domingo, 15 de noviembre de 2009

Las Tres Grandes Revoluciones de Occidente

LAS TRES GRANDES REVOLUCIONES DE OCCIDENTE

Por Freddy Quezada

Orlando Núñez, un sociólogo revolucionario, me expresó una vez en privado, durante las medidas de ajuste efectuada por los sandinistas en 1988, que la única y verdadera de todas las revoluciones era la del mercado. Al año siguiente, con la caída del muro de Berlín, se demostraba que la del Estado, la "otra", la "socialista real", habría sido un fracaso.

La confesión de Orlando me impresionó mucho por venir precisamente de un hombre como él, hasta que descubrí otra más radical que la sustituyó. Desde entonces, creo que verdaderamente sólo hay una revolución de "onda larga" en Occidente: la culpa. Bien visto, aunque me desagradan las simplezas, uno podría distribuir los tres ejes según cada "modo de producción", para emplear la vieja jerga marxista: la culpa al feudalismo; el mercado al capitalismo y el Estado al socialismo.

El mercado y el Estado, revoluciones socioeconómicas, más bien de "onda corta", "guerras civiles" dentro de la cultura occidental, como la definió hace poco un analista japonés, se inscriben dentro del inconsciente cultural de Europa del pecado judeo-cristiano, la ruptura más grande, junto a la lectura del tiempo, que los europeos hicieron de sus propias tradiciones greco-romanas. A partir de la introducción de estos conceptos se empezó a ver la historia como "caída" en busca de la recuperación del paraíso original perdido que, para los capitalistas será la libertad del mercado y para los socialistas la igualdad de la especie. Mientras que las faltas, a su vez, se harían acompañar de los castigos jurídicos, malestares existenciales y complejos psicoanalíticos correspondientes con sus respectivas ingenierías de sentido.

La culpa, con su solución, la recuperación de la gracia por medio de las iglesias y/o la fe, construyó Estados fuertes de Papas y príncipes para defender sus beneficios y a sus fieles. El mercado los destruyó para dar paso a su vez a otra crítica que basaba su emancipación en otro Estado fuerte, aunque esta vez bajo la promesa de debilitarlo: el socialismo. Hemos visto, en consecuencia, un Estado que se persigue a sí mismo con cortocircuitos "liberales".

La culpa es un complejo propio de las culturas monoteístas. Creemos eliminarla respondiendo ante el deber, para obtener equilibrio emocional como satisfacción de lo cumplido, redimir a los otros (los débiles, humillados y explotados) y, al mismo tiempo, a nosotros mismos para calmar nuestra conciencia que es un derivado directo de la culpa (Hola Marx). Al buscar culpables, donde todos lo somos, sacrificando al que nos parece el menos, lo más próximo al inocente entre nosotros, es repetir el mito que nos sostiene para, al tomar conciencia del crimen, pagar la deuda, una y otra vez. A esto debemos esos extraños fenómenos en el que algunos ciudadanos solidarios de países del Norte, se sienten responsables de las miserias de los países del Sur, justificando muchas veces las tiranías y traiciones de los que dicen representar la redención de esos países, en contra de lo que piensan muchos nacionales. O al revés, cuando nos preguntamos por qué algunos miembros de otras culturas al ofendernos y luego esperar disculpas, no acusan en sus ojos el menor sentimiento de culpa; son inocentes.

No hay personas occidentales, ateos incluidos, que no sepan lo que es un complejo de culpa. Mirar a un niño de la calle e ignorarlo, ser testigos de una injusticia y no actuar (Hola "che" Guevara), no salvar a alguien pudiendo evitarlo, no ayudar al necesitado dando justificaciones de la situación propia, etc, son lógicas nacidas de la culpa que nos llevan en direcciones tan opuestas que van desde simplemente rezar hasta hacer revoluciones, pasando por cerrar los ojos, encogerse de hombros, explicarse, apartar el rostro en otra dirección, compadecerse sinceramente en silencio, silbar. En su tiempo, muchas de estas cosas las denunció alegremente Federico Nietzsche. Nadie le hizo caso, hasta que hoy nos sentimos culpables porque nuestros antecesores no le escucharon. Regresa en virtud de lo que tanto condenó. El día en que ignoremos el sentimiento de culpa para reconocernos en nuestra fluidez, en que seamos lo que pasa, daremos lugar a otra "onda larga". Desaparecida la culpa, desaparecerá también el deber; desaparecido el dolor, desaparecerá también el placer. Quedaremos como "otr@s" entre l@s "otr@s", desapareciendo.

Descubriremos, como el famoso chiste de Villier De L'Isle Adam, donde un sacerdote jugador apuesta el secreto de la Iglesia que "no existe el infierno" y, por tanto, habría que agregar, tampoco el cielo. Encontraremos, entonces, como dijo una vez Camus, la sabiduría de efectuar tareas sin recompensa y vivir la lucidez sin mañana.

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