A PROPOSITO DE KARL POPPER
Por Freddy Quezada
Un artículo --más bien una selección de citas--, de mi buen amigo Douglas Salamanca, aparecido en La Prensa Literaria del sábado recién pasado, bajo el título "Las ideas filosóficas de Karl Popper", me brindan hoy la oportunidad de expresar algo que no sabía sinceramente cómo empezar. Espero que Douglas dispense mi abuso de tomar sus expresiones para ilustrar un poco lo que pienso.
Siempre hay una contradicción cuando una persona ataca a otras a propósito de la interpretación de un tercero, sobre todo si ese tercero es una eminencia como Sir Karl Popper o su adversario, el otro Karl, aquel del que todos hoy nos burlamos del mismo modo como, en su tiempo, lo glorificamos: Marx.
Si yo digo que todos los demás son "exégetas y epígonos" de alguien, tengo por lógica simple que decir, a continuación, que yo me excluyo, porque si me incluyo, paso a ser un "epígono y exégeta" más. Exactamente como los otros.
Si, por el contario, en efecto, me excluyo, tengo que decir, en consecuencia, que yo no soy "epígono" ni "exégeta" sino que, aunque lo calle, solicito al público que crea que soy el único que dice la verdad.
Otra salida es, como la que emplea mi amigo Salamanca con gran sabiduría, retirarse y dejar hablar a Popper a través de sus citas "sin comentarios de ninguna especie".
Pero, ahora, el problema es que las citas fueron elegidas a criterio de Douglas y el, por tanto, hablará así desde su ausencia. Por ejemplo, se sabe que Popper rompió con el Círculo de Viena, por qué no lo dice. ¿No es una contradicción que mientras en el Círculo de Viena se critica a los filósofos, como muy bien se puede apreciar en la cita que cierra el trabajo de Salamanca, Popper se apoye un Kant, un filósofo, en otra cita?
Tal cosa se debe a que hay varios Popper, como hubieron varios Marx. Nadie es igual a sí mismo. A uno de los Popper, le debemos la llegada del nihilismo más crudo a las ciencias, recibido por ellas como el gran método crítico o la "ciencia del día". Todo es falsable, o es verdadero provisionalmente, hasta que otra concepción venga a demostrar lo contrario. Más simple y brutal: no hay certezas eternas en las ciencias. Todavía ellas no se enteran que pagaron el precio de su destrucción con ese principio. Y se han sentado alegremente, ahora, a ver el desfile de sus propios funerales. Porque Popper abrió las compuertas de una represa que ha terminado por ahogar a la ciencia misma. Les hizo ver que la lógica perpetua de la crítica, como los tiburones que se mueven siempre, sin descanso, hasta que mueren, debía ser
el motor de la nueva ciencia. El movimiento como fin en sí.
Pero, ahora, apliquemos la indecidibilidad de sus lecciones. Si, por ejemplo, yo critico a la crítica hoy, tendría que verme obligado inmediatamente a criticarla y, a su vez, a seguirla criticando. Es decir, criticar a la crítica de la crítica de la crítica y así sucesivamente, en círculos concéntricos, hasta el infinito. Es decir, hasta nunca empezar. No moverme o moverme (es lo mismo) en la nada por las paradojas de la autorreferencia.
Si, al contrario, yo no critico a la crítica, se convierte en una certeza, en lo que más odiaba Popper: un dogma. Y así, por la negativa, le debemos también a Popper habernos revelado la complicidad entre la religión y la ciencia.
Continuidad de aquella en esta, más bien, cuya gran diferencia corrió siempre a cargo de la naturaleza de las pruebas. Mientras la religión se remitía a probar las promesas de su reino en el "otro" mundo, la ciencia (con su progreso material, desarrollo infinito y abundancia para todos), exigida por sus propios métodos, no ha podido demostrarlas en este. Es más cómoda la religión, sin duda, pero una ciencia sin certezas está verdaderamente libre de promesas. Terrible libertad, sin duda, como la del que ha decidido matarse. Por eso hoy, nadie puede ni quiere, ni ella misma las brinda ya, nuevas promesas. Es la nada en su pervertida versión occidental.
Al final, pues, estamos en deuda con Popper, entre muchas otras cosas, porque nos enseñó a desconfiar. Aunque lo haya hecho girando sobre sí mismo como la alucinante y vertiginosa expresión "ver viendo que ve viéndose ver". Y esa es su grandeza. Gracias, Douglas, por recordárnoslo.
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