martes, 17 de noviembre de 2009

El Secreto de la Iglesia

EL SECRETO DE LA IGLESIA

Por Freddy Quezada

(http://www.geocities.com/Athens/Pantheon/4255/)

Por cortesía de Marvin Ortega, un estafador simpático --como yo--, de esos que abundan en Managua, leí hace rato de un autor francés, cuyo apellido lleva esos incómodos apóstrofes que parecen una cicatriz en el rostro, un texto de cuentos cortos. Recuerdo que de todos los relatos me impresionó uno que se llamaba: El Secreto de la Iglesia. Se trataba de un sacerdote, apostador compulsivo que, ante una racha de pérdidas, decide jugar el secreto del cristianismo, frente a los otros jugadores que, excitados por la revelación, se confabulan y lo derrotan, obligandolo a confesar que el secreto es que no hay infierno.

No sé decir, ahora, si Villier de L´Isle Adam, el autor del cuento, era uno de los tahúres y Wojtyla, el apostador empedernido. Las cosas se repiten siempre: todas como comedia.

Cuando el infierno deja de estar afuera para estar dentro de nosotros, las cosas no cambian. No es el sitio, sino su existencia la que interesa. Por eso el Papa ha dicho sólo la mitad de la verdad: el infierno está dentro, pero no es el lugar lo importante sino la naturaleza del objeto.

Decir que no hay infierno es decir dos cosas: tampoco hay cielo y que somos libres de elegir nuestro destino. Yo diría, hoy, de construirlo. Ambos son principios profundos de nuestra cultura. Es más, creo que uno deriva del otro.

El protestantismo es la continuación del romanismo pero individualizado. Al secularizarse la individualización de las almas: cómo no alegrarse por la eliminación del castigo externo y eterno; pero, cómo, también, no angustiarse por la desaparición del premio. Kierkegaard engrendra a Sartre; San Agustín a Camus. No desaparecen, para nada, los tormentos de la conciencia. Y se dirá contra ella todo lo que hoy decimos contra la televisión, esa otra conciencia universal postmoderna. El Papa sólo ha cambiado de sitio al infierno!!!

Es paradójico que el Papa secularize la doctrina, mientras gran cantidad de personas reencuentran la religión como salvación a las puertas del milenio. La iglesia católica, al menos, no ha perdido su dominación, pese a todo, porque siempre ha hecho concesiones al sentido común de las épocas; negocia su hegemonía con los consensos dominantes de turno. Tal vez por eso se haya hecho perdonar sus faltas contra Galileo, cuando una tecnología científica desbocada como las que nos gobierna, ha empezado a disolver todo tipo de creencias, incluyéndose a sí misma. Gramsci analizó muy bien estas cosas.

Así pues, mientras el Papa va, buena parte de la gente viene. Ese curioso fenómeno en que las corrientes viajan en sentidos opuestos y encontrados pero sin chocar y, sin embargo, una refuerza a la otra, me recuerda la forma peculiar que tienen los jóvenes de protestar frente a los adultos. Fuman, beben y se drogan para protestar contra ellos, pero, precisamente, eso es lo que los hace adultos: los vicios que emplean para no serlo. ¿Suena a locura, no?

Para Sartre, el infierno eran los "otros", para el Papa el infierno está en "uno". Que más da si es uno u otro, diría un pagano como yo. Es lo mismo. Todo está en la necesidad de colocar una aguja directriz (infierno, cielo, purgatorio), es decir la cultura, lo que une a unos y otros. Para completar a Sarte y al Papa, desde nuestra perspectiva, debemos decir que no somos libres más que para elegir nuestra siguiente ilusión. No hay infierno, no hay cielo, no hay sentido, no hay responsabilidad, no hay nada de nada: sólo personas oprimiéndose unas a otras por un cochino poder.

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