UNA POLITICA PARA KAFKA
Por: Freddy Quezada
Una presidenta que llama a reconciliarse a todos los nicaragüenses sin lograr hacerlo con su propio vice-presidente; una presidenta parlamentaria que juramenta a su aliado en nombre de una revolución que ambos odian; un General que saluda con simpatía sincera a sus adversarios más encarnizados; un Ministro de Gobernación cuyo primer acto es aplaudir la disolución lacrimógena de una celebración en su propio homenaje y en el de su alianza vencedora, mientras su jefe de inteligencia civil captura a unos conspiradores que su Viceministro libera; unos contrarrevolucionarios que se apoyan en comunistas y liberales cuyas doctrinas combaten; un partido derrotado que aspira a ser el mejor defensor de un orden que siempre ha condenado; unas huelgas impulsadas por quienes las habían prohibido y rechazadas por quienes siempre las promovieron; una policía marchitando una alegría de la que siempre dijo ser centinela; una oposición fuerte y un gobierno débil que se disputan el favor y la amistad de un Cardenal elevado por encima de ellos mismos; aliados que se traicionan y enemigos que se abrazan, sólo para volverse a reconciliar aquellos y separarse estos, por motivos que en otros países servirían a ciertos autores para crear obras absurdas y deleitar a lectores como ustedes. ¿Estamos introduciendo este artículo con una novela de Kafka ? O, por ventura, es Alicia que narra sus andanzas en el país de las maravillas ? No, ninguno de los casos. Se trata de la siempre impredecible Nicaragua, una pobre muchacha que, por lo visto, parece estar condenada a bailar obligadamente en medio de una fiesta a la que no ha sido invitada o que, por lo menos, si alguna vez lo fue, sólo podemos imaginarla como una quinceañera en un carnaval de sátiros.
Después que la contra empezó a desarmarse a su ritmo, todo parecía apuntar hacia una ruptura violenta entre los partidarios del vice-presidente Virgilio Godoy y el grupo de asesores del Ejecutivo con el apoyo más o menos explícito de los sandinistas. La fracción del vice-presidente, sin fuerzas en el Ejecutivo, decidió retirarse a luchar al parlamento. Al parecer, los aliados apostaban por un minimun de estabilidad deseada por casi todos para las inversiones y las políticas públicas. Las bases de un acuerdo de esta naturaleza partirían de la permanencia del Gral. Ortega en el ejército y de un apoyo a Alfredo César en el parlamento para tener un interlocutor válido y único en el ejecutivo y legislativo. El FSLN se presentaría, dentro de una lógica así, como el garante del orden del nuevo gobierno. Los sandinistas desestimaron, con esta táctica, a los partidarios de Godoy, a pesar de que con ellos podían levantar las 17 reformas constitucionales para debilitar al Ejecutivo cada cual por sus propias razones.
Dentro de todo este escenario, el ala tecnócrata del gobierno comenzó a recibir las primeras silbatinas de una parte del público por demás prejuiciado. Mayorga, Rosales, Briceño, etc. con sus medidas generaron un descontento temprano que de seguro no estaba en los cálculos del FSLN. No podía oponerse por medios violentos a sus aliados de la víspera. Es más, la inclusión de Rappaccioli en el gabinete, apremió a la militancia sandinista a interrogar insolentemente a su dirección no la exclusión del Ministro de INE, sino la inclusión de todos los otros que declinaron. Amenazaron, se supo, con convocar de inmediato a la primera Asamblea democrática del FSLN para rendir verdaderas cuentas del fracaso electoral. Temblaron, de seguro, algunas ex-testas coronadas. Mientras tanto, en
Las huelgas fueron la sorpresa de esa variable que siempre es una incógnita en la ecuación de las fuerzas sociales: los órganos de la sociedad civil. Demostraron, sin duda, que el FSLN es todavía poderoso a pesar de que encabezó las luchas ex-post. El ex-presidente Ortega, por ejemplo, con su alocución antes de la negociación, acusó el retraso de la intervención del FSLN, aunque también puede ser interpretada, en esta nueva etapa, como un espacio para protagonismos de primera línea de parte de las organizaciones de masas que influencia. A como fuere, las huelgas encerraron varios riesgos cuyas consecuencias nos indican que el FSLN hubiera sido el último en promoverlas y que sólo se puso a su cabeza para frenarlas desde adelante.
1. Desde el punto de vista teórico, toda lógica de huelgas generales desemboca, por el impulso de su propia fuerza, en golpes de Estado o en el arribo al poder, parcial o totalmente, de fuerzas fascistas o revolucionarias. Altera en todo caso, aunque no se presentaran estas consecuencias, el sistema nervioso del gobierno adversario. El FSLN, viniendo de tejer una alianza por la vía fría con un gobierno inseguro, no podía dejarse arrastrar por ese vértigo ante un gobierno legitimado por él mismo y con el cual había "concertado" su ala ejecutiva.
2. Asumiendo que el FSLN hubiera iniciado las huelgas tenía que calcular los riesgos, en caso de desborde, en tres campos enemigos:
i) Que
ii) Que la contra no siguiera desarmándose, para ponerse al servicio del gobierno, huérfano de asistencia militar en la ejecución de sus decisiones.
iii) Que
Las dos últimas cosas se presentaron y de la primera no podemos saberlo, pero es probable que haya pasado por la cabeza de los asesores. En todo caso, el FSLN tenía la obligación de prever todas estas situaciones, fácilmente imaginables por cualquier analista político.
3. Se corría el riesgo de que "su" policía se dividiera. Es decir, que una parte reprimiera realmente a los trabajadores y que la otra actuara de un modo pasivo. Al respecto, hay una lectura bastante ingenua del fenómeno. Como se partía del principio general que la policía no reprimiría a los trabajadores, muchos huelgistas imaginaron que, no obstante, tenía que actuar como si lo hiciera. Los testimonios demostraron que muchos policías o se enamoraron de su papel y sobreactuaron o en verdad ya responden a órdenes de la presidencia. Los golpes que recibieron los huelgistas del MINEX, por ejemplo, no pueden descubrirnos si fueron propinados por excelentes actores o por perfectos traidores.
4. Se corría el riesgo también de una división de la clase obrera. Toda huelga genera siempre una reacción de una parte de los trabajadores que actúan para romper la huelga. Se considera un éxito cuando los esquiroles resultan ser mínimos o terminan siendo controlados por los luchadores. Sin embargo, los rompehuelgas, además de ser muchos en el escenario, evidenciaron una brecha mayor en las filas de los trabajadores después de las negociaciones. El caso de ENABUS es elocuente, al respecto. Es decir, los trabajadores terminaron más divididos e independientemente de quién inició la escisión, obviamente que la situación no beneficia a los trabajadores en su conjunto.
5. Vuelve con fuerza al teatro de las luchas civiles, la jerarquía de
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