viernes, 13 de noviembre de 2009

Democracia y Revolución

DEMOCRACIA Y REVOLUCION

Por: Freddy Quezada.

Una de las más espeluzantes tragedias griegas es Las Bacantes de Eurípides. Se trata de una mujer que, rindiendo culto a Baco, asesinó a su hijo creyéndole un león. Al regresar donde su padre, con la cabeza de Penteo --así llamado el infeliz-- bajo el brazo, preguntó con alegría dónde se encuentraba su hijo para enseñarle la gracia otorgada por el nuevo dios. El padre, con lágrimas en los ojos, se limitó a señalarle la cabeza que traía entre sus manos. Es verdaderamente desgarrador, después, oir cómo se lamenta Agave al reconocer la tragedia.

Al FSLN, como lo indican los últimos indicios de rebelión contra su gobierno, puede sucederle que un día, ese que promete como luminoso, pregunte a la historia, con la misma inocencia de Agave, dónde están sus vástagos para premiarlos por tanto sacrificio. Sería terrible que averiguara que siempre anduvo nuestras cabezas entre sus manos.

Aristóteles decía que las tragedias estaban concebidas para presentar al hombre mejor de lo que realmente era. Para inspirar horror pero también piedad. Por el sólo hecho de vivirla, los nicaragüenses en general debemos sabernos orgullosos. Duro dilema el nuestro, sin embargo, para determinar si compadecernos de nosotros mismos o de temblar ante el destino que otros nos preparan o nos prometen. Los ofrecimientos suelen llamarlos, según sea el oferente, democracia, si quiere halagar espíritus pacíficos y ordenados, o revolucin, si se trata de presentar salidas radicales a situaciones insoportables. Usualmente las direcciones políticas que aceptan morir por una, sacrifican a la otra. Quizás por eso escriban con mayúscula, como todo lo que merece respeto, esos conceptos y, con minúsculas, los que entienden como subordinables.

Por supuesto, los interesados admiten la dicotomía y unas banderas que no pueden separarse terminan enfrentándose entre sí. Ocurren, entonces, las guerras o las tensiones en nombre de algo que no conocemos pero que entendemos como el deber ser. Bien visto, uno tiene licencia para preguntarse si no le asistió la razón a Camus cuando concluyó que "la rebelión contra la historia añade que en vez de matar y de morir para producir el ser que no somos, tenemos que vivir y hacer vivir para crear lo que somos". El punto de vista genera, sin duda, un desgarramiento al reconciliar, en uno mismo, al revolucionario con el rebelde. Quizás esta lógica ayude a entender la angustia que produjo observar, en nuestro país, cómo el campesinado, en parte, se distanció de un gobierno que hablaba en nombre suyo o, unos obreros de la construcción en huelga de hambre se rebelaron al suponerse ignorados en sus reclamos por una dirección que oficialmente dice representarlos.

Pasa que cada quien convierte su concepto en la utopía absoluta. Así, los agentes que defienden una democracia abstracta, con medios revolucionarios para materializarla, abrazan la antinomia de Saint-Just, es decir, están condenados a que su primer principio se convierta en el último: "Ninguna libertad para los enemigos de la libertad". Estos demócratas no han terminado de proclamarse libertadores cuando empiezan inmediatamente, sin saberlo, a traicionarse para convertirse en verdugos con una lógica que muchas veces sacrifica a los mismos que la fundaron. Todo el mundo sabe a dónde fue a parar Saint-Just.

El revolucionario, por el contrario, dice ser el amante de las realidades concretas; entiende, en consecuencia, que la democracia es un medio para avanzar hacia los fines de una sociedad en la que la esencia de los hombres se reconciliará con su existencia. Su democracia es estructural. Pasa por la socialización de la propiedad y el control del Estado por órganos de trabajadores. Llaman a fortalecer la sociedad civil. Sin embargo, como aquí la democracia es un medio, el revolucionario termina siendo víctima de su propia concepción cuando le toca oponerse a sus camaradas. Todo el mundo sabe a dónde fue parar Trotsky.

Entre los verdaderos demócratas y los genuinos revolucionarios hay, no obstante, una inmensa gama de variedades que pervierten a sus propias fuentes: cínicos que se tienen por demócratas, oportunistas que se llaman revolucionarios, políticos inescrupulosos que no se definen, dirigentes que prefieren jugar maquiavélicamente con los dos conceptos, granujas que manejan con aires científicos las categorías, etc. No hablaremos de ellos.

Tenemos, pues, a revolucionarios que hablan de democracia y a demócratas que hablan de revolución. A bolcheviques y a jacobinos. Muchas veces han salido de esa combinación, verdaderos monstruos como producto del cruce de lo peor de cada uno. Aquellos entendiendo como medio algo que estos comprenden como fin y viceversa. Se ha llegado a pensar en la irreconciabilidad de estos dos conceptos. Es que detrás de ellos está la contradicción entre la libertad y la justicia.

La única ley que han cumplido con exactitud las revoluciones del siglo XX, ha sido fortalecer el Estado en contra de sus propias promesas de debilitarlo. Tienen siempre a la mano el recurso de explicarse a través del ataque del enemigo, exactamente como estos lo tienen para afirmarse a sí mismos y agredir creyendo defenderse. Aparecen como gemelos enemigos. Comienza, entonces, todo el mundo a sospechar de todo el mundo. Las satanizaciones surgen, en uno y otro extremo, a veces como osos rojos o como águilas calvas.

Lo más dramático, sin embargo, es que todas las revoluciones, por lo menos las más radicales, cuando sus direcciones agotan su discurso, acaban por reconocer que hasta sus enemigos más encarnizados tienen también derecho de existir. Los griegos, en este sentido, aún enseñan mucho. Prometeo, según Esquilo, no se reconcilió con Zeus ? Olvidan que hay tantos modos de dividir una sociedad como de unirla. En algunos casos la democracia dice servir para lo último y la revolución para lo primero. Ambas creen superar así las contradicciones de la sociedad. Una por medio de la lucha y otra por medio de la unidad.

También el marxismo práctico, como la religión, tiene su pecado original. Por haber nacido en los países atrasados, y no en las sociedades industriales como lo habían pronosticado Marx y Engels, nació llevando en su vientre el problema de la democracia con mucha más fuerza que el problema de la propiedad y la distribución de los recursos. Se sigue pagando aún en los países socialistas esta maldición. De vez en cuando se pone de manifiesto tal contradicción en China, Polonia, Hungría, URSS, etc. Es que se cree que hay un signo igual entre democracia, revolución y socialismo. Y cuando la población descarga sus demandas en el primero de estos términos, el revolucionario cree que se pone en peligro toda la ecuación. Ignoran que la democracia nació antes del capitalismo y de las revoluciones modernas. Nació en un pobre país de campesinos miserables: Grecia.

Definitivamente la revolución tiene que ser democrática o se niega a sí misma. En Nicaragua, el FSLN sabe muy bien esto y, todavía más que él, quienes han sufrido la dicotomización de tales fénomenos. Recordemos aquí cinco actores que saben a que nos referimos.

1. Los campesinos: primero fueron víctimas de una visión de reforma agraria subordinada a concepciones de desarrollo estatal. Después, se beneficiaron de una política de distribución de tierras discretas que, por último, ha degenerado como fuerza de presión a conveniencia para asustar a los productores. La Reforma Agraria, la primer tarea democrática de una revolución en países atrasados, tiene diez años de estar esperando.

2. Los indgenas: fueron objetos de una revolución que no comprendió este problema esencialmente democrático. Por su incomprensión, casi se parte el país en dos pedazos. La Autonomía, en este sentido, corre el peligro de pasar a la historia indígena como un arrepentimiento tardío del gobierno.

3. Los asalariados: todos los últimos desastres de la economía, que han desplazado el centro de las contradicciones del campo a la ciudad, han condenado a estos sectores a sufrir cada vez en menos silencio, inflaciones, recesiones, compactaciones, congelamientos salariales, limitaciones sindicales, etc. La democracia estructural, la favorita de los revolucionarios, no se expresa en los cuerpos de quienes mejor los pudieran apoyar.

4. Las mujeres: en los Cabildos Abiertos, efectuados la víspera de la promulgación de la Constitución de Nicaragua, consta que la mayoría de las mujeres demandaron una serie de reivindicaciones específicas de su género. Muy pocas fueron recogidas por la Constitución. En un país donde hay más mujeres que hombres, bien puede decirse, como en efecto las más claras de las mujeres afirman, que son una mayoría oprimida. Para ellas no ha habido ni democracia ni revolución.

5. La jerarqua catlica: es muy difícil no contradecirse con una institución tan apegada a la tradición, cuando se es demócrata o revolucionario. Los sandinistas con ningún sector social han sido más contradictorios que con las figuras principales de la Iglesia Católica. Pero, también como ningún sector social, este ha capitalizado con inteligencia los zig-zags del gobierno. Con la misma pasión que condenaron con esa misma hoy se amparan en lo que denominan buenos oficios de los pastores. Nada más dramático. Los sandinistas han entendido, por lo menos esta vez, que las simplezas de su ideología a veces encuentran obstáculos muy serios que no pueden ser resueltos por la astucia o el insulto. Todavía no han aprendido que combaten con una fuerza que, aunque nieguen correctamente su origen divino, tienen poder. Sin duda, como dijo una vez Baudelaire : "Dieu est l'unique etre qu'il na pas besoin d'exister pour reigner".*

* "Dios es el único ser que, para reinar, no necesita ni siquiera existir".

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