LOS DIOSES LLORAN Y LOS HEREJES CANTAN
Por: Freddy Quezada
Hay una novela de Milán Kundera que narra con patetismo cómo un hijo de Stalin, prisionero en un campo de concentración nazi y obligado por oficiales franceses e ingleses a limpiar todos los días las letrinas de las barracas, muere al cruzar una alambrada eléctrica creyéndose tan inmortal como su padre. El escritor checo le señala al desgraciado, el privilegio de haber experimentado, al mismo tiempo, estar tan cerca del cielo y tan cerca del estiércol. Una experiencia similar deben haber sufrido una buena parte de los dirigentes sandinistas en la madrugada del 26 de Febrero. En verdad, la caída de los sandinistas fue tan dramática como su ascenso. Y lo debe entender como una experiencia única, entre otros, el expresidente Cárter quien ha sido actor y testigo imperturbable de los dos momentos.
El comandante Daniel Ortega con su expresión "gobernar desde abajo", que de hoy en adelante seguramente hará fortuna en la oposición, sintetizó en su mensaje ante la concentración sandinista en la plaza de los No Alineados, las principales conquistas de la revolución que su propia organización ha puesto en peligro con sus políticas y que sólo hasta hoy, que perdieron el poder, las empiezan a reenarbolar.
Nicaragua no deja de seguir sorprendiendo al mundo. Los sandinistas y mucha gente independiente no estaban preparados para una derrota. Fue un golpe estratégico a la revolución en su conjunto que, preparado y facilitado por el propio FSLN, arriesga las mismas conquistas que hoy los sandinistas levantan. Enjugados en sus propios pronósticos no podían creer en otro reflejo que no fuera la propia imagen que les devolvía sus mismas fuentes. Como Prometeo, aunque sin su poder, pronosticaron sólo lo que deseaban y, como él, han terminado encadenados. Los sandinistas, como uno de los males típicos de un vanguardismo tardío, entendieron siempre el poder como propiedad de la razón histórica poseída, desde luego, sólo por ellos. Así, el poder devino razón y los éxitos se convirtieron en argumentos incontestables. Igualaron la razón al éxito y las derrotas a los desaciertos. En puridad, de cara al poder, una lógica de este tipo tendría que llevar al sandinismo a suicidarse por haberse equivocado. Por supuesto que no lo hará. Vendrán las racionalizaciones de sus pensadores, las explicaciones de sus amigos estudiosos, la culpa de los otros, la equivocación de las masas, la ventaja del enemigo, la exageración de las debilidades propias, las nuevas promesas y, para consuelo de los escépticos, la razón que les asistirá para los próximos comicios donde se presentarán como los seguros vencedores.
Sin embargo, no a todos en Nicaragua les interesará las angustias y lamentos de un partido derrotado. Lo que interesa ciertamente es la lectura de la relación de fuerzas políticas tal y como se están desenvolviendo en la actualidad. Hay una dualidad de poderes evidente. Uno de sus polos está, no obstante, desgastado. La oposición tendrá el gobierno pero los sandinistas controlan el EPS, el MINT y buena parte de las organizaciones de masas. Significa que, si bien puedan estar negociando por la vía fría los dirigentes de las dos fuerzas mayoritarias, por abajo la resistencia de los órganos de la sociedad civil que influencia el FSLN pueden recalentar la coyuntura y abrir un capítulo sólo superable con actos de fuerza. Desde luego que también es admisible comprender la dinámica de la movilización como un mecanismo de presión para mejorar las negociaciones a favor de los derrotados. Las tres lógicas se están combinando y como sucede siempre en este tipo de fenómenos, los sectores en movimiento terminarán por hacerse sentir en las negociaciones aunque por supuesto su efecto se desnaturalice en la mesa.
La presidenta y sus asesores emprenderá iniciativas de reforma de
Prometeo está encadenado. Grita hoy contra un cielo enemigo donde reinan dioses instalados con su propia colaboración. La revolución sólo ha sido privada de sus representantes oficiales. Ellos, así como los revolucionarios no sandinistas, bien pueden hacer suya la clásica expresión de los soldados ingleses: "Podemos perder todas las batallas, menos la última."
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