ENTRE HIPOCRITAS Y CINICOS
Por Freddy Quezada
“Se puede enseñar filosofía, para parafrasear a Kant, pero no a filosofar”. Vamos a dividir en dos esta frase. Para conocer los fundamentos, historia, recorrido y escuelas de la filosofía europea y latinoamericana, presentamos ante ustedes de manera formal el texto “Introducción a la Filosofía” de la Master Aura Violeta Aldana Saraccini.
Esta obra, que ya va por su segunda edición, está compuesta de seis capítulos (Introducción a la Filosofía, Búsqueda de la Filosofía en su Historia, Problemas de la Teoría del Conocimiento, Problemas del Desarrollo Social, Cultura y Pensamiento Social, y Filosofía y Realidad Contemporánea) y puede enseñar filosofía, dotada como está de una sistemática y ordenada introducción a ella. Es un viaje riguroso por los paisajes más representativos de la filosofía clásica occidental y, en sus últimos capítulos, aludiendo a la realidad latinoamericana y nacional.
Tiene tres grandes niveles: a)una introducción (conceptos y definiciones); b) la historia (antigua, medioeval y moderna temprana, con el liberalismo y el marxismo, del que parte la autora para presentar su mapa); y las variedades contemporáneas (neotomismo, agnosticismo, existencialismo, pragmatismo, teología de la liberación, filosofía latinoamericana, humanismo y ecologismo). Vamos ahora a la segunda parte de la frase.
Filosofar es una cuestión que concierne a cada uno y puede ser considerada tanto una elección como una libertad. Y se puede ejercer conozcamos o no su historia. En este sentido, Gramsci tenía razón cuando decía que todos somos filósofos, aunque la diferencia --después le agregaría con humor--, fuera que a uno les paguen y a otros no.
Permítanme contarles algo para ilustrar el asunto. Estando mi compañera y yo, en el Mirador de Catarina, un pequeño pueblecito de Masaya cuyo atractivo es poseer una vista bella sobre una laguna y bosques primarios, ocurrió una cosa extraña para un curioso como yo. El sitio se vio invadido por una neblina espesa, fría y envolvente que de súbito ocultó el espectáculo que le comunica sentido al “estar ahí”. Y, al verme a mí mismo y a los demás, descubrí que todos, de frente, estábamos, en medio de una brisa de otro país, mirando el vacío. Era una suerte de Gelassenheit (serenidad) colectiva, como los rayos de una bicicleta que parten hacia un centro vacío que los mueve eternamente. Estoy seguro que todos estábamos, con ese asombro infantil del que habla Gaarder en “El mundo de Sofía”, filosofando.
El acto de ver, sin objeto en ese momento, obligó, entonces, a casi todos a concentrarse en lo que estaban haciendo y cobrar conciencia del vínculo cotidiano que une a los seres y las cosas. Una bolsa de palomitas de maíz, una taza de café, una figura humana emergiendo de la niebla, un hombre pensativo recortado contra la gran pantalla blanca, el perfil de mi compañera, hacían irreal el escenario por el brillo propio que encerraban las presencias, sólo un poco antes cargadas de una luz solar insoportable para ver sus soldaduras.
Pero lo verdaderamente impresionante fue reparar que todos estuvimos, por un instante, frente a un concepto, como si fuera una pintura, que tantos filósofos han querido definir sin éxito: la nada. Una nada que suponen antes, detrás, dentro, debajo, después o junto a los entes, de pronto la vimos delante y en nosotros, atravesándonos. Éramos la nada viendo la nada, la nada viéndose en su ceguera, devuelta por la reflexión del sí mismo que regresa a su cotidianidad sólo para ignorarla. Nadie, en nuestros tiempos, soporta verse así, con una mirada sin objeto repartida en una superficie sin melancolía, detenida en sí misma; alzada en el punto máximo de su tensión, como el rostro de la chica que su violador obliga a mantener frente a sí con el horror de la una y el placer del otro, juntos para siempre en el universo indiferente de la víctima y el verdugo.
En este orden, la única pregunta que sigue importando en filosofía es si vale o no la pena vivir. Si decimos que sí, ya podemos hablar si estamos en la postmodernidad, en la postcolonialidad o en una sobre modernidad tardía; pero si contestamos que no, no podríamos hablar con personas que pasarían a ser cadáveres al preparar el arma, el veneno o la soga con la que se eliminarían, apenas le diésemos la espalda.
Albert Camus, el autor de estas ideas, continúa en un área que desde Brentano se hizo dominante con la preocupación por el sentido de las cosas y los seres. La nada como horror vacui, y ahora como fascinación, ha hecho temblar todo el edificio del sentido único por su multiplicidad, comercio, fugacidades y luchas por imponerse como imaginarios desde la publicidad. Pero si esta era la pregunta, la única respuesta, desde otro tiempo y otra lógica, que vale la pena a cualquier pregunta filosófica es, como nos decía Krishnamurti: no sé.
Pero para llegar a saber que no sé es necesario hacer el recorrido más profundo del saber. Talvez a esto se refirió Sócrates con su famoso aforismo. Wittgenstein modernamente lo aplicó a la filosofía analítica. Es la entrada del escepticismo como escuela, de la paradoja como método, de la autorreferencia como superación/disolución y de la nada como fin, en nuestra cultura.
Como se ve, lo capital en la filosofía ya está planteado con una pregunta por el sentido, donde la nada es el enemigo que desemboca en el nihilismo y la desesperación típicas de Occidente; y una repuesta humilde, y sin sentido para Occidente, donde la nada es la sabiduría que se reúne con la ignorancia en un “es”, sin opuestos.
Sin embargo, no todo está dicho. Si lo estuviera, no seguiríamos hablando. Una pregunta cerrada y una respuesta abierta en filosofía no son como el paréntesis que marca con una fecha de nacimiento y otra de muerte, todas las tumbas en los cementerios. Falta, con todo, la vida misma; su narrativa haciéndose, el presente contándose.
¿En qué coordenadas nos movemos hoy? Por los indicios empíricos, entre la hipocresía y el cinismo, diríamos. ¿Podrá haber punto medio entre dos excesos? Aristóteles creía que no. Sí podía darse entre un exceso y un defecto. Por ejemplo entre la perversión y el virtuosismo, o entre las privaciones y la severidad. Muchos creen que estos dilemas postmodernos se resuelven con la elección del mal menor. El hipócrita dice lo que no hace o hace lo que no dice, manifestaciones considerada como virtud en la política, son consideradas un vicio entre los gobernados.
Mientras el cínico, no se engaña ni a sí mismo ni a los demás, diciendo lo que son las cosas, pero desinteresado en su cambio, se acomoda a ellas. Porque desear el cambio es la base para que la ética se parta en dos: lo que son las cosas y lo que deben ser. Y repetir todo de nuevo. El origen de la doble moral es precisamente la acción que quiere cerrar la brecha. Este mecanismo tan simple es el que originará el amor por las cosas del realista, que engendrará después al cínico, y lo obligará a renunciar a las quimeras; y, por el otro lado, el sueño de las religiones que secularizarán los políticos, primero como nacionalismo y luego como ideologías universales, dando lugar a los santos y mártires, entre los gobernados y a los triunfadores entre los gobernantes de los que aprenderán los cínicos. Nunca olvidaré aquella frase terrible de Cioran en la que recuerda que los héroes son mártires a los que no se les pudo cortar la cabeza, procediendo, ya en el poder, a decapitar las ajenas. La coherencia, muy rara usualmente en este nivel, se paga con la vida como lo hicieron el Che Guevara, Salvador Allende y otros pocos.
Unos ya no pueden seguir engañando y los otros no quieren hacerlo. En medio, se encuentra una masa de desencantados que no quieren más de lo mismo y de dolientes que buscan alternativas con profunda desconfianza; los menos, han elegido la serenidad de la “no acción” que, a pesar de que ocasione extrañeza, nadie la toma en cuenta, aunque todos sepan que nadie la ha probado.
Basta ya de especular y aburrir, y demos la bienvenida como se merece a este excelente texto que, al enseñarnos cómo filosofaron otros, bien podríamos hacer la excepción y empezar a hacerlo nosotros bajo el grito de guerra del mismo hombre que originó la frase que empezó este comentario: Sapere Aude. ¡Atrévete a pensar!.
Muchas Gracias.
La filosofía tambien nos ayuda a entender como el ser humano recurre a ciertos mecánismos de defensa o mejor dicho a ciertas actitudes que dan pauta pasar por encima de otro con el fin de lograr su cometido.
ResponderEliminarTodo proceso de cambio involucra los cambios de actitud y filosofias.