miércoles, 11 de noviembre de 2009

¡A LA MIERDA todos: Constituyente ya!

¡A LA MIERDA todos: Constituyente ya!

Por Freddy Quezada

La mayoría callada, esa que Baudrillard un día definió como imposible de ser representada, se acercó, en la movilización del 16 de junio, con el silencio que se necesita, como los matarifes, para degollar a los cerdos. En la última semana los actores políticos de Nicaragua han buscado, como los tahúres, las mejores cartas y las más altas pujas, para llegar bien posicionados al Diálogo Nacional que dejará instalado, sin duda, José Miguel Insulza, el Secretario General de la OEA, con todas sus reglas y garantías precisas para matarnos de aburrimiento, después, con tecnicismos, procedimientos y acusaciones y contraacusaciones de las partes. Faltaba sólo un actor, el más importante.

A la semana previa, respondieron las bravatas de Ortega, las maniobras de Bolaños, las payasadas de la Asamblea con sus ideólogos decadentes y sus dirigentes extraparlamentarios adocenados, los campos pagados del COSEP, el sub-protagonismo del Cardenal, el dedo meñique de EEUU para asustar con sus visados, el oportunismo de los partiditos, medios de comunicación y candidatos retadores de los pactistas, la comicidad de la policía (acatando al mismo tiempo órdenes opuestas, como aquel perro de la teoría del derrumbe de René Thom, que se le apalea y luego se le premia, al mismo tiempo, reaccionando de un modo imprevisible) y la gravedad de un ejército cuya máxima virtud es su silencio, más asesino todavía que el de los matarifes.

La movilización de las fuerzas calladas antipactistas, en un cardumen variopinto parecido al carnaval de Río de Janeiro, al dejarse sentir, también han entrado al juego. La vimos llena de mujeres y rostros jóvenes, como la expresión de un renacimiento de la esperanza entre la clase media y un comportamiento cívico ejemplar, que tiene todavía tartamudeando a sus adversarios con expresiones del tipo “tienen derecho, fue pacífica, yo no la vi, debe haber sido buena ” y, a otros, haciendo cálculos estúpidos, con números que se les enredan a ellos mismos entre los dedos.

Algunas organizaciones de la sociedad civil, por su parte, al deshojar la margarita entre “sí o no” (por no apoyar a unos u otros) han evidenciado su total bancarrota política, al no haber asistido corporativamente a la marcha. Pasan preparándose toda la vida (diciendo que sus misiones son responder a las necesidades de los sectores vulnerables), como los paracaidistas, para arrojarse del avión, y a la hora llegada se abstienen de lanzarse, librando a sus miembros a elecciones individuales.

Estas “organizaciones de la sociedad civil”, como gustan ser llamadas, no han aprendido que en política siempre se le está haciendo el juego a alguien, pero lo importante es hacérselo uno mismo. Siempre juega uno con dos velocidades, como las que ejerce la tierra alrededor del sol, una de traslación alrededor de un eje, que todavía no somos nosotros, y uno de rotación, alrededor de nuestras propias consignas y estrategias, que luchamos por hacer que los demás las hagan suyas.

Carlos Fernando Chamorro, en su último análisis en El Nuevo Diario del 14 de junio, habla de una minoría que está por impulsar el “que se vayan todos”, refiriéndose a la idea de exigir que toda la clase política, ejerciendo el poder en este momento en Nicaragua, desaparezca o se le eche. El empresario mediático, Miguel Mora, aunque por razones distintas (quizás pensando en los consejos de Carlos Pellas, que no sé cómo hace para mirar, durante sus siestas, con los ojos cerrados, 100% noticias) invita a sus televidentes, aserrando la rama sobre la que está sentado, a que se deshagan de la misma clase política de la que vive su negocio.

Con todo, Carlos Fernando no alcanza a concebir que el sentimiento “váyanse todos”, igual que el analista Julio López, que se distingue de él por considerarlo mayor, si se combina con la exigencia de una Constituyente ya (nada del otro mundo, porque hasta los mismos pactistas y el Ejecutivo la tienen debajo de la manga para amenazarse unos a otros), se puede redondear una bonita consigna que aglutine a amplios sectores. En particular a esa “mayoría silenciosa”, cuyo poder es su número y el silencio, su factor sorpresa, que no había logrado hacerse oír, hasta en la movilización del 16 de junio, porque los medios prefieren destacar al organizado o a las personas informadas y conscientes, como ellos les llaman.

En política cuentan en primer lugar los tiempos, dice Carlos Fuentes, en “La Silla del Águila”, su última novela sobre la política mexicana. Y, en efecto, si la Constituyente, adelantándose a los que la conciben como un “chamarro”, es la máxima expresión de la democracia política, en la que se unen facultades ejecutivas y legislativas y donde las fuerzas políticas se miden para imponer sus programas e intereses (si no hay una dualidad de poder que los amenace con situarse por encima de las partes con un bonapartismo, o que se aplasten unos a otros desde un “soviet” extraparlamentario fuerte o un general contrarrevolucionario decidido) y se exige como salida para patear todo el tablero y recomponer la situación aunque, ni modo, con los mismos políticos, pero en otra relación de poder, pues, es de recibo decir: ¡Constituyente ya: A la mierda todos!

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