SAN ERNESTO DE
Por Freddy Quezada
Managua es una ciudad horrible, calurosa, polvorienta y peligrosa. Pero en una de sus calles, tiene dos personajes que la hacen simpática y ambos son un monumento a un lado y una estatua al otro. Casi diría que se miran a los ojos y que en cualquier momento desenfundarán sus pistolas. Cruzando en diagonal tal avenida, uno no sabe si está en los terrenos de una, la de San Ignacio de Loyola, situada en la entrada de
Oswaldo Guayasimín pintó, hace mucho tiempo, un Ché Guevara que era más bien como el fruto de un cruce entre Don Quijote y Cristo. La fuerza de luz que ilumina a esos tres señores, por separado, ya juntos, produce un arrebato indescriptible que es una conjugación de fe, ética y locura. Los homenajes de hoy, por el contrario, al guerrillero cubano-argentino no se distinguen mucho de un anuncio de las grandes firmas. Bien podríamos tener un Ché en
El monumento al Ché Guevara, fustigado fuertemente por un Editorial de
Al pobre Ché nadie lo invocaba cuando estaban en el poder los sandinistas y ahora todo es ética para la acción, ética para los mocos, para caminar, para respirar, para la derrota...todos reclaman ética pero nadie (tal vez sólo Madre Teresa de Calcuta) la cumple. Es la hipocresía vestida con una boina y un habano.
Le pasa al Ché lo que le sucede a todo muerto venerable, y en general a cualquier cadáver, no puede hablar. No puede decir que lo dejen en paz. Que dejen de usarlo como una máscara para cubrir oportunismos y exclusividades. ¿Quieren ser como él (yo no quiero)? Imítenlo en silencio y sin publicidad. Olvídenlo, no lo necesitan para hacer algo. Nadie necesita ejemplos para cumplir con su deber. Se cumplen o no y se acabó la mierda.
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