domingo, 15 de noviembre de 2009

El Paradigma de los AA en la sociedad de hoy

EL PARADIGMA AA EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA

Por Freddy Quezada

Aclaro que no soy AA, aunque debo confesar que no tomo y que lo hice generosamente en una época que, por lo demás, no la considero feliz ni memorable.

Desde hace mucho tiempo, los médicos se preguntan por el misterio que tienen los AA para curar (o detener) su enfermedad o adicción. Muchos se lo atribuyen a las terapias colectivas que ejercen; hay quienes creen en las virtudes suspensivas de sus narraciones mutuas que les impide efectuar el acto de tomar por el simple hecho de hablar de él; hay también otros que le atribuyen su poder salvífico a la combinación de una voluntad fuerte con un renacimiento religioso. Hay muchas hipótesis. Una más, la mía en este caso, no le haría daño a nadie. Y menos si decimos que la queremos vincular con una nueva forma de ver la sociedad y relacionarla con ella. ¿Me permiten?

Creo que una parte de la magia de los AA está en su relación con el tiempo. Son criaturas que no tienen futuro y se horrorizan entre ellos con su pasado. Se entregan por completo al presente, a sus 24 horas y separan un día totalmente del otro que, a su vez, se repite. Viven discontinuamente su lucidez. Son, para usar el término que emplea Frederick Jameson contra los postmodernos, “esquizofrénicos”, un poco parecidos a la época que vivimos, pero sin el ludismo que les haría recaer.

Sus catarsis son ejercicios terapéuticos para no regresar al pasado. Lo odian y se aterran entre ellos cotidianamente con sus excesos, perversiones y faltas que en su día cometieron y exageran. Al revés de algunas ramas postmodernas, estos no sufren la nostalgia de los orígenes y, por el contrario, aborrecen el regreso ventricial y encuentran en sus relatos el horror que necesitan para no hacerse perdonar nunca por sus víctimas. Vienen de regreso del placer cuando muchos apenas van. Quizás el poder residual de este elemento cristiano sea lo que los ate aún a una tradición perfectamente asimilable por el sistema que los mantiene en la periferia.

Pero en general, esta lógica de un grupo para resolver un problema, lo lleva a enfrentarse con una lectura del tiempo que quiebran en su beneficio y que ignoran la revolución que efectúan. Y quizás por eso se emparenten con otra tradición que nos ha traído la televisión, como es el mantenimiento de narraciones simultáneas (a través del zapping o al mismo tiempo en una pantalla plana) y la discontinuidad, como dice Neil Postman, que se traslada a la cosmovisión cotidiana y erudita.

Es curioso porque los jóvenes de esta generación, pero también los intelectuales postmodernos, piensan y obran de un modo quebrado, disperso, descentrado y simultáneo. A veces difícilmente uno los entiende porque violentan la lógica vieja, mientras buscamos integrarlos en una unidad de lectura simple, categórica, cerrada y lineal. ¿Será, tal vez, que ellos no son víctimas de ninguna violencia, sino que la han creado y no sabemos reconocerlos en su nueva libertad? ¿Son los herederos de la “Naranja Mecánica”? Los estetas de la violencia gratuita y placentera.

Es decir, tiempo (quebrado AA) y narración (simultánea TV). Lo cronológico y lo lógico; lo lineal y lo tramado; lo real y lo posible; la historia y la poesía . Qué coincidencia, así se llama una de las más célebres obras de Paul Ricoeur. Las consecuencias ya las vivimos: una colonia de relatos múltiples, indiferentes, cortados, paralelos, intersectados y encontrados. Así pensamos y obramos en nuestros días. Somos hijos de la televisión, la madre de la no linealidad. Ya lo que importa a esta altura son las narraciones en que inscribimos y somos inscritos; repartimos juicios e identidades por el destino y el origen que le suponemos a nuestros personajes en tramas diferentes. Cuando descubrimos que somos narradores sabemos, sólo entonces, que construimos un sentido que no está por encima ni por fuera de nosotros y nos enteramos de una lucidez escéptica que nos disuelve y arroja a una soledad sabia y serena.

Otra de las cosas que nos llama la atención de los AA, es la búsqueda no de la alegría que perdieron y llaman falsa, ni de la felicidad que sienten opaca y declaran no alcanzar, sino de la sobriedad que, traducido a términos epistemológicos, llamaríamos lucidez, una lucidez sin mañana, una sobriedad sin nostalgias y una tranquilidad a recaídas. Totalmente entregados a un minuto donde han estallado y se reúnen miles de narraciones frente a nosotros sin el valor de perdernos en ellas para mantener una identidad equivocada. Tal es nuestra época: un inmenso club de AA, por su tiempo quebrado (Derrida), reunido frente a un televisor que nos enseña a contar historias de todo tipo y a celebrar con licor su abstinencia.

Nuestra sociedad lo que tiene de desesperanza, lucidez y fragmentación es lo que ha perdido de sueños, unidad y perspectiva. Está ebria de desilusiones y nadie, más que la televisión, puede reconstruirle sus esperanzas en medio del vacío. Dejémosla llorar mientras se vea brindar en su espejismo.

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