Por Freddy Quezada
"Nadie es un héroe para sus sirvientes." Tal expresión, de paternidad aún discutida entre Hegel y Goethe, bien puede parodiarse, con el permiso de padre y padrastro de tal engendro, como "nadie es un genio para su c\nyuge".
En otros términos:
Caída 1: la cercanía del sujeto nos hace perder la grandeza de su ausencia. Lo trivializa y lo empieza a descomponer. La desaparición de los rasgos imaginados, en la distancia, por los "otros" nos obliga a no encontrar en lo propio lo "otro" de "uno". Como en la mirada misma, por ejemplo, que siempre se ve acompañada de su "alter": la pornografía.
Al revés, al alejarnos del sujeto nos perdemos en el imaginario de los "otros" y no logramos reconocer lo "uno" en lo "otro". Es como el yin yan chino. En "uno" está lo "otro" y en lo "otro" está "uno" hasta el infinito, como en un juego de espejos. Se pierde la pureza del concepto al estar atravesado por los otros. Pero, además, está la desacralización que sufre el concepto por contacto directo, presencial, despoetizado, de las miserias del héroe/logos en manos de sus testigos inmediatos, cotidianos, pesados y sanguíneos que "sólo saben desenfundar las botas de sus amos y escanciar champaña".
Caída 2: la nada es la desembocadura de la diferencia; los conceptos mueren por la diferencia de sus variedades.
¿Qué tipo de cerveza, de café y de cigarrillos, señor? nos pregunta el bar tender. Una cosa tiende a desrealizarse cuando se divide infinitamente en sus variedades. La ciencia misma como conjunto de alternativas rivales, no escapa de esta definición. Hegel lo decía al revés "una cosa sólo es real hasta que se divide". Una forma alucinante de definir la nada. Entonces el concepto empieza a morir. Por ejemplo, el concepto "yo". Yo no soy yo, soy Freddy. ¿Tengo que nombrarme para reconocerme? Tengo que dividirme entre quien soy hoy (a su vez una variedad en el tiempo) y quien me han nombrado los "otros". "Yo" soy más rico en variedades que Freddy. Ese nombre no ha movido ni una sola de sus letras. Yo, al contrario, he cambiado tanto que sólo ha permanecido el cambio que resiste a reconocerse en un punto del tiempo. Soy un nudo en una red.
La variedad (la diferencia) la introduce el tiempo en el concepto y quien verdaderamente lo disuelve es la velocidad. Sucede que, en nuestro tiempo, el cambio es tan rápido que se detiene en un punto que es su presente. Es la imagen de la paradoja. Detenida en el máximo de su velocidad como cuando vemos fijamente la rueda de un auto en marcha. La velocidad nos hace regresar al pasado como futuro. Oigo decir que estamos en el "neobarroquismo", según Paul Virilio. Dice que el postmodernismo ya pasó. Ahora, entonces, recuerdo a Arturo Andrés Roig, filósofo americanista, que acusó al postmodernismo de decir cosas que ya habían expresado los escritores barrocos en especial los cubanos Lezama Lima y Alejo Carpentier. !!Increíble!!
Ahora puedo decir, por ejemplo, a propósito de cubanos, que nadie en el mundo se parece más a Fidel Castro (por la sobreseguridad de sus juicios, el aplomo de sus acusaciones, los giros de humor "noir" de sus mordacidades, sus metáforas limpias y directas, su odio refinado, el desenfado exquisito de sus sospechas, sus requiebros estilísticos, los falsos desmayos de su asombro y sus maldiciones impecables) que Carlos Alberto Montaner, uno de los "listos" padres del "Manual del perfecto idiota latinoamericano". Se odian porque se parecen, no porque se distingan. Si de verdad fueran diferentes, serían amigos.
Caída 3: la muerte del concepto me lleva a sospechar que somos "nudos de sentido".
Los sentidos, como se sabe, no tienen su síntesis en el sentido, porque este último responde a una ingeniería cultural y aquellos se subordinan a este. El sentido se construye dentro de las culturas; es una narración con su cosmos y su telos. Cuando se acepta por la mayor parte de una audiencia, se convierte en sentido común y ya nadie lo interroga porque se desvanece como fundamento. Cuando el sentido común se complejiza se nos aparece como porvenir. Desaparece en "otro" tiempo.
Pero, en nuestra época, al quebrantarse el monolitismo logocJntrico nos vemos envueltos en una nube de sentidos donde casi podemos elegir a nuestros dioses que, en muchos casos, nos subyugarán otra vez.
Bergson dijo que la humanidad es una máquina de crear dioses. Hay que corregirlo. En verdad, son las culturas quienes los crean con la diferencia que, como los puntos de un plano que se intersectan en el vacío, Occidente los cambia siempre; Oriente, nunca.
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