viernes, 13 de noviembre de 2009

Marginalia sobre la obra del Dr. Serrano Caldera

MARGINALIA DEL PENSAMIENTO DEL DR SERRANO CALDERA

Por Freddy Quezada

Siempre me ha parecido que el Dr. Serrano Caldera es el último caballero de la Ilustración europea (una especie de Alexis de Tocqueville americano) tanto como un hijo noble de lo mejor de la tradición filosófica latinoamericana. No sé si me explico. Es un intelectual que conoce y comprende perfectamente esos dos mundos que no son iguales aunque si muy parecidos por la imitación que el uno ha hecho --con honrosas excepciones, en cuenta el propio Serrano Caldera-- del otro.

En estas notas me he propuesto hablar del Serrano Caldera relajado, informal, sensitivo, cavilador, en primera persona y casi poético. La obra donde se presenta y se lo encuentra así es "Del tiempo y sus metáforas".

El Dr. Andrés Pérez Baltodano abordó ya la "centralia" de su pensamiento en su obra "El Derecho a la Esperanza". Me permitiré, como preámbulo a este artículo, expresar algunas consideraciones al respecto de esta obra.

El Dr. Pérez Baltodano con una prosa agradable, sin rebuscamientos, actualizado y muy profesional ha expresado la centralidad del pensamiento y obra del Dr. Serrano.

"El Derecho a la Esperanza" es un trabajo académico con una bibliografía sólida que explica muy bien la espina dorsal de la obra del Dr. Serrano.

La obra integral del Dr. Serrano, según la estructura del Dr. Pérez Baltodano, gira alrededor de a) la crisis de la modernidad; b) el problema de la filosofía latinoamericana y las posibilidades históricas de América Latina ante la crisis de la razón y c) la razón de la historia nicaragüense y su futuro.

Sobre la crisis de la modernidad, el Dr. Pérez Baltodano niega, rechaza y censura las dos salidas que se han presentado para superarla: la neoliberal y la postmoderna - que sabe bien distinguir - a diferencia de otros que las confunden por ignorancia o mala fe.

Pérez Baltodano, recomienda realimentar la racionalidad sustantiva (valores) contra la racionalidad instrumental (mercado) que ha perdido occidente. El Dr. Serrano Caldera, va más allá de este eurocentrismo, y propone a la crisis de la modernidad una "Unidad en la Diversidad" manteniendo un equilibrio entre el pensamiento apolíneo (racional) y el dionisíaco (festivo); pero no sólo dentro de la cultura europea (donde de paso aprecia la revaloración de los sofistas), sino también entre esta y la precolombina o entra todas y la de Confucio (con la incorporación de la ética a la razón). En una actitud abierta a incorporar visiones de otras culturas no es remoto que un día explore la cultura hindú y la japonesa, como lo hizo Octavio Paz en su tiempo.

Sobre el problema de la filosofía latinoamericana, el Dr. Pérez Baltodano, dejó escapar la oportunidad de profundizar más la posibilidad de fundar nuestra filosofía en la literatura, descubriendo algo por donde debió empezar y que expresa, en el más corto de los incisos de su obra, de este modo: "En nuestra poesía y en nuestra literatura aparece desnuda la condición humana del latinoamericano; en ellas se encuentra el mito sepultado por la razón prestada que nos aplasta y el sentido común que espera ser filosofado y teorizado para finalmente darle sentido a nuestra realidad; esa 'realidad descomunal' que hablaba García Márquez... En la fantasía de nuestra literatura se encuentra la veracidad de nuestra realidad... Podemos proponer de manera más amplia que filosofar nuestra literatura es una de las tareas fundamentales del pensador social latinoamericano de nuestro tiempo".

Partiendo de este reconocimiento, tan real como inexplorado, es posible que una filosofía auténtica latinoamericana se parezca más a una crítica literaria (como la que hace Jacques Derrida, Susan Sontag o Alfonso Reyes de los textos filosóficos y literarios mismos) que a un sistema catedralicio típico de la cultura europea. ¿Será que nuestra filosofía, para serla, tenga que desprenderse directamente de nuestro imaginario artístico? Las filosofías son hijas de lo que más cultivan las culturas. La razón en Occidente; la nada en la India; el pasado en China; el fundamentalismo en el Islam; el "wakon yosai" en Japón.

El Dr. Serrano Caldera dice, en la propia entrevista que le hace el Dr. Pérez Baltodano, "América Latina tiene y ha tenido filosofía" y a partir de ello, es que él trata de hacer la síntesis incorporando lo mejor de Leopoldo Zeas, Salazar Bondy, Miró Quesada, Arturo Andrés Roig, Mariátegui y otros y el pensamiento europeo.

Sobre la historia nicaragüense, el Dr. Pérez Baltodano recomienda la reflexión crítica para reasignarle sentido a unos hechos que él cree inconexos y coyunturales en nuestra historia. Cree que Nicaragua no tiene ni pasado, ni sentido y hay que recordar que el problema de Nicaragua es precisamente el contrario: tiene un exceso de pasado y sobre el sentido jamás ha carecido de uno, generalmente los más despóticos, rígidos y excluyentes.

A mi parecer, el Dr. Pérez Baltodano ata el sentido weberiano de su propuesta sociológica a una concepción cristiana de la esperanza, en su versión productivista de desarrollo, que precisamente muchos atribuyen como la causa del desencantamiento y no como la solución de la que se viene de huir. La luz al final del túnel puede ser también la de un tren que se nos viene encima como, en efecto, se nos vino, al modo en que el Coyote, siguiendo al Correcaminos, levanta una señal clemente para impedir inútilmente el impacto.

El Dr. Serrano Caldera propone, en su lugar, algo más secular y múltiple: un proyecto nacional en el que concurran a través de un consenso y de un nuevo contrato social los valores del respeto a la diferencia, la tolerancia, la paz, el derecho y la democracia en la sociedad civil.

Pero, en verdad, la atención la deseo centrar esta tarde en, digamos, la "marginalia" del pensamiento del Dr. Serrano Caldera. Me parece que fue Cioran el que dijo que lo más auténtico de los escritores se encuentra en sus diarios y sus cartas. Quiero, pues, hablar del Dr. Serrano desde uno de sus itinerarios, del impacto en su sensibilidad de las principales preguntas de la filosofía (sobre todo las del tiempo y la identidad), del efecto del entorno en su espíritu (el otoño en las grandes capitales, las avenidas, las tardes y los rostros).

Quizás en "Itinerario" el primer capítulo de su obra "Del tiempo y sus metáforas" esté toda la fuerza de su autenticidad, que la muestra sin inhibiciones y abandonadamente por medio de imágenes y preguntas que sacuden la conciencia del lector. Cuando dice, por ejemplo, "La luz de la mañana ilumina el bosque mientras el cielo azul cae suavemente sobre la primavera de Bruselas", el menos informado podría confundirlo con un novelista y enterarse de su condición de filósofo hasta dejarse reconocer en expresiones contundentes como "El tiempo es una metáfora del ser", la que casi brinda título a esta obra que comentamos. O "El ser es la unidad del tiempo y el espacio".

Un filósofo como el Dr. Serrano Caldera, en el vértigo que hoy vivimos del conocimiento como datos + información, tiene que reconocer con fuerza que "el conocimiento es diferente de la sabiduría" y cómo no serlo si nuestra cultura enferma ya no sabe reconocer la gratuidad de un rostro y la belleza de contemplar una ciudad lluviosa desde una ventana.

Acaso esas pérdidas produzcan la melancolía del pensamiento que son esos nihilismos crepusculares que no pueden expresar lo que sienten. "Hay ideas que no se dejan capturar por el concepto ni decir por la palabra", nos advierte el Dr. en unos ecos que nos recuerdan a los místicos de todas las religiones.

O las más terribles alucinaciones que nos prepara el insomnio de nuestra época que ya no quiere soñar por temor a los monstruos utópicos. "Qué es más real, --nos dice en una noche, el Dr. lleno de angustia e incertidumbre--la cotidiana certeza de nuestras cosas o el leve y breve roce de ese instante ingrávido que oscila entre la eternidad y la nada?".

Una "nada" inexpresable pero intuible que nos aproxima, como el otoño, "a una especie de soledad metafísica en la que gravita pesadamente la pregunta sobre el ser, la vida y la muerte".

El tiempo ha expresado en el espíritu del pensador sus ilusiones y sus vértigos, quizás su miseria, probablemente sorprendido por una mañana sin noticias y un cielo sin fatigas, en un pequeño paseo, acaso, que le depara un fulgor: "La Humanidad ha construido la historia describiendo un camino cuyo trazado no es claro todavía; pareciera que el tiempo fuese circular y que en su rotación, como testimonio de su impotencia, va dejando a lo largo del sendero los mismos errores, las mismas ambiciones y la misma insensibilidad".

El filósofo ha descubierto la trampa del pasado, su falsa calidez de vientre, su permanencia ilusoria que nos hace regresar siempre ante las novedades de un presente que nunca comprendemos en su singularidad y frescura. Es el vértigo que nos sorprende en nuestro desamparo que no sabemos reconocerlo como felicidad en un futuro sin promesas. "Sólo estamos seguros del pasado porque ya ocurrió y ya no cambia --nos dice sin alarmas--y hacia él volvemos la mirada cuando necesitamos curarnos del vértigo que produce la visión sobre el futuro".

Después sabrá, el pensador, que la tierra prometida nadie la ha cumplido; que del recuerdo de nuestros dioses vencidos sólo nos ha quedado el diálogo de Huexontzinco con la nostalgia de una ética acaso recuperable por medio de otra cultura no occidental, la china de Confucio.

Así, dirá, huérfano en la tormenta, "cada quien es dueño de su propio Nietzsche". Y desde ahí empezará a dibujar siluetas, Sartre, Camus, Mariano Fiallos Gil, el Mundo de Sofia, Chaplin, Miterrand, hasta devolvernos a aquella pregunta que se hizo una vez en un frío invierno en Nueva York quizás, también, desde una ventana lluviosa: ¿"Qué nos identifica a los nicaragüenses y diferencia de los demás ? ¿En qué reconocemos lo propiamente nicaragüense? ¿Es que esto existe?".

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