EL LLANTO DE HOMERO
Por Freddy Quezada
Espartaco fue el primer bárbaro de la cultura occidental que le enseñó a los ilustrados europeos el valor de la libertad y el sacrificio sin precio. Bárbaro significa en griego, más o menos, balbucear. Espartaco no entendía el latín y poco le importaron las exquisiteces del Imperio. En su honor, aún hace poco, los intelectuales de izquierda bautizaban sus revistas de debate teórico y muchas de sus organizaciones revolucionarias con su nombre. Qué ironía: un homenaje que siempre pareció una burla.
Los ilustrados después nos hicieron creer que fueron ellos quienes inventaron esos conceptos por los que crucificaron a Espartaco. Y la barbarie que pretendían combatir con ellos ya la llevaban los conceptos mismos. Es el viejo vicio de siempre. Construir imaginarios y deberles más lealtad que a la realidad misma que, por todos los cielos, no sabemos si existe sin ellos.
Piénsese en esta conversación, que a veces no resulta tan cotidiana. Dos jóvenes sencillos en bicicleta, uno le dice al otro: “fíjate, que con ese ‘brother’ somos tan amigos, que ni por esa ‘maje’ nos peleamos”. Los ilustrados pensarían automáticamente en “La Intrusa” de Jorge Luis Borges (donde la fraternidad de dos hermanos los lleva a matar a la mujer de ambos para eliminar sus rivalidades y fortalecer aún más sus lazos de sangre por la complicidad que brinda todo secreto) y no en la vivencia de los chicos (qué sabemos quiénes son, dónde viven y qué sienten). Qué mundo el que se han elegido. El de una realidad construida, en este caso literaria, pero que pudo haber sido de cualquier otra disciplina. ¿Por qué no es al revés? Por qué no sepultar la expresión de los ciclistas en el olvido y perderse con los chicos en la indiferencia y la falta de importancia que ellos mismos le darían a sus propios diálogos, haciendo fugitivo todo.
¿A quien se deben los ilustrados? a sus fantasías utópicas (que nacen como fruto de sus críticas siendo inseparables la una de la otra). Kant decía que el siglo XIX fue el siglo de la crítica pero, como se sabe, también fue al mismo tiempo el de las utopías. La crítica sin utopía (o sin alternativas que es igual) es una crítica de sí misma (es decir crítica de la crítica crítica) que tiene que desembocar por fuerza en el silencio para anularse porque de ser un medio se convirtió en su propio fin. Han oído la expresión desesperada: ¿sí, todo está mal, pero bien, qué hacemos?
Las utopías son las fuentes por la que se empieza a hablar de los desilustrados (seres que los ilustrados consideran sufrientes en nuestra cultura), haciendo que todas se parezcan: porque nadie sabe quiénes son, cómo piensan y qué sienten los sufrientes, sencillamente porque son inventados, como el individuo que lo inventaron los liberales sin resolver la paradoja de porqué todos lo individuos siendo diferentes piensan todos igual: que somos diferentes. Las utopías tienen que definir a sus redimidos sino no sirven.
Cada comunidad impone sus imaginarios de acuerdo a la fuerza que despliegan y al concurso de un serie de circunstancias excepcionales y favorables. No hay nada que sea universal. Nada es más griego que la democracia, más inglés que el concepto de individuo, más veneciano que el de mercado, más francés que los Derechos Humanos y el socialismo, más estadounidenses que la tecnología y la publicidad. Después estos imaginarios se enmascaran y se combinan entre ellos, sobre todo si se aliaron para derrotar a otros, y luego se hacen pasar por globales. A veces hay ilustrados que se tragan el cuento y empiezan a defenderlos con su vida y a imponérselos a los demás con sus virtudes demostrativas. Un intelectual amigo mío, por ejemplo, decía hace poco que no hay nada más progresivo que los derechos humanos que protegen al individuo, olvidando que el concepto de individuo es un invento moderno y el fruto de una comunidad de intelectuales (Hobbes, Locke, Hume, Bentham, Stuart Mill) que lo impusieron (sobre todo a las colonias) con el concurso por supuesto de otros actores más impersonales y anónimos. Nada es más social y comunitario que el concepto de individuo.
Ahora, al revés, se trata de decirle a los ilustrados que vivan, no que piensen, como los desilustrados (es decir que olviden totalmente lo que aprendieron, que se maten entre ellos y el triunfador, como en el cuentecito de Conrad, “Una avanzada del progreso”, se suicide). Deben ser ellos los que se callen ante la presión del número y de la igualdad falsa que ellos crearon así como de la diferencia imaginada que suponen en los demás. En “El Inmortal”, otro cuento de Borges, Homero se vuelve un bárbaro sin saberlo. Cuántos de nosotros en el día somos una cosa y en la noche otra. Cuántos somos ya los bárbaros que odiamos.
La barbarie moderna en la actualidad está representada por las migraciones. Son los migrantes los que están asaltando las Romas Imperiales. Ellos son los que están vaciando y poniendo en crisis los Estados Naciones expulsores y a los Estados huéspedes los están literalmente desfigurando. Los problemas de identidad y pureza por eso están replanteándose. Las remesas económicas en este escenario apenas son una minucia. Son infinitas las oleadas que, ahora horrorizadas, las instituciones financieras internacionales quieren drenar dentro de las fronteras nacionales y parar la hemorragia con políticas de amortiguamiento de la pobreza.
Pobreza que ellas mismas han producido y cuyas fronteras han destruido, por otro lado, por la velocidad de los capitales y la necesidad que la fuerza de trabajo calificada nativa los persiga de un país a otro con programas universitarios de igual acreditación, manteniendo a los bárbaros analfabetos dentro del Estado nación..
Con la mano derecha destruyen lo que quieren detener con la izquierda. Mientras por un lado hunden los Estados nacionales más débiles, por el otro los quieren salvar para impedir que les destruyan los suyos. Otra ironía de la historia. Las dos grandes promesas del socialismo: destruir los estados nacionales de las burguesías y desarrollar sus fuerzas productivas, las terminó cumpliendo su mayor enemigo: el capitalismo.
Las hordas bárbaras, sin embargo, romperán todo orden, toda normativa, toda prohibición y serán dirigidas por los ilustrados cínicos y desencantados que agitarán desde los escombros su espada contra los rascacielos, hasta que uno de ellos, el último de los ilustrados sea, pues, el primero de los bárbaros. Homero, entonces, volverá a ser Espartaco y lo veremos llorar.
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