregunta, contesta: "mucho, mucho, tío".

Me pregunto por qué la educación y la cultura que nos enseñan algunas cosas, mientras crecemos, nos matan otras. Entre ellas, la imaginación. "No somos niños dos veces; lo somos siempre", decía Séneca. La verdadera imaginación, como la de los niños y los artistas, es paradójica. Rica en diferencias, es siempre la misma. Pero, para serlo, necesita repetirse millones de veces en todos los mundos posibles. Al agotarse en sí misma se renueva. Es el misterio de la creación.

Ahora que vengo de experimentar una lucha sórdida en la UCA, donde una vez más pierdo otra batalla, reparé en las trampas de un dualismo aburrido que, no sé por qué razón, siempre termina imponiéndose.

Venimos de conocer las trampas de la igualdad que son, entre otras, las servidumbres ideológicas derivadas de los mesianismos redentores.

Muchos fuimos víctimas, primero, de la pasión, luego del vicio y, por último, de la enfermedad por cumplir La Promesa del Gran Cambio. A mi entender esta narración está lo suficientemente denunciada en nuestros tiempos como para detenerse en ella.

Pero, lo curioso es que he encontrado una especie de simetría, esta vez del lado de la diferencia. Pese a que, en lo personal, la he estudiado mucho, siguiendo la differance (Derrida) y el differend (Lyotard), siento que también tiene trampas. Sus profundas faltas son intercambiables y equivalentes con las miserias de la igualdad. Ambos son puntos ciegos situados a cada lado del límite entre los dos discursos. Son aguas que confluyen y se osmotizan; chocan y se complementan.

Las trampas de la libertad son, entre otras, la insolidaridad y la indiferencia. En nuestros tiempos, una acción fraternal se ve paralizada en nombre de la libertad de los "otros" (negros, latinos, mujeres, niños, discapacitados, ambientalistas, religiosos, zurdos, orientales, solteros, viejos, jóvenes, enanos, etc). Pero, cómo ofrecer a esos mismos "otros", la solidaridad que reclaman cuando son agredidos, si siempre aparecen "otros", en una cadena interminable, reclamando lo propio.

Hoy, todos somos "otros". !Todos somos inocentes! Vaya lío, sobre todo si reconocemos que acabamos de salir de la vieja época, donde todos éramos culpables. De alguna manera, la célebre expresión de Lévi-Strauss para resolver la paradoja de la diferencia, "criticar a los propios y comprender a los otros", terminó siendo una excusa para no conmoverse por nada ni por nadie. !Es la terrible soledad de los cínicos!

En verdad, el reino de la igualdad, los deberes, tuvieron sus miserias, del mismo modo que el de la libertad, los derechos, hoy tienen las suyas.

¿Cuál de ellas nos toca en suerte combatir en este momento? Es una pregunta que sólo cada uno de nosotros puede responderse. El tiempo coincide con el ser. !Es la terrible soledad de los éticos!

Pero, más allá de este dualismo cretino de nuestra cultura, permítaseme preguntar: ¿Es que sólo hay un deber y un derecho, una igualdad y una libertad? ¿No hay más? ¿Por qué tienen que ser, siempre, dos cosas entre las que nos toque elegir? ¿Por qué, a continuación, siempre el viejo truco del "justo medio"? ¿Por qué no seis, diecisiete, trescientas, setecientas veinte mil? ¿Por qué, si usáramos las licencias poéticas de mi pequeño sobrino, no podríamos imaginar que hay "cuarentymil por ocho" posibilidades de ser libres e iguales? ¿Y que el modo de conseguir reconciliarnos con nosotros mismos y los demás es, precisamente, romper con las viejas trampas del dualismo occidental "todos los días hasta que se terminen"?

Managua, marzo de 1997.

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