EL DESPERFORMANCE
(El imperio de los imaginarios que reinan pero no existen)
Por Freddy Quezada
Los imaginarios de nuestra cultura, magnificados y a veces creados por la publicidad y los medios, se parecen a la idea que Baudelaire tenía sobre el creador del universo: "Dios -- decía el poeta, cuando Mastercard aún no se cagaba en las cosas sin precio fingiendo no ponérselo -- es el único ser que, para reinar, no necesita ni siquiera existir".
Los imaginarios, pues, reinan aunque no existan. Y le debemos este descubrimiento en las reflexiones modernas a la filosofía del lenguaje.
I. EL PERFORMANCE
El "Performance", es un barbarismo que hizo fortuna en el campo estético como "arte de acción" y "puesta en escena"; en la economía, como potencial, y en la publicidad como estilo. Ha levantado una nube polémica que cuenta aún con pocos enterados en Nicaragua. Pero, es más bien una variante de él, llamada "performatividad", la que nos interesa.
J. Austin clasificó los actos de habla en dos grandes categorías: a ) constatativos: enunciados que describen la realidad y pueden ser valorados como verdaderos o falsos y b) performativos: actos que producen la realidad que describen. J. Derrida, sobre estas variedades, introdujo el concepto de la autoridad, no venida de una voz anterior, como creía Austin, sino de su repetición.
Hace poco, Judith Butler aplicó la performatividad a las teorías del género e hizo rodar una bomba que echó a correr a las reinas en palacio, diciendo que el género era una "repetición de invocaciones performativas de la ley heterosexual"; que el feminismo, de ser la víctima del sistema era su cómplice, por el heterocentrismo; que el sexo es también una construcción social; etc. Desde esta perspectiva, los enunciados de género (es niño o niña) aparentemente describen una realidad (constatativa), pero, en verdad, son actos performativos que imponen y reproducen un imaginario heterosexual.
Las acciones de los travestis, "comelones" y lesbianas, por ejemplo, si suscitan risas o censuras es porque ponen de manifiesto los mecanismos performativos a través de los cuales se rompe la serie heterosexual y muestra su carácter de copia y de teatralización a través de una relación estable (un proceso de repetición regulado) entre sexo y género.
Judith Butler ha ocasionado un escándalo entre las feministas por sus concepciones queer desafiantes (algo así como parodias de género), pero en realidad son aplicaciones serias de lo mejor del postmodernismo al género, en particular sus concepciones sobre la identidad y el poder de construir imaginarios. Con todo, sigo creyendo que las teorías occidentales continúan dando vueltas sobre sí misma. En vez de destruir el poder del lenguaje, lo siguen aumentando.
II. EL PODER DE LOS IMAGINARIOS
Es sabido que la modernidad es movimiento + sentido. Sin un sentido emancipador como horizonte, la modernidad se convierte en movimiento puro y las identidades fijas se disuelven. El medio sustituye al propio fin y empieza a gobernar todo con sus dinámicas más relevantes: la eficacia y la velocidad. En puridad, nada es porque todo cambia, incluso y, en primer lugar, el cambio.
Al hacernos, como performance, permanece la repetición y la citacionalidad con sólo decirlo y pensarlo. No hay originales, sólo copias de copias. La famosa estructura, pues, la permanencia de los fenómenos, no es más que memoria.
Crítica de todo esencialismo, la performatividad esencializa el poder. El poder es algo trascendental en este paradigma y, al parecer, es algo que no sólo manipula cuerpos como un Deus ex machina, sino que los produce. La parte más seductora de este discurso es, precisamente, su parte más débil. Porque ¿cómo derrotamos al poder con el poder mismo?
El poder como imaginario ha sido explotado por Mac Combs, en los medios; por Anderson y Hosbawm, en los Estados- Naciones; por Khun y Feyerabend en los paradigmas científicos; por Derrida y Paul De Man en la escritura; por Foucault en los discursos de verdad y los postcoloniales (Bahba, Said, Spivak) en las diferencias imaginadas por Occidente y, como decíamos, hasta hace poco en el feminismo, por Judith Butler, Teresa de Lauretis y Eve Sedgwick.
Pero, a mi parecer, de lo que se trata no es de crear si no de no hacer, de destruir en olas sucesivas, de no crear desde el lenguaje, de decir deshaciendo.
El poder del lenguaje es esencialmente conservador, vehículo de memoria y socialización de imaginarios impuestos por la seducción, la fatiga, la derrota y la fuerza. La destrucción dentro de él, o la ilusión de cambios, es una ficción que juega en las crisis para sanarse a sí mismo. Fuera de él, está lo verdaderamente otro, lo callado, lo que no puede decirse. Es indecidible.
III. EL DESPERFORMANCE
¿Qué quiero decir? Que desperformativizemos el lenguaje: deshaciendo las cosas mientras se dicen. El modo de hacerla es el olvido del sí mismo. Es una anamnesis al revés. Hay que olvidar todo lo aprendido. El verdadero poder es lo "otro" de la memoria, para sí misma, que se parece mucho al vacío. Pero es un vacío que no se reconoce porque no hay espejo que lo refleje, pensamiento que lo retenga ni lenguaje que lo represente. Lo mejor que se puede decir de él es que es y no es como el Tao que ya no es Tao cuando se escribe. Se disuelve sin esperar el placer de ningún momento siguiente, como tampoco el dolor de ninguno pasado. "No puede ser derrotado, porque no lucha, pero triunfa, sin vencer".
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